sábado, 5 de julio de 2014

DOMINGO XIV TIEMPO ORDINARIO


DOMINGO XIV TIEMPO ORDINARIO
13-07-14 (Ciclo A)

El evangelio que acabamos de escuchar, es toda una acción de gracias que brota del corazón gozoso de Jesús ante la acogida que entre los más sencillos va teniendo su Palabra. Jesús da gracias al Padre porque se ha revelado a los últimos de este mundo, mostrando su amor y misericordia para con los sencillos y humildes. No en vano el mismo Jesús nos invita a aprender de él que es “manso y humilde de corazón”.

La mansedumbre y la humildad de Jesús no se contraponen a su misión de anunciar el Reino de Dios con rotundidad y entrega.  Su fidelidad a la misión encomendada por el Padre, le hace seguir su camino sin desvíos ni flaquezas, y la contundencia con la que denuncia la injusticia y el sufrimiento de sus hermanos, los hombres y mujeres más débiles, va siempre acompañado de este sentimiento acogedor y sencillo para todos.

Que necesario se hace en nuestros días asumir las actitudes del Señor. Sometidos a los modos y maneras del mundo, los cristianos corremos el riesgo de comportarnos más según las reglas del mercado, del poder o del bienestar, que conforme al espíritu fraterno, sencillo y misericordioso de Jesús.

Desde niños se nos enseña a competir y pelear. Competimos en los estudios, en las artes y la cultura, en el deporte y en el ocio. Peleamos por ser más que los demás, superarnos respecto de nuestros padres y mayores, y nos olvidamos que la justa promoción humana y el valor de la superación para mejorar, ha de ir siempre acompañada de la sencillez y la humildad para reconocernos limitados y necesitados de los demás.

No sólo hemos de educar a los niños y jóvenes en esta dimensión generosa, servicial y fraterna. Nosotros los mayores debemos reeducarnos también, y recuperar a la luz de la fe, el verdadero carácter cristiano con el que construir nuestras relaciones interpersonales desde valores que nos unan y no nos enfrenten.

La mansedumbre y la humildad son el sustrato necesario para el perdón y la reconciliación. Sólo los corazones sencillos y humildes saben acoger y perdonar con verdad. Podemos recordar ese pasaje del evangelio de S. Lucas donde el Padre espera ansioso la vuelta del hijo pródigo que se había marchado de su lado. No era él el culpable de su marcha y lo sabía, pero lo importante no era buscar culpables. Lo fundamental consistía en recuperar a su hijo perdido, y si para eso tenía que sacrificar cualquier orgullo o reproche no dudaba en hacerlo de corazón y abrazarlo lleno de gozo.

Cuantos de vosotros padres y madres no habéis experimentado el silencio y la paciencia, la humillación y la tolerancia como el medio más eficaz para la reconciliación conyugal y el acercamiento a los hijos. Y por muy grande que haya sido la ofensa sufrida, ¿no ha sido mayor el gozo del reencuentro recuperando así la armonía familiar?

La sociedad necesita de espacios de auténtica humanidad, donde el respeto y la confianza se vayan abriendo paso a la hora de enjuiciar las vidas de quienes nos rodean desde comportamientos más sencillos y menos orgullosos.

Es verdad que en demasiadas ocasiones abrimos brechas en la convivencia que resultan casi insalvables. La intolerancia, la violencia en la sociedad y en el hogar, el egoísmo explotador de los más débiles, todo ello se abre como un abismo de dolor y rencor que es lo más contrario al Reino de Dios que Jesús nos presenta como proyecto de vida. Descubrir la urgencia de ir sanando este mundo desde el amor, y poner todo nuestro esfuerzo en construir puentes de encuentro que favorezcan la fraternidad, es una exigencia de nuestra fe, y un motivo de esperanza para todos.

Jesús nos dice en el evangelio que su yugo es llevadero y su carga ligera. A esta conclusión sólo puede llegar quien asume su misión y condición desde el amor y la entrega a los demás. El yugo de la familia y sus cargas son llevaderos si se viven desde el amor, el respeto y el servicio. El yugo de la amistad y sus cargas, se soportan desde la confianza y la sinceridad. Y así podemos seguir con todo en la vida descubriendo que según cómo nos enfrentemos a cada aspecto de la misma, viviremos en un ambiente interior de gozo y serenidad, o por el contrario desde la amargura y el enfrentamiento.

Hemos de reconocer que en la mayoría de las ocasiones, nuestra forma de enfrentarnos a la vida va a determinar el cómo la vivamos. Si nos movemos en un ambiente interior de paz y esperanza, es más fácil transmitir esa paz en todo lo que hacemos. Si por el contrario caemos con facilidad en los prejuicios, en la envidia o en el mal pensar de los demás, también sembraremos a nuestro lado discordia y malestar. No olvidemos que una de las bienaventuranzas del Señor es “dichosos los limpios de corazón porque ellos verán a Dios”.

Es lo que en esta eucaristía le pedimos al Señor. Que él nos ayude a tener limpieza en el mirar y en el sentir, para que el corazón goce de una salud que nos ayude a ser comprensivos y misericordiosos con quienes nos rodean, y que vayamos creando entre todos un estilo de relaciones humanas basadas en la humildad y la sencillez para podernos reconocer como hermanos y así vivir el gozo de nuestra condición de hijos de Dios.

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