DOMINGO
XXXIV SOLEMNIDAD
JESUCRISTO
REY DEL UNIVERSO (20-11-16; ciclo C)
Celebramos
hoy la solemnidad de Jesucristo como Rey del universo. Una manera de acercarnos
al final de la vida de Jesús con ojos de fe, y a la que unimos nuestra
esperanza de participar un día en ese
Reino de amor, de justicia y de paz instaurado por el Señor.
Toda la
vida de Jesús ha estado entregada al servicio de ese Reino de Dios. Su
espiritualidad centrada en el amor y obediencia al Padre, su desarrollo
personal en el conocimiento y escucha de la Palabra de Dios para ofrecerla a
los demás con la autoridad de quien la cumple, y sobre todo su pasión por los
últimos de este mundo sin hacer distinciones por motivos de raza, cultura e
incluso religión, nos muestran a una persona especialmente tocada por Dios
hasta el punto de reconocer en él al Mesías, al Hijo del Todopoderoso.
Esta experiencia de fe que nosotros hoy compartimos y
celebramos entorno al altar del Señor, nos ha sido transmitida por el
testimonio de otros creyentes. Llegando en esta transmisión de la fe hasta los
cimientos apostólicos.
Aquellos primeros discípulos del Señor, nos han dejado
como testamento este evangelio que hemos escuchado y donde el Rey de los
judíos aparece coronado de espinas, revestido con el manto de su cuerpo
torturado, y entronizado en el patíbulo de la Cruz, para escándalo y fracaso de
quienes lo seguían con entusiasmo, pero que en la hora de la verdad lo
abandonaron a su suerte.
Estas fueron las insignias reales de Jesús a quien
nosotros reconocemos como nuestro único Señor.
Jesús no
es rey al modo de la realeza de este mundo. Ni sus formas personales, y mucho
menos su comportamiento con los demás, podrá llevarnos a confundir el contenido
de su vida. Jesús se enfrenta y condena la tiranía de los poderosos que someten
y oprimen a los pequeños. Rechaza la opulencia y el lujo egoísta que se
desentiende de los pobres, asumiendo un estilo de vida donde comparte su misma
pobreza y se rebela contra la injusticia que la sustenta. Y por último, lejos
de imponer su poder por la fuerza, subyugando a los opositores y contrarios,
nos muestra el camino de la entrega personal, del servicio y de la misericordia
como el único auténticamente humano por el que merece la pena vivir y morir.
La
realeza de Jesús consiste en dar su vida, por cuya sangre hemos recibido la
redención y de este modo, desautoriza cualquier intento de manipular su
mensaje por parte de falsos mesías que autoproclamándose liberadores de los
pueblos, en realidad los someten bajo el yugo del terror y del miedo.
Situada
de esta forma nuestra comprensión de Jesucristo como Rey del Universo, también
podemos acercarnos adecuadamente a lo que supone para nuestras vidas.
Seguir a
Jesús por el camino del Reino de Dios nos lleva a distinguir con especial
claridad los hitos que marcaron el recorrido de su vida, la cual se nos narra
en el evangelio, y desde la que iluminamos nuestra existencia.
Aunque
el reino de Dios no es de este mundo, en el sentido de que no se identifica con
ninguna realización política temporal, este reino hemos de comenzar a
construirlo en el presente.
El reino
de Dios se basa en las bienaventuranzas proclamadas por Jesús. Se sustenta en
la misericordia y en el perdón que nos reconcilia y nos hermana en el amor. El Reino
de Dios se asienta en la justicia que a todos dignifica y en la verdad que nos
hace libres. El reino de Dios rechaza el lucro egoísta y la opresión de los
débiles, favoreciendo al necesitado, al pobre y al oprimido. Reconoce la
dignidad de todo ser humano como imagen y semejanza del Creador, denunciando
las injusticias que se cometan contra él, y luchando siempre por su promoción y
desarrollo, con la conciencia de ser una única fraternidad.
Desde
esta acogida del Reino de Dios, los cristianos nos sentimos especialmente
invitados a caminar de la mano de nuestro Señor con la fuerza de su Espíritu
Santo.
Así
podemos entender la entrega desinteresada de tantos hombres y mujeres, que
fieles a su vocación sacerdotal, religiosa y laical, van sembrando a su paso
semillas de vida y de esperanza, descubriendo entre las sombras del presente,
destellos de la luz de Dios que iluminan con su amor nuestros pasos y nos
ayudan a confiar en un futuro mejor.
Quiero
significar de forma especial un servicio que muchos cristianos desarrollan en
su vida y mediante el cual van construyendo el Reino de Dios. Me refiero al
compromiso social y político como expresión de la fe y vinculado a la vida de
la comunidad eclesial.
No es
fácil en un mundo tan condicionado por los intereses de mercado, de prestigio,
de poder, e incluso de partido, desarrollar una labor entregada y auténtica, en
fidelidad al evangelio del Señor y en comunión con su Iglesia.
Muchas
veces los cristianos en la vida pública se sienten zarandeados entre las
presiones de aquellos sectores de la sociedad que desean ser privilegiados en
sus intereses, y las exigencias que la conciencia cristiana y la enseñanza de
nuestra Iglesia les ofrece respetuosamente, para un justo servicio al bien
común.
Es muy
difícil, a la vez que injusto, marcar claves de conducta absolutas y generales,
sobre todo en un ambiente plural y libre como el sociopolítico. Pero tal vez sí
debamos tener muy en cuenta todos los cristianos que ser seguidores de
Jesucristo conlleva la fidelidad a su Palabra, recogida en el Evangelio y
vivida a lo largo de la historia por su Iglesia, y esta experiencia comunitaria
de la fe ha de ser para nosotros la primera escuela que forme nuestras
conciencias y el hogar en el que contrastar nuestras posiciones para poder
tomar una decisión coherente con nosotros mismos y en fidelidad a la verdad de
nuestra fe.
Junto a
esto, la comunidad cristiana, y en especial los responsables de la misma,
debemos alentar, sostener y acompañar con afecto a quienes de forma generosa
entregan su vida al servicio de los demás. A veces somos demasiado exigentes y
críticos sin comprender las tensiones y dificultades que nuestros hermanos
tienen que vivir cada día, además del riesgo que muchas veces sufren sus
personas y familias.
Entregar
la vida al servicio del bien común, en una sociedad multicultural, libre y
democrática muchas veces conllevará sufrir la tensión interior entre lo posible
y lo deseable. Tensión que sólo se puede vencer con una vida espiritual
asentada en Dios, creador y defensor del ser humano, por medio del seguimiento
de Jesucristo, único Señor a quien debemos servir, y animados con la fuerza del
Espíritu Santo que nos mantiene unidos en la esperanza y en el amor.
Que
al celebrar hoy esta fiesta del Señor, revitalicemos nuestro compromiso por el
Reino de Dios, le demos gracias por quienes entregan su vida al servicio de los
demás y así un día podamos todos escuchar las palabras que Jesús, en su trono
del dolor prometió a quien compartía su agonía, Te lo aseguro, hoy estarás
conmigo en el Paraíso.
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