DOMINGO II
TIEMPO ORDINARIO
17-01-16
(Ciclo C)
Con
el tiempo litúrgico ordinario se nos ofrece un camino que recorrer junto a
Jesús adulto. Ya hemos pasado los relatos de su infancia vividos en el tiempo
navideño, de ese tiempo largo de silencio histórico que han ido conformando su
vida y su personalidad, hasta el momento en el que situado a la fila de los que
iban a recibir el bautismo de Juan, comienza su nueva vida pública y misionera.
En
aquella escena a orillas del Jordán, Jesús es proclamado “Hijo amado de Dios” y
así Juan, que espera y anhela la llegada
del Mesías, lo reconoce y señala como tal.
Jesús
ha llegado a su edad madura y al momento de asumir la misión que en su corazón
ha ido desgranando y comprendiendo. Toda su vida ha estado marcada por la
cercanía a Dios, por los signos de intimidad con él. En ese período largo de su
existencia centrado en la oración, en la escucha de la Palabra de Dios en la
sinagoga y en su comunicación íntima con Él, ha llegado a profundizar que Dios
es su Padre, el que le ha engendrado y dado vida humana para desarrollar una
labor única; ser el camino, la verdad y la vida del nuevo Pueblo de Dios en el
que todos los hombres y mujeres, sus hermanos podamos acoger el gozo y el don de
nuestro ser hijos de Dios y herederos de su Reino.
El
tiempo de asentar en su corazón toda esta vasta experiencia ha terminado. Ahora
es tiempo de anunciar la Buena Noticia a las gentes comenzando por su entorno
más cercano y preparando adecuadamente a quienes han de colaborar más
estrechamente a su lado en la misión de evangelizar. Así Jesús va a ir llamando
a diferentes hombres y mujeres para que junto a él descubran la alegría de su
ser criaturas amadas de Dios; que mirando en lo profundo de sus vidas
encuentren esa semilla de amor que Dios ha puesto en cada corazón humano y así
todos nos descubramos hermanos y vivamos como tales. De entre ellos elegirá a
sus discípulos para que colaboren junto a él en esta tarea evangelizadora.
Así
la escena del evangelio que acabamos de escuchar nos sitúa ante el primer
momento importante de la vida pública de Jesús. Él junto a su madre y esos
discípulos más cercanos comparte la amistad de una pareja que les ha invitado a
su boda.
El
evangelista ha tenido mucho interés en situar en la misma escena a la madre de
Jesús y a sus discípulos, y todo ello para que nosotros, los oyentes de este
texto hoy, contemplemos los gestos de
cada persona y sus consecuencias.
Una
fiesta de aquellas características, en la que se termina el vino antes de lo
previsto es un completo fracaso además de la vergüenza para los anfitriones. Y
aparece el primer personaje, María. Ella se da cuenta de lo que sucede y
comparte la preocupación de sus parientes.
Con
discreción acude a su hijo para que haga algo, quien le responde que no ha
llegado su hora. Es como si Jesús quisiera hacer comprender a su madre, quien
es partícipe de lo especial de su ser, que el plan trazado por Dios tiene unos
pasos concretos y unos tiempos determinados.
Para
María lo importante es que hay unos necesitados y lo demás es secundario, es
como si le apremiara a su hijo, para que llegara su hora, el momento de
manifestarse personalmente ante todos. De hecho a los sirvientes les apremia
para que hagan lo que él les diga, porque sabe que Jesús no es indiferente ante
lo que sucede a su lado.
El
hecho del milagro es conocido por todos, pero los únicos que saben lo que
realmente ha sucedido son María y los sirvientes. Los discípulos no se han
enterado de nada aunque según el evangelista este hecho provocó que aumentara
su fe en Jesús.
Qué
nos dice San Juan con todo ello. Pues que la Madre del Señor no fue un
personaje ajeno a la historia de Jesús. Aquella mujer que tantas veces guardaba
su experiencia de fe y de madre en el silencio de su corazón, también asumía la
misión de colaborar en todo lo que estaba en su mano para que el plan de Dios
germinara. La mujer que salía en ayuda de su prima Isabel cuando ésta la
necesitaba, es la misma que acude en ayuda de sus hijos cuando solicitan su
amparo.
María
siempre ha sido tenida por la comunidad cristiana como la gran intercesora de
la humanidad. Y el gesto de Jesús en la cruz de entregarla como madre de todos
en la persona de Juan el evangelista, nos es manifestado en este evangelio con
toda su fuerza.
Como
decía los discípulos de Jesús no se enteran de nada hasta el final de la
fiesta. Sólo los sirvientes saben qué metieron en aquellas tinajas y lo que de
ellas sirvieron en las copas. Y cómo Jesús había intervenido en ese hecho. Unas
personas ajenas a la familia y situadas en el escalafón más humilde serán los
primeros testigos de Jesús. Otro hecho que viene a dar fuerza a que los
destinatarios del evangelio de Cristo son de forma especial, los humildes, los
pobres, los marginados, los últimos del mundo.
Jesús
comienza su vida adulta con discreción pero con claros horizontes y así nos lo
muestra uno de sus discípulos y evangelista, San Juan. Quien nos señala que
desde el comienzo su Madre María estuvo al lado de su hijo como seguidora
creyente e intercesora, y que la Buena Noticia de Jesús encuentra sus
destinatarios predilectos entre los últimos y desheredados de este mundo.
Este ha de ser el mensaje que nosotros
hoy recojamos en nuestra celebración. Ser cristianos nos hace hermanos en el
camino de la fe y de la vida, y contamos con la compañía y la intercesión de
María nuestra Madre. Ella nos señala permanentemente la senda que conduce al
encuentro de su hijo Jesús, y nos ayuda a detenernos para socorrer y ayudar a
quienes están caídos en el camino.
Que
todos los días de nuestra vida sintamos el consuelo maternal de María y que
sepamos vivir la solidaridad y la misericordia que brota de su corazón de madre
a favor de todos sus hijos.
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