DOMINGO
I DE ADVIENTO
28-11-21
(Ciclo C)
“Levantaos, alzad la cabeza, se acerca vuestra liberación”. Con esta frase de Jesús como fuerte llamada para la esperanza, comenzamos este tiempo de Adviento. Cuatro domingos que nos irán acercando y preparando para acoger a Dios en nuestra vida de forma renovada y gozosa.
El adviento es ante todo expectación ante la proximidad de Alguien que desde hace mucho tiempo venimos esperando; la entrada de Dios en la historia humana. No es una mera repetición ritual; hoy comienza para nosotros la cuenta atrás y por delante tenemos un tiempo precioso para preparar adecuadamente nuestra vida, a fin de favorecer el encuentro con el Hijo de Dios, Jesucristo.
Adviento
supone disposición y compromiso para abrirnos a Dios y dejar que ciertamente
libere nuestro ser y transforme el mundo instaurando su reinado. Todo ello en
esta realidad que presenta tantas amarguras e injusticias.
Iniciamos
el advenimiento de Dios con nosotros, cuando las divisiones y guerras entre los
pueblos, la violencia y el terror en tantos lugares, la dura crisis económica y
la miseria de millones de seres humanos, tiñen de desesperanza nuestra realidad
más cercana haciendo increíble el que Dios pueda nacer en este entorno.
Los
dirigentes del mundo no entienden que el camino de la paz pasa por la libertad
y la justicia de todos los pueblos. Cada uno busca su interés económico o
material aún a costa de vidas humanas, utilizando los medios de propaganda
conforme a su ambición.
El evangelio de hoy nos muestra con un lenguaje lleno de simbolismo, la cantidad de catástrofes, miserias y violencias que la humanidad soporta. Algunas de ellas responden a fenómenos naturales, en ocasiones provocados por el abuso y la destrucción de la naturaleza, pero en la mayoría se debe a la crueldad del hombre que en vez de haber buscado la fraternidad se ha convertido en fratricida y en vez de vivir la solidaridad se ha cegado por el egoísmo y la ambición. Cómo no ansiar una liberación que nos devuelva nuestra dignidad y alegría.
Por qué no
va a ser posible que comenzando por el núcleo familiar, y prosiguiendo en el
entorno social de cada uno, se provoque el nacimiento de una nueva humanidad.
Pues bien,
creemos que cabe la esperanza. Nosotros, los cristianos no podemos arruinar
nuestro ánimo ni presentarnos ante el mundo derrotados en el desamor. Hemos de
seguir esperando aún teniendo en contra situaciones desfavorables. Nos hemos
fiado del Señor, y él mismo nos ha prometido su presencia hasta el fin de los
tiempos.
La fe que
profesamos debe colorear el presente infundiendo a nuestro alrededor un
ambiente nuevo, solidario y fraterno capaz de generar esperanza en los demás.
Dejar que nuestras ilusiones se apaguen o que nuestro compromiso decaiga, es
sucumbir ante la adversidad y renunciar a ser luz en medio de las sombras de
este mundo.
Necesitamos
fortalecer nuestra vida de oración. Recurrir permanentemente al Señor para que
nos muestre el camino a seguir y nos ayude a recorrerlo con la fuerza de su
Espíritu. Pero rogar a Dios nos ha de llevar a poner de nuestra parte todo lo
humanamente posible.
Las
víctimas de este mundo se encuentran muchas veces tan abatidas que les es
imposible salir adelante solas. Hemos de estar a su lado, acompañarlas en todo
momento y comprometernos activamente por la transformación de su situación
desde la denuncia de la injusticia y la búsqueda de su dignidad. Son signos
elocuentes de esta grandeza humana, gestos como la disposición de viviendas
para familias desahuciadas, y campañas como la recogida de alimentos.
En el adviento dirigimos nuestra mirada hacia el
Dios-con-nosotros que está por llegar. En su nacimiento se regenera la vida y
la esperanza, posibilitando que emerja una nueva creación. La cual resultará
imposible si no se produce en cada uno de nosotros una verdadera renovación
personal y espiritual.
La liberación a la que somos llamados por el Señor en
este primer domingo, pasa por nuestra conversión personal. Por preparar
adecuadamente el camino que nos acerca a su amor sabiendo que todavía son
muchas las barreras que nos separan del encuentro pleno con él y con los
hermanos.
Y el Señor nos hace una clara promesa por medio de su
palabra; si somos capaces de favorecer este encuentro con él, “veremos la salvación
de Dios”.
Al
comenzar este adviento, podemos aceptar que el camino que tenemos por delante
no es sencillo ni cómodo, pero con la fuerza de Dios y nuestra fidelidad a su
amor desde el compromiso por los necesitados, es posible confiar en la victoria
del Señor y de su Reino.
Fue en medio del desasosiego donde resonó la Palabra de Dios haciéndose carne en María. Fue en medio de la noche y lejos de la comodidad donde nacía el Hijo de Dios. Fue en las afueras de Jerusalén y en una cruz ensangrentada donde brilló la luz de la vida definitiva, de Cristo resucitado.
Este
tiempo de adviento nos ha de ayudar a buscar caminos que nos conduzcan al Dios
de la misericordia, que por amor se encarnó en nuestra historia y por su
compasión la ha reconciliado para siempre.
Dios está
con nosotros, y en esta cercana familiaridad nos sigue enviando a preparar su
venida. Que su amor nos fortalezca y su misericordia nos impulse a transformar
nuestro mundo, comenzando por nuestras familias que han de ser escuela de humanidad
y fermento de paz.
3 comentarios:
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