I DOMINGO DE ADVIENTO
3-12-23 (Ciclo B)
Hoy la liturgia de la Iglesia inaugura un tiempo de gracia para todos los cristianos, el Adviento. O lo que es lo mismo, el tiempo de la esperanza gozosa por lo que de forma inminente está por llegar; la Salvación de Dios encarnada en su Hijo Jesucristo, Señor nuestro.
Un tiempo que nos invita a revitalizar en nosotros las actitudes de acogida, apertura y confianza. Todo ello desde la escucha de la Palabra de Dios que interpela y prepara nuestras vidas para disponerlas adecuadamente y así poder recibirle. De este modo, por medio del profeta Isaías y de los diferentes personajes que nos han precedido en esta historia de nuestra salvación, iremos escuchando la voz del Señor cuyo “nombre de siempre es `nuestro redentor”.
Y la primera llamada que en este tiempo
escuchamos es la de estar en vela; “vigilad, pues no sabéis cuando es el
momento”. Muchas veces recordamos la realidad sorpresiva de la vida. Nuestras
capacidades para controlar todos los movimientos y determinar imprevistos, se
ven superadas por la constante incertidumbre que encierra todo futuro humano.
Nadie puede determinarlo, ni decidirlo de forma permanente, por mucho que se
empeñe. Siempre nos sorprende la libertad individual y la responsabilidad que
de ella se deriva.
Somos previsores de nuestro futuro y responsables del presente. Y por esta razón debemos saber interpretar bien cada momento y circunstancia a fin de resolver la conducta precisa que más conviene a nuestra vida y a la de los demás. No podemos perder las referencias a la comunidad cristiana y humana porque todos participamos de un mismo destino.
La vigilancia del cristiano está marcada por la confianza plena en ese Dios que pasa continuamente a nuestro lado. Comparte nuestra vida y se implica en ella de forma constante y fiel. Vigilar para descubrirlo, acogerlo y escucharle. Vivir en permanente atención a la realidad porque en ella se encarna Dios con la finalidad de transformarla y sanarla en su raíz más profunda. Dios nos habla en cada acontecimiento, en cada situación personal y social. Habla en el susurro de una vida serena y en el drama de quienes sufren. Y sólo si tenemos a punto nuestra capacidad para atenderle desde la sensibilidad espiritual y fraterna, podremos encontrarnos con él.
Pero también hay espacios donde esa palabra de vida pretende enmudecerse y silenciarse. La llamada del adviento a estar atentos también nos previene frente a las situaciones donde los contravalores que oprimen y tiranizan al ser humano se extienden bajo falsas promesas de felicidad.
Nuestra sociedad acomodada del primer mundo se arroja en los brazos de los ídolos del dinero, el poder y el placer, cuyas amplias redes pretenden someter a todos ofreciendo un porvenir donde sólo tengan cabida los criterios estéticos y de mercado. Así se comprende el adoctrinamiento de la sociedad con propuestas de una ideologización difusa, de devaluación de la vida en sus estadios menos vigorosos o cuando resultan una molestia indeseada, el establecimiento de las relaciones interpersonales desde la conveniencia individualista y el rechazo de cualquier autoridad a quien se le reconozca el debido respeto para el desarrollo equilibrado de la convivencia, bien sea familiar o social.
Muchas
veces da la impresión de que andamos a la deriva por haber renunciado a unos
valores que, a pesar de sus limitaciones, garantizaban la estabilidad de
nuestro entorno personal y social, y habernos lanzado a la búsqueda de una
libertad superficial exenta de responsabilidades para con los demás.
Cuando
rechazamos a Dios como el referente absoluto de nuestra vida enseguida se
apropiará de su lugar alguna ideología totalizadora que nos someterá al antojo
del ídolo construido como su talismán.
Dios no es el enemigo del ser humano, ni un rival para su desarrollo. Al contrario, es su razón de ser y aquel que garantiza su progreso y plenitud. Desde esta realidad podemos comprender el porqué de su encarnación. Cómo sólo desde el amor incondicional y generoso del Padre se puede comprender el deseo de compartir una naturaleza limitada y frágil como la nuestra. Dios se ha comprometido tanto con nosotros que se ha hecho uno más de la humanidad de forma que esta historia humana nuestra es también historia de salvación. Y a pesar de que como nos recuerda el profeta Isaías, muchas veces hemos andado extraviados, y que “nuestra justicia era un paño manchado”, podemos tener la certeza de que “sin embargo, Señor, tú eres nuestro padre, nosotros la arcilla, y tú el alfarero: somos todos obra de tu mano”.
Vivir con esta convicción no nos ahorra las dificultades del presente, pero sí nos impulsa a afrontarlas con esperanza y confianza, de forma que desde nuestro compromiso cristiano y responsabilidad para con el mundo que Dios ha puesto en nuestras manos podamos dar testimonio de Jesucristo y preparar su venida a nuestros corazones y a los de aquellos que lo quieran acoger con mirada limpia y confiada.
Son muchas las personas que andan en la vida buscando una
razón profunda por la que vivir y un sentido auténtico que dar a su existencia.
Y si no reciben una propuesta clara, sencilla y generosa por nuestra parte,
desde el testimonio personal y comunitario auténtico y gozoso de ser testigos
de Jesucristo, la buscarán en otros lugares con falsas promesas de dicha y
libertad.
Cuando Jesús en el evangelio nos llama a la vigilancia, no sólo nos previene a nosotros contra la falsedad del ambiente, también nos llama para que realicemos la tarea que nos ha encomendado y no caer en la comodidad irresponsable de quien se acompleja en su fe y oculta su identidad apostólica.
En el evangelio, S. Marcos expresa con claridad cómo Dios ha dejado su casa en nuestras manos confiando a cada uno su tarea. Pidamos para que en todo momento estemos dispuestos a dar razón de nuestra fe y esperanza, comprometiéndonos en el servicio evangelizador y así podamos preparar su venida a nuestras vidas.
Que este tiempo de adviento sea realmente un tiempo de
gracia y de encuentro con Jesucristo nuestro Señor.
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