jueves, 13 de junio de 2024

DOMINGO XI TIEMPO ORDINARIO

 


DOMINGO XI TIEMPO ORDINARIO

16-6-24 (Ciclo B)

 

Con el Salmo de este domingo, se nos invita a vivir en actitud de acción de gracias, que es la que mejor puede responder a la vida del creyente.

Muchas veces caemos con facilidad en el desánimo, la desesperanza o el hastío por no percibir un futuro dichoso. La realidad de nuestro mundo en general, la sociedad en la que estamos inmersos o la propia situación personal, pueden llevarnos a una experiencia pesimista que nos haga complicado vivir en la esperanza y la dicha. Sobre todo si partimos de la idea de que todo debe ser controlado y proyectado desde nuestras ideas y sostenido con nuestras fuerzas.

Entonces está claro que el balance será deficiente. Si ponemos nuestra confianza en las propias posibilidades y criterios, el camino a recorrer se nos volverá muy difícil y en ocasiones insoportable. Sobre todo si contrariando la palabra del apóstol Pablo, confiamos en vivir sólo desde la visión, y no desde la fe.

El evangelio nos invita a todo lo contrario. “El reino de Dios se parece a un hombre que echa la semilla en la tierra. Él duerme de noche y se levanta de mañana; la semilla va creciendo, sin que él sepa cómo.”

Todos queremos cosechar los frutos de nuestros esfuerzos, necesitamos tener cierto control sobre las realidades presentes de manera que no tengamos que vivir siempre en la incertidumbre o el desasosiego. Pero tal vez hemos perdido la capacidad de confiar que no todo depende de nosotros. Que realmente nuestra existencia está en las manos de Dios, y que Él se preocupa de hacer crecer con vigor y generosidad la semilla que nosotros podemos sembrar con nuestro trabajo y entrega.

Y si bien es verdad que la actividad humana ha de estar ordenada al bien de la humanidad, nunca debe perder la perspectiva de que ese dinamismo no depende exclusivamente de él. Como nos enseña el Concilio Vaticano II, la autonomía de la realidad terrena y sus propias leyes y valores son un bien que el hombre debe descubrir y respetar, pero nunca desde una concepción de independencia respecto del Creador. “La criatura sin el Creador desaparece” (Cfr. GS 36, y es muy posible que en el fondo de todas las decepciones y sinsabores que la experiencia humana actual padece, se deba a haber puesto su única fe y esperanza en su dominio de la ciencia y de la técnica.

Y con ser todo ello un gran valor de nuestro desarrollo humano, muy a pesar de todos los logros alcanzados, la miseria de enormes comunidades humanas, las guerras fratricidas y las injusticias desoladoras nos dejan bien claro cuán grande es nuestro fracaso y soledad.

Expulsar a Dios de la vida del hombre y de los criterios que han de establecerse para una justas relaciones humanas, nos deja al libre albedrío de de los poderosos y de sus criterios y fuerzas.

No obstante, no por ello debemos perder la perspectiva de la fe. No por ello debemos caer en el desánimo infecundo y paralizante. Nuestro presente no dista mucho de otros momentos de la historia, ni de la experiencia vivida por nuestro Señor. Y sin embargo él siempre nos enseñó, que la última palabra es siempre de Dios, y es una palabra de vida y de esperanza.

No sabemos el cómo ni el cuándo de la manifestación de los signos de su reino de amor, de justicia y de paz. Es muy posible que nosotros nunca lo veamos en este mundo con sus contradicciones, pero tenemos asegurada la promesa de que ese Reino es una realidad que ya va emergiendo y que se manifiesta de forma más plena en aquellos espacios donde Dios es el centro y fundamente de la vida del hombre.

Lo que también necesitamos es estar más atentos a descubrirlos en medio de nuestras vidas cotidianas, allí donde se cuida la atención a los necesitados, donde el respeto de la vida de los demás es un precepto sagrado e irrenunciable, donde los modos de entender la economía y las relaciones profesionales se basan en la justicia y la honradez. Y eso es mucho más sencillo de sembrar de lo que a veces nos parece, basta con que cada uno introduzca ese grano de vida, en lo profundo de su corazón y deje que germine con vigor por la acción del Espíritu Santo.

El Señor nos ha mostrado lo pequeña que es la semilla de la mostaza, algo apenas apreciable, pero que sin embargo, se hace un arbusto grande donde anidan los pájaros. Esa es la dinámica del reino de Dios, que de lo pequeño, débil y sencillo, Él es capaz de generar  fortaleza y plenitud. Sólo es necesario que nosotros preparemos adecuadamente el terreno, lo desbrocemos de la maleza asfixiante de nuestros miedos y egoísmos, y esparzamos con generosidad la semilla de la acogida, el respeto, la solidaridad y la confianza. Especialmente esta última es fundamental ponerla en las manos de Dios porque es quien, desde su bondad y misericordia, sigue enviándonos a ser sembradores de amor y de esperanza. Que así lo vivamos cada día de nuestra vida porque de ese modo la estaremos llenando de sentido y de alegría, cualidades esenciales para una sana y gozosa felicidad.

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