jueves, 24 de julio de 2014

APÓSTOL SANTIAGO

 
SOLEMNIDAD DEL APÓSTOL SANTIAGO

       Celebramos hoy con alegría la fiesta de nuestro Santo Patrono, el Apóstol Santiago, Titular del primer templo diocesano, esta S.I. Catedral, y de la Villa de Bilbao. El primero de los apóstoles del Señor en sellar su fiel seguimiento de Cristo con el martirio. Como hemos escuchado en el texto de los Hechos de los Apóstoles, su tesón, su entrega y su lealtad por la causa de Jesucristo, hace que sufra las iras del rey Herodes y sea ejecutado.

       Su muerte será el comienzo de una dura persecución contra los discípulos y seguidores de Jesús, pero que en vez de acabar con la llama de la fe, será el riego fecundo de una tierra que vería crecer con vigor la semilla del Reino de Dios instaurado por Jesucristo, el Señor.

       Desde aquellos tiempos apostólicos, hasta nuestros días, han transcurrido muchos siglos, con sus noches oscuras y días de luz para la historia de la Iglesia y de la humanidad entera. Pero siempre, y a pesar de las dificultades y penurias por las que nuestra familia eclesial ha podido atravesar, la fe de los apóstoles, su vida y su obra, son el fundamento y el ejemplo de nuestro seguimiento actual de Jesucristo.

       De Santiago sabemos muchas cosas conforme a los textos neotestamentarios; era pescador, el oficio de su familia, de posición acomodada dado que su padre Zebedeo tenía jornaleros; su recio carácter le hizo merecedor junto a su hermano Juan, del sobrenombre de “los hijos del trueno” (Boanergers). Como también hemos escuchado en el evangelio, su madre, Salomé pretendía situar a sus hijos en los puestos principales en ese reino prometido por Jesús y muy mal entendido por ella. Lo cual les acarreó las críticas de los otros diez discípulos, más por envidia que por virtud, ya que todavía no comprendían bien el alcance del mensaje del Señor.

       Y al margen de las anécdotas, lo fundamental es que era amigo del Señor. Santiago pertenecía junto a su hermano y Pedro, a ese círculo de los íntimos de Jesús. Él será testigo privilegiado de los hechos y acontecimientos más importantes en la vida del Maestro; asiste a la curación de la suegra de Pedro; está presente en el momento de la transfiguración, en el monte Tabor; es testigo de la resurrección de la hija de Jairo; y acompañará a Jesús en su agonía, en Getsemaní.

       Pero Santiago también vivirá de cerca los momentos de amargura, el prendimiento de Jesús y la huída de todos ellos. Conocerá en su corazón el dolor de haber abandonado a su amigo y el don de su conversión motor y fuerza de una nueva vida entregada por completo al servicio del evangelio y a dar testimonio de la resurrección de su Señor.

       La tradición que vincula a Santiago con nuestra tierra se remonta a los primeros tiempos de la expansión cristiana por el mundo, hasta hacer de su sepulcro en la ciudad  Compostelana, lugar de encuentro universal de culturas y razas unidas por una misma fe.

       Precisamente esta devoción popular nos ha situado a nosotros desde antes de la fundación de nuestra villa de Bilbao allá por el año 1300, en paso obligado a los que desde la costa peregrinaban a Compostela. Y así de los cimientos de aquella primitiva iglesia de Santiago, se edificaría la que hoy es nuestra Catedral, colocando el origen y el final de este largo peregrinar, bajo el patrocinio del mismo apóstol, quien por petición del Consistorio municipal al Papa Urbano VIII,  se convirtió en patrono principal de la Villa de Bilbao en el año 1643.

Y en un mundo como el nuestro tan necesitado de referentes que nos ayuden a conducir nuestro destino desde criterios de amor, de justicia y de paz, damos gracias al Señor por tener a su santo apóstol como intercesor.

       Santiago experimentó en su corazón una gran transformación que le llevó a cambiar su existencia de forma radical para configurarse a Jesucristo. Su oficio de pescador lo cambió por el de misionero y pastor del pueblo a él encomendado. De aspiraciones y pretensiones de grandeza, pasó a buscar sólo la voluntad de Dios y ponerla por obra.

       De esta forma el que en la vida buscaba la gloria llegó a alcanzarla aunque por un sendero bien distinto al soñado en sus años de juventud. Y el poder que en su momento ambicionó lo transformó en servicio y entrega generosa, en el amor a Dios y a los hermanos.
       Nadie es tan poderoso como aquel que siendo completamente libre y dueño de su vida, es capaz de entregarla a los demás movido, únicamente, por la fuerza del amor en el Espíritu del Señor. Las ambiciones, los honores y el prestigio son efímeros y muchas veces engañosos, porque nos hacen creernos superiores a los demás y en el peor de los casos, como nos ha advertido Jesús en el evangelio, el mal ejercicio de ese poder lleva a algunos a erigirse en tiranos y opresores.  Quienes son portadores del poder temporal deben ejercerlo con mayores cotas de responsabilidad, servicio y coherencia, ya que siempre deberán dar cuentas del mismo a su pueblo y a Dios. Y quienes anhelan servir de este modo a la sociedad, en el presente tan complejo que nos toca vivir, han de contar no sólo con el apoyo de sus conciudadanos, sino sobre todo con la fuerza y la sabiduría que proviene del Señor de la justicia, del amor y de la paz.
       En un tiempo donde los conflictos entre las personas y los pueblos siguen provocando dolor y angustia a tantos inocentes, se hace muy necesario el surgimiento de una auténtica vocación de servicio público que lejos de buscar el propio beneficio, se entregue de manera generosa a la consecución del bienestar de sus semejantes, siendo especialmente sensibles con los más indefensos y necesitados. Por eso pedimos con frecuencia por nuestros gobernantes, para que el Señor les ilumine en su difícil misión de ser quienes nos conduzcan por el camino del bien.
En esta fiesta nos congregamos no sólo los fieles cristianos que habitualmente celebramos nuestra fe en el hogar comunitario de la parroquia; hoy también nos reunimos representantes de instituciones públicas y privadas, del consistorio y de asociaciones relacionadas con la devoción a Santiago y su camino compostelano.
Todos compartimos los mismos deseos de trabajar por una sociedad construida sobre los valores irrenunciables de la libertad, la justicia y la paz, desde las legítimas y plurales ideas, siempre que sean cauce de cuidado y respeto a la dignidad de la persona. En esta labor no sobran brazos, y los cristianos tenemos además una razón de más que brota de nuestra fe en Jesucristo que nos envía a ser testigos de su amor y de su esperanza en medio de nuestro mundo.
       Todo ello hoy lo ponemos a los pies del apóstol Santiago para que siga velando por quienes honramos su memoria con filial devoción. Que nos ayude a fortalecer los vínculos de hermandad entre todos los pueblos que lo celebran como su patrón, que nos anime en la construcción de una convivencia en paz y concordia, y que tomando su vida como ejemplo y estímulo, seamos fieles seguidores de Jesucristo, nuestro único Señor y Salvador.

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