FIESTA DEL BAUTISMO DEL SEÑOR
10-1-2016 (Ciclo C)
La
fiesta del Bautismo del Señor cierra este tiempo de gracia que es la navidad.
El anuncio que los ángeles ofrecieron a los pastores “en la ciudad de Belén os
ha nacido un Salvador”, es hoy ratificado por el mismo Dios, “Tú eres mi Hijo
amado, mi preferido”. El Dios que tantas veces se manifestó ante su pueblo por
medio de sus profetas y enviados, habla ahora por sí mismo ante el Hijo adulto
que se dispone a asumir su vocación y misión en perfecta fidelidad al Padre.
El
bautismo de Jesús supone el comienzo de su vida pública y ministerial. Hasta
ahora ha vivido en su pueblo, junto a su familia y seres queridos, completando
su formación humana y espiritual; un tiempo discreto y silencioso que ha ido
construyendo su ser y madurando su personalidad.
De
este espacio entre su infancia y madurez, no tenemos más que un pequeño relato,
donde S. Lucas nos muestra a un Jesús adolescente en el Templo entre los
doctores de la Ley. Aquel niño perdido y encontrado por sus padres regresa con
ellos a Nazaret, y el evangelista terminará diciendo, que “iba creciendo en
estatura y en gracia ante Dios”. Es decir, que la vida del Jesús adulto viene
precedida por todo un tiempo largo de maduración personal, vivencia interior y
riqueza espiritual. Y así, comienza su tarea con un gesto simbólico, su
bautismo.
De la misma manera que todos aquellos
hombres y mujeres animados por el mensaje de Juan quieren prepararse para
acoger el don de Dios, Jesús se pone en la fila de los pecadores para cambiar
el rumbo de nuestra historia. Y aunque no necesite del bautismo como remisión
de los pecados, sí nos muestra que por este gesto, el mismo Dios se nos
manifiesta como Padre y nos agrega a su pueblo santo.
Los bautizados somos incorporados a la
familia de Dios, nos hacemos hijos suyos por medio de su Hijo Jesucristo, y
asumimos la misión de anunciar el evangelio que vivimos, entregándonos en la
construcción del reino de Dios en medio de nuestro mundo y ofreciendo nuestras
vidas al Señor para ser portadores de su esperanza desde el servicio a los más
pobres y necesitados.
Cada uno de los cristianos debemos este
nombre a nuestra vinculación a Cristo, sacerdote, profeta y rey, y que nos une
a la gran familia de la Iglesia. El pueblo santo de Dios existe mucho antes de
nuestra incorporación personal al mismo, y al ser admitidos en su seno por el
bautismo, como miembro de pleno derecho,
nos comprometemos a configurarnos junto a todos los hermanos, conforme a
la persona de Jesucristo nuestro Señor.
El
sacramento del bautismo, por unirnos a la comunidad cristiana, también
compromete a ésta para el desarrollo y maduración de la fe de sus miembros. No
en vano vamos a celebrar el bautismo de estos niños en el marco de la
eucaristía dominical, momento donde la vida de la comunidad se manifiesta. Y
este modo de celebrarlo quiere ser expresión de la acogida eclesial que se les
hace y de nuestra alegría ante la gozosa experiencia del nacimiento de una
nueva vida, fruto del amor de sus padres y sacramento del amor creador de Dios.
Hoy
es la fiesta de nuestro bautismo, y al recordarla también podemos mirar cómo
está siendo nuestra vivencia espiritual. Vamos a recuperar la fuerza de Dios en
nuestra vida y así vivir animados por él para entregarnos a los demás. No nos
vayamos apagando poco a poco cayendo en la rutina y perdiendo el sentido de
nuestra fe.
Muchos
somos los bautizados y no tantos los que vivimos con plena conciencia este don
gratuitamente recibido. De hecho en nuestros días nos ha de causar enorme
tristeza contemplar cuantos hermanos nuestros han ido abandonando su vivencia
religiosa desde la desafección eclesial, y cómo algunas incluso lo justifican
diciendo que son creyentes pero no practicantes. La planta de la fe que no se
nutre con el riego fecundo de la Palabra de Dios, alimentándose frecuentemente
con el pan de la eucaristía, se va degenerando progresivamente y muere de forma
irremediable.
Es
misión de nuestras comunidades eclesiales, favorecer el retorno a la comunidad
de aquellos que por cualquier causa se han distanciado de ella, desde un
proceso de acogida y de recuperación de su experiencia espiritual.
El
bautismo de los niños siempre se celebra condicionado a la fe de sus padres o
tutores, y con el acompañamiento permanente de la comunidad cristiana que lo
alienta y sostiene. Un sacramento celebrado por el mero interés o costumbre
social, no favorece a nadie además de poner en serio peligro su autenticidad.
La gracia de Dios se ofrece a todos, pero
vivir bajo la acción del Espíritu sólo es posible si acogemos el don de Dios y
lo vamos desarrollando con nuestra disponibilidad y entrega. Para ello está la
comunidad eclesial, que como madre y maestra, acompaña y fortalece la fe de sus
hijos para que sean discípulos de Cristo en el mundo.
Al
igual que el bautismo de un adulto ha de ir precedido de un tiempo de formación
que le ayude a recibir la Palabra de Dios y acogerla en su corazón, estos niños
necesitan de un entorno familiar donde les sea posible conocer a Dios, aprender
a dirigirse a él con la confianza de los hijos e ir sintiéndolo como el amigo
cercano que nunca falla. De la transmisión de la fe de los mayores depende la
apertura a la misma de los pequeños. Porque como bien sabemos, de la buena siembra,
depende la abundante cosecha.
Que
en esta fiesta del bautismo de Jesús, recuperemos la alegría de sentirnos parte
de su familia y pueblo. Que podamos recuperar la fuerza misionera en nuestras
vidas y así vivir con ilusión nuestro ser cristianos.
Ser cristianos no es algo vergonzante o a
ocultar, no es como muchas veces se nos quiere hacer creer una experiencia
privada y condenada a vivir en el ocultamiento. Ser cristiano significa ser
discípulo de Jesucristo nuestro Señor, a quien nos gloriamos de confesar como
nuestro Dios y Salvador, y este don tan inmenso no puede ser silenciado por
nada, porque “de lo que rebosa el corazón habla la boca”.
En la fiesta del Bautismo del Señor,
reconocemos la gracia de este don de Dios, y nos hacemos conscientes de la
necesidad urgente de comunicarlo a los demás con nuestro testimonio y con
nuestro anuncio explícito. Se nos tiene que notar desde lejos que vivimos
gozosos por nuestra fe, y que Jesucristo colma de dicha nuestra vida y
esperanza.
Pidamos
en esta eucaristía que Dios nos ayude para que día tras día vivamos esta fe con
ilusión, con gratitud y con generosa entrega a los demás, y en especial a
nuestros niños y jóvenes. De ese modo estaremos impregnando la vida de nuestros
pequeños del rocío copioso que los ayudará a crecer con vigor, no sólo en
estatura y fortaleza física, sino sobre todo en la gracia de Dios.
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