DOMINGO XXXIII TIEMPO ORDINARIO
13-11-16 (Ciclo C – Día de la Iglesia Diocesana)
Queridos hermanos todos. Celebramos en
este domingo, día del Señor, una jornada de especial relevancia para nuestra
vida comunitaria, el día de la Iglesia diocesana. Un día que nos invita a
seguir a Jesús más firmemente y a ser servidores de su Evangelio. La invitación
se dirige al corazón de cada miembro de la iglesia diocesana y, de manera
especial, al de cada una de nuestras parroquias y comunidades, grupos y
movimientos eclesiales. Es un día para celebrar la alegría de ser comunidad
diocesana y para renovar nuestra vocación de
serlo.
Nadie sobra en la iglesia en su propósito de ser verdadero Cuerpo de Cristo y auténtico Pueblo de Dios. Todos los miembros somos necesarios para constituir este cuerpo vivo. Sin nuestra colaboración siempre le faltará algo. Por esta razón, es también un día para fortalecer nuestra implicación personal y comunitaria
Nadie sobra en la iglesia en su propósito de ser verdadero Cuerpo de Cristo y auténtico Pueblo de Dios. Todos los miembros somos necesarios para constituir este cuerpo vivo. Sin nuestra colaboración siempre le faltará algo. Por esta razón, es también un día para fortalecer nuestra implicación personal y comunitaria
La familia cristiana es mucho mayor que
esta pequeña porción comunitaria en la que hemos nacido a la fe, y en la que de
forma cotidiana la vivimos y enriquecemos por medio de los sacramentos y la
actividad pastoral. Nuestra parroquia, esta de Santiago, y con ella todas las
demás parroquias de Bizkaia, forman la Iglesia diocesana de Bilbao, que bajo la
guía y el servicio apostólico de nuestro Obispo, desarrolla la misión
evangelizadora y misionera que Nuestro Señor Jesucristo encomendó a los
apóstoles.
Pero esta labor apostólica sólo puede realizarse
en la comunión eclesial. Todo en la Iglesia es comunión, y sin ella nada pueda
darse que podamos considerar auténtico. Los Obispos del mundo viven esa unidad
en la comunión entre ellos y con el Papa, sucesor de Pedro y Pastor de la
Iglesia universal; nosotros en la diócesis, sacerdotes, religiosos y seglares,
también vivimos esa unidad de fe y de vida en la comunión entre nosotros y con
nuestro Obispo diocesano, D. Mario.
Por ello podemos decir, que la jornada de
la Iglesia diocesana es ante todo la fiesta de la familia que reaviva en su
corazón los lazos de unidad, de afecto y de auténtica fraternidad, lazos
fundamentales para construir una familia eclesial sana, abierta a todos y que
vive en fidelidad al evangelio del Señor.
En esta tarea estamos todos involucrados,
y de hecho el apóstol Pablo, como hemos escuchado en su carta, no escatima en
esfuerzos para concienciar a todos los miembros de la comunidad para que asuman
su responsabilidad en la Iglesia y en el mundo, “el que no trabaja que no coma”. No podemos vivir nuestra vinculación eclesial
con apatía o desidia, como si el desarrollo de su vida no fuera con nosotros.
La pertenencia a la Iglesia ha de ser afectiva, con corazón y profundo
sentimiento de que es mía, que es mi familia vital y existencial, y también con
una pertenecía efectiva, es decir, que se nota su efecto en mi comportamiento,
compromiso y desarrollo de toda mi existencia. Ser miembro de la Iglesia me
hace hermano de los demás cristianos, seguidor y discípulo de Jesucristo, el Señor, e hijo de Dios y heredero de su Reino.
Un Reino que sin tener en este mundo su
plena realización, sí va emergiendo con la entrega personal de cada creyente
que lo va transformando y regenerando desde la justicia, el amor y la paz.
En esto se manifiesta el ejercicio de
nuestra vocación concreta, la llamada que de Dios hemos recibido y que con
libertad y responsabilidad cada uno desarrolla en su vida cotidiana.
Todos somos responsables de que nuestras
comunidades se sientan enriquecidas con los distintos ministerios y carismas
que la hagan vigorosa y eficaz en la transmisión de la fe.
Por ello podemos sentir la estrecha
vinculación entre Iglesia diocesana y las distintas vocaciones que puedan nacer
para su servicio.
En tiempos donde la vocación sacerdotal y
religiosa escasea, todos los miembros de la familia eclesial tenemos que
ponernos en clave vocacional. Las familias cristianas deben ser semilleros de
vocaciones, donde sientan con gozo y gratitud la llamada de uno de sus miembros
al servicio pastoral y a la animación de la comunidad. Tener un hijo sacerdote
o religiosa o religioso, no es una desgracia, sino una gracia que Dios nos ha
hecho porque ha provocado que en nuestro hogar se haya gestado con su amor y su
bendición, una vida al servicio de los demás con entera disponibilidad y
dedicación.
Esta vocación de ser miembros activos de
la iglesia vale para todos, y es necesario que saquemos también sus
consecuencias en el campo del sostenimiento económico de nuestra Iglesia. Una
de las claves para tomar conciencia de nuestra madurez eclesial es que la
Iglesia debe ser sostenida económicamente por sus propios miembros. El Estado
sólo debe entregar, aquello que los fieles han decidido compartir a través de
sus impuestos, y así lo ha establecido la legislación vigente.
Nadie puede acusar a la Iglesia de vivir
a costa de quienes no la quieren, aunque esta Iglesia nuestra, no haga
distinción de credos a la hora de servir con generosidad a todas las personas a
través de sus instituciones y de manera muy especial para con los pobres, a
través de cáritas.
Cristo tampoco despreció al necesitado
por no ser de fe judía. Al contrario, como buen Samaritano, nos llama para
acercarnos al hermano que sufre para ejercer con él la misericordia que brota
de su amor incondicional y universal.
La Iglesia ha de ser siempre el corazón de la humanidad, el motor del amor fraterno que transforme y dinamice el desarrollo de unas relaciones más justas y solidarias donde sea posible que emerja el reino de Dios. Y nuestra pertenencia a la Iglesia ha de ser vivida con plena conciencia y gratitud ya que en ella hemos nacido a la vida en Cristo, y en ella fortalecemos nuestra espiritualidad que nos une a Dios y a los hermanos.
Que en este día gozoso sintamos la
amorosa compañía de nuestra Madre Santa María. Que ella nos ayude a vivir con
entera disponibilidad nuestra vocación, para que así podamos cantar con gozo
las obras grandes que el Señor ha realizado en nuestras vidas.
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