DOMINGO XXIX DEL AÑO
22-10-17 (Ciclo A – Jornada del Domund)
Celebramos en este domingo, la Jornada
mundial de la propagación de la fe, el Domund.
Qué
espacio tan apropiado para centrar nuestra atención en la misión que todos
tenemos de ser transmisores de la fe. Comenzando por el hogar familiar donde
debe volver a resonar la experiencia religiosa como el nexo fundamental de
unidad, y dejar que sea Dios quien vaya sembrando con su amor todas las
relaciones familiares y sociales.
Esta es
la llamada que Jesús nos hace en el evangelio y que en su diálogo con los que
intentan manipular la fe, les deja bien claro que: “Al César lo que es del César y a Dios lo que
es de Dios”.
Una frase que lejos de querer diferenciar
los campos de los social y lo religioso, sentencia la primacía de la fidelidad
a nuestra vocación sobre los intereses ideológicos, políticos o económicos. Que
ser seguidor de Cristo conlleva poner por delante la autenticidad de la fe y
buscar siempre la voluntad de Dios y no las conveniencias individualistas.
El poder social que ejercían los fariseos
abarcaba todos los campos de la vida, social y religiosa. Y para Jesús, la vida
entera del ser humano ha de ser orientada conforme al plan liberador de Dios y
no dejarse condicionar por los criterios ambientales provenientes de alguna
ideología o de cualquier estrategia para la supremacía de los intereses
particulares.
El gran reto para nuestra fe y vida
diarias, no es darle al mundo lo que es del mundo. Ya se encarga él de cobrarse
cada día más de lo que le pertenece. Lo importante es dar “A Dios lo que es de
Dios”. Y entonces conviene que nos preguntemos, ¿qué es de Dios?, aunque la
respuesta es evidentemente muy clara para un discípulo de Jesús.
Porque de Dios es todo lo que afecta a su
creación y a sus criaturas. Si Dios es Padre de todos, a Dios le afecta todo lo
que les suceda a sus hijos. Y cuando decimos todo, no hay exclusión ni
excepción.
A Dios no sólo le importa la experiencia
religiosa de los hombres. A Dios le incumbe la realidad integral de la persona,
su vivencia interior y su dimensión social, porque su experiencia espiritual no
es ajena a su relación con los demás, ya que es ahí donde se deciden los
destinos de las personas, su promoción y desarrollo o su exclusión, esclavitud,
opresión y muerte injusta.
La fe tiene mucho que decir a este mundo
nuestro y a todas sus relaciones. Cuando la Iglesia se pronuncia sobre temas
sociales y políticos, enseguida salen quienes se sienten aludidos atacándola de
injerencia, buscando trapos sucios que echarle a la cara y manipulando su
desprestigio público. Las armas para su defensa son mucho más endebles y sólo
la autenticidad de su vida y el continuo servicio humilde y silencioso es lo
que puede hacer.
Cuando la Iglesia condena los abusos de
leyes que oprimen a los más pobres y limitan los derechos de las personas, no
cae en saco roto su denuncia.
Pero aquellos que tienen la
responsabilidad de resolver los graves problemas del pueblo, se sienten
molestos y amenazados por la libertad de una Iglesia que no se pliega a sus
intereses. Y esto tampoco se olvida. Es cuando se arremete contra ella porque
no comparte los objetivos de quienes imponen sus tesis o proyectos.
Escuchar hoy la llamada de Dios, nos ha de
llevar a buscar su reino y su justicia. También nosotros tenemos que darle a
Dios lo que es suyo, y esto es transformar este mundo nuestro en su reino de
amor, justicia y paz, desterrando todo aquello que lo divide y esclaviza. Somos
hermanos los unos de los otros, y en este día del Domund es cuando más
claramente aparece la fraternidad universal.
Los
misioneros diseminados por todo el mundo, especialmente en los países más
pobres de la tierra, sólo son noticia cuando sucede alguna catástrofe. El resto
del año y del tiempo, desaparecen del foco de atención mediática. Sin embargo
es su entrega constante, su servicio y sacrificio diario, lo que siembra de
amor y de esperanza la vida de millones de personas desahuciadas por la
dinámica egoísta que sustenta las relaciones de mercado de nuestro mundo.
Los
misioneros siguen siendo la caricia de Dios en medio de este mundo tan
necesitado de nuevas formas socio-económicas que, sustentadas en los valores
del Reino de Dios, sean el sustrato fecundo del que emerja una auténtica
fraternidad universal.
Hoy
celebramos esta jornada anual del Domund; muchos ayudaremos con nuestras
aportaciones económicas, con nuestra oración confiada, y con el recuerdo
agradecido, los trabajos de nuestros misioneros. Ellos en la distancia física han
de sentirse alentados y sostenidos por nuestro amor fraterno.
Que
sepamos alentar su labor, más que con el dinero, que siempre es necesario, con
nuestra oración, apoyo y solidaridad, las cuales son imprescindibles.
Y que al
contemplar su entrega y sacrificio, demos gracias a Dios que sigue suscitando
en medio del mundo, personas que desarrollan hasta el extremo lo mejor de la
condición humana.
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