SOLEMNIDAD
DE SAN JOSÉ
19 de marzo
de 2021
150º Aniversario de su declaración como Patrono de la Iglesia Universal
Celebramos
hoy la Solemnidad de S. José, el “Custodio del Redentor y esposo de la Virgen
María”, como lo declara el Papa Francisco al comienzo de la oración para este
día.
La vida de S. José es más conocida por lo que la devoción popular ha ido acogiendo a lo largo de los siglos, que por los relatos bíblicos sobre su persona, que son muy escasos. Con todo sí podemos acercarnos a su persona y su vida, por lo que en él realizó de manera extraordinaria la mano bondadosa de Dios.
José de Belén, sería un joven como cualquiera de su tiempo, que al igual que María de Nazaret vivía con profunda intensidad su fe en Dios. Hijos de un pueblo creyente, sabedor de su elección divina a lo largo de los siglos, experimentarían desde su infancia el amor y la misericordia que Yahvé había derramado sobre ellos y desde la cual proyectarían su vida. Así José enamorado de María, y ésta de él, unirían sus vidas en esa aventura que es el matrimonio desde la cual fundamentar su familia y anhelar unir sus vidas para siempre en el amor esponsal.
Esta
decisión, bendecida sin duda por el Señor, pronto va a ser también traspasada
por la mano del Todopoderoso. Su proyecto de amor será bendecido de una manera
única y sobrenatural por Dios, de manera que María “la esclava del Señor” dará
su sí a la propuesta de ser la Madre del Hijo de Dios, lo cual tendrá también
consecuencias para la vida y la fe de José.
La
decisión de María romperá inicialmente el corazón de José, quien sin comprender
lo acontecido pero confiando en su alma en María, decide apartarse de su vida
con discreción. Sin embargo, las decisiones humanas que se toman conforme a la
voluntad divina, como era el caso de su unión matrimonial, no quedará
abandonada de la mano del Señor. Y nuevamente será Dios quien intervenga para
que de la duda surja la luz de la verdad, de la sospecha la confianza absoluta
y del cambio de rumbo la vuelta a la senda por la que transitan los designios
de Dios.
José
supo acoger con confianza la voluntad de Dios, y por ella reencontrarse de
nuevo con el amor de su vida para compartir a su lado, y desde una paternidad
otorgada por Dios, el amor, el cuidado y la educación del Redentor.
Nunca es fácil abrirse a los caminos que muestra el Señor en nuestras vidas, y muchas veces nos empeñamos en hacer las cosas a nuestra manera y conforme a nuestros prejuicios. Sin embargo, la experiencia de los santos y de los grandes testigos de la fe, nos muestran que cuando dejamos actuar a Dios y nos abandonamos confiadamente a su voluntad, Él realiza obras capaces superar cualquier expectativa colmándonos de amor.
San José nos sigue mostrando hoy este camino de confianza y de abandono en el Señor, él además de ser patrono de la Iglesia, desde siempre fue tenido como el garante de la buena muerte, porque dejó este mundo con el cuidado y consuelo de Jesús y de María. Una familia sagrada que es para todos modelo de intimidad, de respeto y de amor. El Papa Francisco, en este preciso día, ha promulgado el año de la Familia poniéndolo bajo el amparo y protección de S. José.
Cuánto
necesitamos encomendarnos a él en estos momentos de nuestra historia. Ayer
mismo el Congreso aprobaba la ley de Eutanasia, y lo hacía creyendo que con
ello ofrecía una respuesta óptima a las demandas de tantas familias que
atraviesan la dura experiencia de la enfermedad, el sufrimiento y la agonía en
cotas ciertamente insoportables. Nadie debe juzgar a quienes tanto sufren en su
cuerpo, en su mente y en su ámbito familiar.
Sin
embargo nosotros los cristianos, nunca podemos aceptar la muerte provocada como
respuesta y solución al deterioro extremo de la vida. Sin juzgar a nadie, sí
podemos ofrecer un camino de vida y de esperanza, porque acogemos la vida como
don de Dios, y sabemos que sólo a Él le corresponde completar su tránsito por este
mundo, aunque los momentos finales de la misma nos resulten trágicos.
Para nosotros, los cristianos, también la experiencia de la enfermedad mortal, además de conllevar muchas veces dolor y angustia, vemos que afecta no sólo al enfermo sino también a su entorno más cercano. Pero es en este momento decisivo de nuestra existencia cuando más necesitamos de la ayuda del Señor para vivirlo con profunda humanidad y confianza. El enfermo que padece esta situación, sabe que está atravesando el último tramo de su vida, y que camina junto a la cruz del Señor, apoyándose en él para recorrer su vía crucis final. No podemos engañar a los enfermos con falsas promesas de sanación cuando se acerca su momento crucial, debemos ayudarle a prepararse para el encuentro con el Señor, sosteniéndole en su esperanza y confortándole con el sacramento que le unge en el amor misericordioso de Dios. Por eso morir dignamente no sólo está en las manos del enfermo, también depende y mucho de su entorno.
La
familia, los amigos, todos los seres queridos quedan concernidos en esta
experiencia humana, de manera que nuestra compañía, afecto, cercanía y
comunicación de sentimientos se hace extraordinariamente necesaria. Sabiendo
que para lo que a otros la ley puede permitir a nosotros nos está vetado, y que
la muerte digna que otros postulan, para nosotros resulta un asesinato.
Cada
cual ha de tomar decisiones responsables en la vida, y sabemos que estas no son
siempre sencillas ni simples. Conllevan muchas veces la apuesta fundamental de
nuestra existencia que nos acerca o nos separa de Dios y de los hermanos.
Lo que sí tenemos que pedir como cristianos y ciudadanos a nuestros gobernantes, son los cuidados paliativos necesarios para evitar por una parte en encarnizamiento terapéutico y por la otra los dolores insoportables propios de una enfermedad grave. Las familias quieren cuidar y atender a sus enfermos, en su entorno, en su hogar. Pero para ello necesitan ayudas que les faciliten esta responsabilidad irrenunciable, y no propuestas de atajos que deshumanizan a quienes los toman y pretenden ocultar la realidad tan humana de la enfermedad.
Hoy
pedimos a San José que nos ayude también en la dura hora de la prueba a
mantener nuestra confianza en el Señor. A pedir a Dios su gracia y su
misericordia para que nos sostenga siempre en su amor, y que el respeto, la
ternura y la fortaleza de los sanos, ayude siempre a recorrer el tramo angosto
del final de nuestra vida, cuando ésta nos llegue.
Concluyo con la oración de S. José que el Papa no
propone en este día:
Salve, custodio del Redentor y esposo
de la Virgen María.
A ti Dios confió a su Hijo, en ti María depositó su confianza,
contigo Cristo
se forjó como hombre.
Oh, bienaventurado José, muéstrate
padre también a nosotros y guíanos en
el camino de la vida.
Concédenos gracia, misericordia y
valentía, y defiéndenos de todo mal. Amén
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