DOMINGO II DE CUARESMA
28-02-21 (Ciclo B)
En este segundo domingo de cuaresma,
podemos centrar nuestra atención en la Palabra de Dios desde la pregunta
planteada por San Pablo al comienzo de su carta, “Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?”, o dicho
de otra forma, si Dios sostiene nuestra vida, y descansa en él nuestra
esperanza, ¿quién podrá romper nuestra paz y nuestra dicha?
Y sin embargo, a pesar de sentir muchas
veces con intensidad esta experiencia personal de encuentro con Dios en el que
nuestra fe sale fortalecida, podemos experimentar también pruebas fuertes donde
sentimos que todo se tambalea.
Así nos situamos en la experiencia de
Abraham. Un hombre que según nos relata la Biblia lo dejó todo para seguir la
voluntad de Dios. Abandonó su tierra, se despojó de sus seguridades y se lanzó
a la aventura de la fe, puesta en un Dios cuya única promesa fue la de darle
una descendencia numerosa. Ciertamente esa promesa lo era todo, porque no
olvidemos que el valor de los hijos, de la familia y del número de
descendientes era la gran riqueza anhelada por todo hombre de aquel tiempo.
Y cuando Dios cumple su palabra y le da
un hijo, le pide un imposible, que se lo ofrezca en sacrificio. Y aunque el
relato del A.T. no nos deja entrever ningún atisbo de duda, y Abraham se
dispone a cumplir fielmente este terrible mandato, no se nos escapa la dureza
de aquella experiencia que rompía su alma. Es el momento de afrontar la prueba
de la fe.
Algo similar vivieron los discípulos del
Señor. Ellos habían dejado todo para seguir con entusiasmo al Maestro. A su
lado fueron descubriendo una nueva forma de vida basada en la confianza plena
en Dios y que Jesús iba transmitiendo desde su experiencia familiar e íntima
con él. A su vez ese entusiasmo crecía por las palabras y los signos
extraordinarios que Jesús realizaba, lo que les hacía confiar plenamente en la
intervención definitiva de Dios en la historia para salvarla y transformarla en
el Reino anunciado por el Señor, el Mesías.
Sin embargo también llegan para los
discípulos los momentos de dificultad, de duda y de abandono. Justo antes de
este relato evangélico que acabamos de escuchar, Jesús ha anunciado por primera
vez la cercanía de su pasión, se ha enfrentado duramente a Pedro que intentaba
persuadirle para que tomara otro camino, y acaba de advertir a sus discípulos
que el caminar a su lado conlleva sacrificio, sufrimiento y servicio, de tal
manera que “si alguien quiere venirse en
pos de mi, niéguese a sí mismo, tome su
cruz y me siga. Porque quien quiera salvar su vida la perderá; pero quien
pierda su vida por mi y por el Evangelio, la salvará”.
Son momentos de incertidumbre, de
sopesar las apuestas realizadas y de asumir opciones fundamentales en la vida.
Y así Jesús, como nos narra el evangelio de hoy, toma consigo a sus más
cercanos y en la intimidad más absoluta les enseña la realidad de su ser, se
transfigura ante ellos. Es decir, les abre el alma hasta el punto de mostrarse
tal y como es en su realidad humana y divina, en la verdad de su persona unida
a la del Padre Dios. Y en esa experiencia que desborda su capacidad de
entendimiento, ven junto a Jesús a dos personajes que sustentan los fundamentos
de su vida espiritual, Elías quien representa la profecía, y Moisés, quien
recibe la ley de Dios. Profecía y ley, convergen en Jesús, sólo él es el “Hijo
amado” de Dios, a quién el señor nos manda acoger y escuchar. Ya no hay más
profetas, no hay más intermediarios que disciernan los signos de los tiempos.
En Jesús Dios lo ha hablado todo, y no se ha dejado ninguna palabra por decir.
De modo que su persona es ahora, y por siempre la Encarnación divina.
Y si en esta larga historia humana,
hemos necesitado un pedagogo que nos ayudara a caminar, como dirá S. Pablo, y
esa ayuda era la ley que nos marcaba los límites para no salirnos del camino y
caer en el abismo. Jesús ha superado la ley por el amor. Un amor entregado
hasta la muerte, y donde el Padre Dios no encontró la compasión que sí halló
Abrahám para con su hijo Isaac.
San Pablo, buen conocedor de la historia
sagrada de su pueblo, y meditando este episodio del Génesis que hemos escuchado
en la primera lectura, llega a la certeza de que Dios ha pagado por nosotros un
rescate demasiado elevado como para dejarnos de la mano o permitir que alguien
nos arrebate de su lado.
Dios nos ha engendrado desde la muerte y
resurrección de su Hijo, y el precio de nuestro rescate es la sangre vertida en
la cruz por aquel a quien presentó ante el mundo como su “Hijo amado”.
Nada, mis queridos hermanos puede apartarnos
del amor de Dios, no hay excusas que justifiquen nuestra lejanía de su lado.
Sólo nosotros podemos tomar semejante decisión. Sí, el cristiano que ha
vinculado su vida a la del Hijo amado de Dios, a nuestro Señor Jesucristo, no
puede temer vivir alejado de él, salvo que libremente tome esta decisión.
Las dificultades de la vida, los
sufrimientos y penurias por las que podamos atravesar en un momento dado, no
son causa suficiente para apartarnos del amor de Dios, porque por esas mismas
realidades ya ha caminado Jesús, y en ellas nos ha mostrado que es posible
seguir confiando en Dios, ya que su amor nunca nos deja de la mano.
No confundamos la realidad de nuestra
limitación personal y como colectividad humana, con una dificultad insalvable
para la fe. Porque la fe, cuando realmente existe, todo lo aguanta, lo soporta
y lo supera, ya que la fe, como el amor, “cree sin límites, disculpa sin
límites, aguanta sin límites”, la fe que se sustenta en el amor, no pasa nunca.
La transfiguración del Señor, nos está
ayudando, en medio de la pesadez del camino, a no dejar de centrar nuestra vida
en la gozosa esperanza pascual. Si larga es la cuaresma de nuestra vida, y en
ocasiones tendremos que soportar la amarga experiencia de la pasión, no dejemos
de contemplar con confianza al “Hijo amado de Dios” que nos sigue sosteniendo y
alentando desde su resurrección.
Así con esa serena esperanza, seguro que
también podremos sentir lo “bien que se está aquí”, a su lado, porque si
centramos nuestra mirada en el Señor, y ponemos en sus manos nuestras vidas,
seguro que las llevará a su plenitud.
Vivamos este tiempo de gracia de forma
fecunda, para que así seamos en medio de nuestro mundo, fermento de esperanza y
consuelo para nuestros hermanos.
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