DOMINGO III CUARESMA
7-3-21 (Ciclo B)
En nuestro recorrido cuaresmal, llegamos
ya al ecuador de este tiempo de gracia, y en él, Jesús, que ha sido declarado
el Hijo amado de Dios, va a vincular su cuerpo con el Templo del Señor, a la
vez que anuncia su próxima muerte y resurrección.
Palabras que todavía no son comprendidas
por sus oyentes, ya que lejos de interiorizar en su corazón el mensaje
liberador de Jesús, siguen inmersos en sus cálculos, intereses y formas de vida
ajenas al amor verdadero, y alejados de una auténtica conversión.
El gesto enojado de Jesús, echando
duramente a los mercaderes del templo de Jerusalén, causa una enorme conmoción
en la sociedad y en el entorno religioso, ya que templo y sacrificios,
sacrificios y víctimas, víctimas y negocio, estaban profundamente unidos y en
ocasiones seriamente confundidos.
Jesús no critica la práctica de la
ofrenda a Dios, cumpliendo así la ley de Moisés en su autenticidad. Lo que no
puede tolerar de ninguna manera, es el que esa práctica religiosa, que ante
todo lo que debe buscar es reconocer la suprema voluntad divina y la escucha de
la misma por parte del hombre, se haya convertido en un negocio que mancilla la
ofrenda por la perversión de la actitud del oferente, que pretende negociar con
Dios su propia salvación. “Habéis convertido mi casa en una cueva de bandidos”.
La casa de Dios, lugar de encuentro con el Señor, de oración y de caridad, de
amor fraterno y de acogida de la Palabra de Dios para vivirla en fidelidad y
coherencia, se había convertido en el mercado del cumplimiento vacío de unas
prácticas, por las cuales se creían cumplir suficientemente con el Señor,
olvidando el amor a los demás y la obediencia a la voluntad divina. Es la
tentación permanente de cosificar a Dios y hacerle un instrumento a mi
servicio.
La acción de Jesús viene a reivindicar
la recuperación de la auténtica ley mosaica, poniendo al hombre en su sitio en
su relación con Dios, y que se sintetiza en la misma afirmación divina; “Yo soy
el Señor tu Dios...no tendrás otros dioses frente a mí”.
Sin embargo precisamente ha sido la
continua tentación a echarse en manos de otros dioses, cayendo en el pecado de
idolatría, lo que ha caracterizado la actitud humana.
Cuantas veces el hombre ha sustituido a
Dios por los ídolos; cuantas veces nos hemos erigido nosotros mismos en
absolutos frente a Dios y a los demás. Con cuanta frecuencia escuchamos
expresiones como “yo soy el dueño de mi vida, yo hago lo que quiero; yo
determino el criterio ético y moral,...” Cuantas veces el hombre ha creído que
su completa autonomía está lejos de Dios, como si éste fuera su enemigo.
Y sin embargo cuanto mayor es la
distancia que nos separa de Dios, mayor es el vacío, el sinsentido y el egoísmo
que ahoga nuestra existencia. Porque si expulsamos a Dios de nuestra vida,
inmediatamente abrimos las puertas a los ídolos que con falsas promesas de
satisfacción inmediata, nos someten y esclavizan, a la vez que nos enfrenta y
enemista con nuestros semejantes.
Sólo Dios puede ser tenido por absoluto
si de verdad el hombre quiere sentirse libre y realizado, porque en la medida
en que nos reconozcamos como criaturas fruto del amor del Creador, seremos
plenamente aquello para lo que fuimos por él creados; ser hijos de Dios, en su
Hijo Jesucristo y por lo tanto co-herederos de su Reino de amor y de paz.
Manipular la fe, comerciar con las cosas
de Dios, pretender utilizar la fe para lograr algún beneficio, lejos de
situarnos en el camino del seguimiento de Cristo, nos aleja de él.
Las prácticas religiosas, las ofrendas y
las tradiciones, han de ser un vehículo para vivir una fe madura y auténtica, y
no cosificarla.
La relación que el hombre establece con
Dios, es una relación de amor paterno-filial, en la que la iniciativa siempre
la ha tomado el Señor, y a la que nosotros hemos de responder con gratitud y
confianza. Dios no nos ha creado para una relación de esclavos, sino de hijos,
y por eso tampoco nosotros podemos acoger su llamada a la vida para vivirla
desde el interés o el utilitarismo. Sólo una sana relación de respeto, de amor
y de confiada obediencia al Señor, nos realiza como personas y como creyentes.
Así la vivió el mismo Jesús nuestro modelo y maestro.
Jesús siempre se nos ha manifestado en
plena armonía con el Padre Dios, buscando los momentos de encuentro personal
con él, en la oración de escucha y contemplación, atendiendo a su Palabra y
viviendo conforme a su voluntad, porque como él mismo nos dice no ha venido
para hacer su voluntad, sino la voluntad del que lo envió. (Cfr. Jn 5, 30b)
Sólo a través de Jesús podemos establecer esta relación con Dios, y sólo la
manera de relacionarse Jesús con el Padre es la adecuada para nosotros.
No busquemos otros sustitutos en el
camino del encuentro con Dios. No nos engañemos pensando que al margen de
Jesús, o por otra ruta distinta de él y de su Iglesia, podemos entablar una
relación madura y auténtica con el Señor.
Quien cree que su libertad y autonomía
le impide aceptar una palabra distinta de la suya propia, lejos de abrir su
corazón al amor, lo está cerrando a su egoísmo.
La ley dada a Moisés por Dios en el
Sinaí, ha sido llevada a su plenitud por Jesús, que la ha superado con su
entrega y amor absoluto a la voluntad del Padre. Ese amor que S. Pablo nos
invita a vivir dando testimonio personal con nuestra vida.
La fe en Cristo es muchas veces necedad
para quienes se sienten satisfechos con sus bienes materiales y sus logros
personales.
Para otros que se han construido un dios
a su medida, autocomplaciente y mudo, resulta escandaloso aceptar al Dios de
Jesús que siempre nos interpela para liberarnos y vivir nuestra verdadera
vocación humana.
Qué difícil es, mis queridos hermanos,
para el corazón soberbio aceptar el don de Dios. Qué difícil para quien
pretende ser él mismo el dueño de su vida abrir su corazón para que otro pueda
entrar en él. Y sin embargo, cuando el hombre no se postra ante Dios que le ama
como a un hijo, acaba arrodillándose ante la bestia que lo somete como a un
esclavo.
Pidamos en este tiempo cuaresmal, que el
Señor siga infundiendo en nuestra alma
la sed de encontrarnos con él. Que nos ayude a retomar el camino hacia él, para
vivir así una auténtica vida en plenitud, una vida asentada en la libertad de
los hijos de Dios. Que nuestra Madre Sta. María, que cantó con su vida las
maravillas del Señor, nos guíe en este caminar cuaresmal, para vivir la
conversión personal y sentir el gozo del encuentro con el Señor y con los
hermanos.
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