FIESTA DEL BAUTISMO DEL SEÑOR
8-1-2017 (Ciclo A)
La fiesta del Bautismo del Señor cierra este tiempo de gracia
que es la navidad. El anuncio que los ángeles ofrecieron a los pastores “en la
ciudad de Belén os ha nacido un Salvador”, es hoy ratificado por el mismo Dios,
“Tú eres mi Hijo amado, mi preferido”. El Dios que tantas veces se manifestó
ante su pueblo por medio de sus profetas y enviados, habla ahora por sí mismo
ante el Hijo adulto que se dispone a asumir su vocación y misión en perfecta
fidelidad al Padre.
El bautismo de Jesús supone el comienzo de su vida pública y
ministerial. Hasta ahora ha vivido en su pueblo, junto a su familia y seres
queridos, completando su formación humana y espiritual; un tiempo discreto y
silencioso que ha ido construyendo su ser y madurando su personalidad.
De este espacio entre su infancia y madurez, no tenemos más
que un pequeño relato, donde S. Lucas nos muestra a un Jesús adolescente en el
Templo entre los doctores de la Ley. Aquel niño perdido y encontrado por sus
padres regresa con ellos a Nazaret, y el evangelista terminará diciendo, que
“Iba creciendo en estatura y en gracia ante Dios”. Es decir, que la vida del
Jesús adulto viene precedida por todo un tiempo largo de maduración personal,
vivencia interior y riqueza espiritual. Y así, comienza su tarea con un gesto
simbólico, su bautismo.
De la misma manera que todos
aquellos hombres y mujeres animados por el mensaje de Juan quieren prepararse
para acoger el don de Dios, Jesús se pone en la fila de los pecadores para
cambiar el rumbo de nuestra historia. Y aunque no necesite del bautismo como
remisión de los pecados, sí nos muestra que por este gesto, el mismo Dios se
nos manifiesta como Padre y nos agrega a su pueblo santo.
Los bautizados somos
incorporados a la familia de Dios, nos hacemos hijos suyos por medio de su Hijo
Jesucristo, y asumimos la misión de anunciar el evangelio que vivimos,
entregándonos en la construcción del reino de Dios en medio de nuestro mundo y
ofreciendo nuestras vidas al Señor para ser portadores de su esperanza desde el
servicio a los más pobres y necesitados.
Cada uno de los cristianos
debemos este nombre a nuestra vinculación a Cristo, sacerdote, profeta y rey, y
que nos une a la gran familia de la Iglesia. El pueblo santo de Dios existe
mucho antes de nuestra incorporación personal al mismo, y al ser admitidos en
su seno por el bautismo, como miembro de pleno derecho, nos comprometemos a configurarnos junto a todos
los hermanos, conforme a la persona de Jesucristo nuestro Señor.
El sacramento del bautismo, por unirnos a la comunidad
cristiana, también compromete a ésta para el desarrollo y maduración de la fe
de sus miembros. Y asimismo la acogida eclesial que se les hace es motivo de
alegría por la gozosa experiencia del nacimiento de una nueva vida, fruto del
amor de sus padres y sacramento del amor creador de Dios.
Hoy es la fiesta de nuestro bautismo, y al recordarla también
podemos mirar cómo está siendo nuestra vivencia espiritual. Vamos a recuperar
la fuerza de Dios en nuestra vida y así vivir animados por él para entregarnos
a los demás. No nos vayamos apagando poco a poco cayendo en la rutina y
perdiendo el sentido de nuestra fe.
Muchos somos los bautizados y no tantos los que vivimos con
plena conciencia este don gratuitamente recibido. De hecho en nuestros días nos
ha de causar enorme tristeza contemplar cuantos hermanos nuestros han ido
abandonando su vivencia religiosa desde la desafección eclesial, y cómo algunas
incluso lo justifican diciendo que son creyentes pero no practicantes. La
planta de la fe que no se nutre con el riego fecundo de la Palabra de Dios,
alimentándose frecuentemente con el pan de la eucaristía, se va degradando
progresivamente y muere de forma irremediable.
Es misión de nuestras comunidades eclesiales, favorecer el
retorno a la comunidad de aquellos que por cualquier causa se han distanciado
de ella, desde un proceso de acogida y de recuperación de su experiencia
espiritual.
El bautismo de los niños siempre se celebra condicionado a la
fe de sus padres o tutores, y con el acompañamiento permanente de la comunidad
cristiana que lo alienta y sostiene. Un sacramento celebrado por el mero
interés o costumbre social, no favorece a nadie además de poner en serio peligro su autenticidad.
La gracia de Dios se ofrece a
todos, pero vivir bajo la acción del Espíritu sólo es posible si acogemos el
don de Dios y lo vamos desarrollando con nuestra disponibilidad y entrega. Para
ello está la comunidad eclesial, que como madre y maestra, acompaña y fortalece
la fe de sus hijos para que sean discípulos de Cristo en el mundo.
Al igual que el bautismo de un adulto ha de ir precedido de un
tiempo de formación que le ayude a recibir la Palabra de Dios y acogerla en su
corazón, los niños necesitan de un entorno familiar donde les sea posible
conocer a Dios, aprender a dirigirse a él con la confianza de los hijos e ir
sintiéndolo como el amigo cercano que nunca falla. De la transmisión de la fe
de los mayores depende la apertura a la misma de los pequeños. Porque como bien
sabemos, de la buena siembra, depende la abundante cosecha.
Que en esta fiesta del bautismo de Jesús, recuperemos la
alegría de sentirnos parte de su familia y pueblo. Que podamos recuperar la
fuerza misionera en nuestras vidas y así vivir con ilusión nuestro ser
cristianos.
Ser cristianos no es algo
vergonzante o a ocultar, no es como muchas veces se nos quiere hacer creer una
experiencia privada y condenada a vivir en el ocultamiento. Ser cristiano
significa ser discípulo de Jesucristo nuestro Señor, a quien nos gloriamos de
confesar como nuestro Dios y Salvador, y este don tan inmenso no puede ser
silenciado por nada, porque “de lo que rebosa el corazón habla la boca”.
En la fiesta del Bautismo del
Señor, reconocemos la gracia de este don de Dios, y nos hacemos conscientes de
la necesidad urgente de comunicarlo a los demás con nuestro testimonio y con
nuestro anuncio explícito. Se nos tiene que notar desde lejos que vivimos
gozosos por nuestra fe, y que Jesucristo colma de dicha nuestra vida y
esperanza.
Pidamos en esta eucaristía que Dios nos ayude para que día
tras día vivamos esta fe con ilusión, con gratitud y con generosa entrega a los
demás, y en especial a nuestros niños y jóvenes. De ese modo estaremos impregnando
la vida de nuestros pequeños del rocío copioso que los ayudará a crecer con
vigor, no sólo en estatura y fortaleza física, sino sobre todo en la gracia de
Dios.
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