DOMINGO I DE CUARESMA
21-2-2021 (Ciclo B)
Un año más el año litúrgico nos ofrece
vivir este tiempo cuaresmal como una nueva oportunidad para adentrarnos en el
desierto y abrir nuestras vidas al Señor: “Se ha cumplido el plazo, está cerca el
Reino de Dios. Convertíos y creed la Buena Noticia”.
Conviene desde este primer domingo ir
desgranando lo que va a ser nuestro recorrido cuaresmal, preparar esta entrada
en el desierto de nuestras vidas para aprovechar el momento personal, social y
eclesial a fin de transformar nuestros corazones y poder celebrar así el
misterio central de la fe de forma plena y renovada.
Nos adentramos en el desierto cuaresmal
para que libres de lo superfluo, lo innecesario, aquello que tal vez nos
estorba e incluso entorpece, podamos centrar nuestra mirada en Dios y acoger
con gratitud su mensaje de esperanza.
Esta ha de ser nuestra primera actitud
cuaresmal, la gratitud.
Para agradecer hay que recordar,
recuperar la memoria personal, familiar y social, y ver que en medio de las
penalidades de nuestra vida, a pesar de descubrir un mundo que no es ni mucho
menos el Reino de Dios esperado y anhelado por la humanidad, sin embargo sí
hemos tenido presencias del Señor que han suscitado en nosotros esperanza y
gozo, y han fortalecido nuestra fe y sostenido el ánimo en medio de la
adversidad.
Con los ojos de la fe, los cristianos
podemos descubrir que es Dios mismo quien nos alienta en cada circunstancia de
la vida, y que sólo en él encontramos la razón para seguir caminando por el
sendero de la justicia, la verdad y la paz, rechazando las tentaciones de optar
por caminos que nos puedan hundir en el individualismo, la venganza o la
indiferencia para con los demás.
Los cristianos
tenemos por delante un tiempo en el que debemos mirar en profundidad nuestras
vidas, desde la verdad y la confianza. No tenemos ninguna necesidad de
enmascarar lo que somos, porque la única mirada que descansa sobre nosotros es
la nuestra y la de Aquel que nos ama por encima de todo. Debemos reconocernos
en la verdad de lo que somos para apuntalar bien nuestro edificio personal,
descubriendo dónde están nuestros anhelos, cuáles son nuestras ambiciones, y en
qué ponemos las ilusiones y los deseos. De este modo podremos descubrir si
nuestra vida asienta sus cimientos sobre la roca de la fe en Jesucristo, o si
por el contrario se sustenta sobre las arenas del egoísmo, donde lo material y
el bienestar personal ocupan demasiado espacio en el corazón cerrándolo a Dios
y a los hermanos.
Debemos preguntarnos
también cuáles son nuestros sentimientos ante los problemas y retos del
presente. Es la Palabra de Dios la que ilumina nuestras opciones personales, la
toma de las decisiones, el ejercicio de nuestras responsabilidades sociales, o
por el contrario nos dejamos fácilmente influenciar por los criterios
individualistas o ideológicos ajenos a la fe y a los valores que del evangelio
se desprenden.
Esta mirada sincera a
la profundidad de nuestro ser nos ha de llevar a vivir este tiempo con
confianza. La cuaresma no es el aguafiestas de la vida. No es un tiempo de
prohibiciones ni de amarguras. Es el tiempo del encuentro gozoso con el Señor
que nos ama y anima a vivir en plenitud la existencia que nos ha dado a cada
uno de nosotros. Y porque nos ama, nos llama para que retomemos el camino hacia
él.
Una llamada a renovar
nuestra vida para que desarrollemos en ella todo lo bueno que el Creador nos ha
regalado. No olvidemos, que al igual que a Jesús, es el Espíritu Santo el que
nos empuja al desierto.
Es el Espíritu de Dios quien nos mira y
nos enfrenta ante el espejo de nuestro ser, no para reprochar infecundamente
nuestra existencia, sino para motivar el cambio y el reencuentro con nuestra
auténtica dignidad de hijos, y recuperar así la semejanza perdida por el pecado.
Durante este tiempo busquemos espacios de
soledad y recogimiento donde orar y escuchar la Palabra de Dios. El no condena
ni humilla, no pide sacrificios ni imposibles, sólo espera que recuperemos las
riendas de nuestra vida, nos liberemos de las ataduras que todavía nos sujetan
a esta forma de vivir materialista y superflua, y nos dejemos conducir por su
mano bondadosa a fin de recuperar nuestra libertad y responsabilidad ante Dios
y ante los hermanos.
Tal vez la primera
tentación que debemos superar es la de la apatía o el dejarnos llevar por la
corriente ambiental. Ciertamente nuestro mundo presente no es muy dado a crear
espacios de silencio y de reflexión personal, por eso el esfuerzo a realizar es
mayor. El ruido que se impone en el ambiente, donde hay tantas palabras vacías
e interesadas, nos envuelve y confunde. Por eso se hace tan necesario descansar
nuestros oídos en Aquel que tiene palabras de vida eterna. Y un instrumento que
en este tiempo puede ayudarnos a profundizar en el diálogo con el Señor, es su
propia Palabra, la Sagrada Escritura cuya lectura y meditación son
insustituibles en la vida espiritual de todo cristiano. Busquemos espacios
tranquilos y sosegados para acercarnos a ella, tanto de manera personal como
familiar.
Pidamos hoy al Señor que nos ayude a
caminar por este desierto cuaresmal del mismo modo que él lo hizo, dejando
hablar al Padre Dios, escuchando su voz y descubriéndole en los acontecimientos
cotidianos. De este modo sentiremos la invitación de su llamada a la conversión
personal, y acercándonos con humildad al sacramento de la reconciliación,
bálsamo reparador por su amor, sanar toda nuestra vida con la fuerza de su
misericordia.
Que la austeridad, la
oración y la caridad actitudes que el evangelio nos urge a integrar en nuestra
vida, nos ensanchen el corazón para vivir este tiempo con esperanza y provoque
en nosotros signos fecundos de auténtica conversión, desde los cuales anunciar
a Jesucristo en medio de nuestro mundo, con la fuerza y el gozo del Espíritu
Santo.
Inmatriculaciones
Quiero
acabar haciendo una breve referencia a unas noticias aparecidas sobre los
bienes de la Iglesia y las llamadas inmatriculaciones.
La
Iglesia tiene registrado como propiedad aquello que es exclusivamente suyo,
bien por adquisición legítima, o lo recibido por donaciones de los fieles con
absoluta transparencia.
A
lo largo de la historia, y desde sus orígenes, han sido y son innumerables los
cristianos que han puesto y ponen sus bienes al servicio de la comunidad cristiana
para ayudar a los necesitados y atender
las necesidades pastorales y apostólicas de la Iglesia.
No
es nueva esta polémica, y parece que su recurrencia por parte de algunos
responsables políticos se deba más bien a intentar levantar una humareda que desvíe
la atención de los problemas más graves que angustian a la sociedad y que ponen
de manifiesto la deficiente solución de los mismos por su parte.
Como
dijo hace unos días el Obispo Secretario Gral. de la CEE, “la Iglesia no quiere
nada que no sea suyo”, y yo añado: pero tiene la obligación de custodiar con
responsabilidad sus bienes, desde la gratitud a quienes en su día los
entregaron para bien de los hermanos, especialmente los más pobres y
necesitados.
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