DOMINGO
V TIEMPO ORDINARIO
6-2-22
(Ciclo C)
“En aquel tiempo, la gente se agolpada alrededor de Jesús para oír la Palabra de Dios”. Qué frase tan extraordinaria para centrar hoy nuestra celebración. Oír la Palabra de Dios era para aquellos hombres y mujeres del tiempo de Jesús, algo importante, necesario para sus vidas y por lo que merecía la pena dedicarle el tiempo suficiente.
La Palabra de Dios es para el creyente alimento de vida que despierta los sentidos más humanos y nos sitúa en la senda del Señor. La Palabra de Dios es alentadora de nuestro vivir, horizonte de esperanza, bálsamo en medio del cansancio, noticia siempre nueva y buena, sentencia que se cumple de forma permanente, como experimentará el profeta que la anuncia con su vida fiel.
La Palabra de Dios no es cualquier palabra. Es el mismo Dios quien entra en diálogo con nosotros para mostrarnos su ser creador y amoroso. Dios dialoga con sus hijos, a través de la oración y la escucha, y se muestra cercano en todo lo que vivimos. No es una palabra vacía o falsa. No busca el halago o la complacencia. En su Palabra es Dios mismo quien se entrega y se vincula para siempre con su pueblo. La Palabra de Dios construye su reino en aquellos que la acogen y la viven con fidelidad.
Cómo no querer escuchar esa Palabra cuando además es pronunciada por el mismo Hijo de Dios. Jesús ha ido mostrando a sus discípulos y a su pueblo, que su palabra va acompañada de obras que la avalan y ratifican como auténtica. Él no habla como los escribas o fariseos, habla con “autoridad”.
En ese
contexto, nos presenta el evangelista la labor cotidiana de sus discípulos que
todavía se dedicaban a la pesca, y en aquella jornada de trabajo, sólo han
sacado desasosiego y fracaso. No hay peces que pescar, y eso que eran expertos.
Ante el asombro y desconcierto de Pedro, Jesús le pide que vuelva a echar las
redes en el mar, y por su palabra lo hará, aunque algo cegado por las dudas.
Fiarse de la Palabra de Dios provoca de inmediato sus frutos. Tras la pesca milagrosa, hay toda una enseñanza que será para aquellos discípulos el fundamento de su fe. La Palabra de Jesús cumple las promesas de Dios y con él ha llegado de forma definitiva su reinado. Ahora os toca a vosotros transformaros en pescadores, pero de hombres y mujeres que llenen las redes del Señor.
A Jesús muchos lo buscaban por sus milagros, otros lo aclamaban por su lucha contra la injusticia y la opresión, pero sólo lo siguieron hasta el final y hasta nuestros días quienes acogiendo su Palabra nos hemos fiado de ella y por ella hemos descubierto la fe que profesamos como camino, verdad y vida en plenitud.
Ser seguidores de Jesús es ante todo ser testigos de su vida, de su muerte y resurrección, y junto a ello mensajeros de su Palabra, la cual hemos de anunciar de forma permanente y explícita. Este es el testamento que hemos heredado de los Apóstoles, La Sagrada Escritura que es para el cristiano referencia permanente, fuente de la que ha de beber para nutrir con su riqueza las entrañas sedientas de verdad, amor, justicia y paz.
Cuántas
palabras escuchamos y leemos carentes de sentido, que sólo distraen nuestra
mente o enturbian los sentimientos del corazón. Cuantas veces escuchamos
palabras hirientes, acusadoras, insultantes que destruyen al ser humano y envilece
ese maravilloso medio de la comunicación interpersonal.
La Palabra de Dios es creadora y transformadora. Quien la escucha con fe, sale confortado en su ser más profundo y es capaz de ir cambiando el rumbo de su vida si así se lo pide el Señor.
Hoy damos
gracias a Dios por su Palabra, especialmente por aquella en la que se resume
todo el ser del mismo Dios, Jesucristo, Palabra eterna del Padre. Y también le
damos gracias por este don que tenemos los cristianos y que hemos leído y
cuidado durante casi dos mil años. La Sagrada Escritura debe ser el libro que
jamás falte en nuestros hogares y no para decorar la estantería, sino para
colmar con su vitalidad renovadora los estantes de nuestra alma.
Leer diariamente un pasaje del evangelio o de las cartas apostólicas nos ayudará a entender mejor a Jesús, conocerle y amarle. Leer pasajes del Antiguo Testamento, nos mostrará cómo era la misma oración de Jesús. A través de los salmos, el pueblo creyente ha plasmado sus sentimientos religiosos, unas veces suplicantes, otras agradecidas y otras muchas sufrientes. Son retazos de nuestra vida con lenguaje a veces complejo, pero que encierra toda una historia de Dios con su Pueblo.
Pedro
cambió su vida por esa Palabra de Jesús, de pescador pasó a evangelizador y pastor
del Pueblo de Dios. Porque sólo desde el conocimiento y la vivencia coherente
de la Palabra del Señor se puede ser discípulo suyo. Sabiendo que va realizando
su transformación regeneradora en nuestra propia vida. Hoy se nos han
presentado tres personajes principales, Isaías, Pablo y Pedro; tres personas
que se reconocen limitadas y pecadoras, pero en los que la gracia de Dios,
transformará sus vidas renovándolas y preparándolas para su misión profética y
evangelizadora.
Que también
nosotros podamos vivir la dicha del encuentro con el Señor a través de su
palabra, y que ésta nos ilumine en el camino de nuestra vida hasta el encuentro
definitivo con él.
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