DOMINGO IV DE ADVIENTO
18-12-16 (Ciclo A)
Llegamos al
final de este tiempo de preparación para la navidad, y echando la mirada a
estas cuatro semanas podemos ver si hemos dispuesto nuestra vida para acoger
con esperanza y alegría al Señor.
Como
nos decía Juan el bautista al comenzar el adviento, “el tiempo se ha cumplido”.
Dios entra en nuestras vidas para revitalizar en ellas todo el amor que él puso
en el momento de nuestra creación. Dios viene a compartir nuestra historia para
vivir, gozar y sufrir a nuestro lado. No quiere quedarse al margen de lo que
nos suceda, sino acompañar nuestro camino de manera que siempre sintamos su
fuerza y su ánimo renovador.
El
tiempo se ha cumplido y mirando nuestro corazón vamos a descubrir si estamos en
disposición de recibir y acoger su palabra que se hace carne, y le dejamos
transformar nuestras vidas.
Este
recorrido personal y profundo lo tuvo que realizar el mismo S. José. El
evangelio de estos días nos situaba ante la generosa entrega de María; ahora volvemos
la mirada hacia la otra persona fundamental en la vida de Jesús, aquel que le
entregó su amor paternal, y por medio de quien descubrió que Dios era su
verdadero Padre, Abba.
José,
era justo y no quería denunciar a María, nos cuenta el evangelio de Mateo.
Cualquier hombre justo y cumplidor de la ley de Moisés tenía la obligación de
denunciar a su mujer si ésta le había sido infiel.
El
evangelio recalca con especial sencillez que José era justo, pero según la
justicia de Dios, que es ante todo bondad y misericordia. El supo mirar más
allá de las leyes que tal vez eran y son demasiado frías y poco
misericordiosas. Denunciar a María hubiera sido la ruina para ella, la hubieran
condenado a morir.
La actitud de José muestra que el amor auténtico es capaz de
mirar más allá de lo que aparentemente acontece y descubrir desde la confianza,
cuáles son las verdaderas actitudes del corazón. María, la mujer a la que
amaba, no podía haber olvidado la promesa de amor fiel que le había hecho. Algo
escondido a su entender tenía que estar pasando en ella. Y aquí entra la acción
directa de Dios.
“José, no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la
criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo”. Si María había mostrado su
plena disponibilidad para acoger la propuesta de Dios, de ser la madre de su
hijo, José muestra su fe auténtica al confiar en la palabra del Señor y recibir
como propio, al Hijo de Dios.
La persona de José es de trascendental importancia en la vida de
Jesús. Todos los relatos de su infancia nos muestran la unidad de la Sagrada
Familia. José y María junto al pesebre; los dos
contemplando la adoración de los Magos; los dos huyendo al exilio en
Egipto para salvar la vida de su hijo; los dos regresando a Nazaret tras
recibir José en sueños que Herodes había muerto. Los dos volviendo angustiados
a Jerusalén para buscar al hijo perdido en el templo.
Son relatos muy elaborados por la tradición cristiana, pero que
si algo nos quieren dejar claro es la verdadera humanidad de un Dios que entra
en la historia en el seno de una familia humilde pero unida, y que en esa
unidad superarán las dificultades que vayan surgiendo.
Así al terminar este adviento también nosotros hemos de revisar
nuestra vida de fe y de entrega a los demás, y descubrir si estamos preparados
para acoger al Dios que quiere acampar en medio de nosotros.
Ver si nuestra disponibilidad y entrega son al estilo de María,
capaces de acoger una nueva vida que nos haga vivir agradecidos a Dios por lo
que somos y tenemos, a la vez que entregados a los demás, especialmente a los
más pobres y necesitados. Ver si nuestra confianza en la acción de Dios es como
la de José, que se deja cambiar el corazón para que sea Dios quien actúe a
través de él.
Así celebramos hoy una jornada especial de cáritas. Una de
tantas, podemos creer. Pero no es una más, es la que en medio de estas fiestas
tan opulentas para algunos, llaman nuestra atención ante la penuria de muchos
hermanos.
Preparar el camino al Señor se realiza desde la solidaridad,
sabiendo que tal vez no tengamos medios para cambiar la historia, pero
confiando que sí tenemos capacidad para hacer llegar un poco de esperanza a
hogares cercanos, necesitados y que claman a Dios ante la injusticia que
sufren.
No podemos acabar sin recordar tantas situaciones de guerra,
violencia y pobreza, que se sitúan ante el pesebre de Belén esperando que Dios
con su nacimiento las llene de esperanza y amor. Al vivir esta jornada de
solidaridad agradecemos al Señor todos los trabajos y esfuerzos de tantos voluntarios
y personas anónimas que cada día, a través de Cáritas diocesana, llevan la
esperanza y el consuelo a los hogares de los más desfavorecidos. Ellos son los
mensajeros del Salvador en medio de la miseria, y son estrellas que brillan en
medio de la oscuridad de un mundo que muchas veces se olvida de los pobres y
marginados.
El
tiempo de Navidad que dentro de dos días celebraremos con alegría, ha de ser
para el creyente un tiempo nuevo de reconciliación entre todos, buscando
estrechar los lazos familiares y vecinales, sabiendo vivir la tolerancia y
buscando que sea la palabra de Dios la que oriente nuestra vida en todo
momento. Que nuestros hogares sean espacios de amor y escuelas de humanidad,
así el mundo descubrirá la gloria de Dios por la paz que viven los hombres y
mujeres que él ama desde siempre.
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