DOMINGO I DE CUARESMA
9-03-14 (Ciclo A)
Con
la imposición de la ceniza, iniciábamos el pasado miércoles este tiempo de
gracia que es la cuaresma. Y digo tiempo de gracia, porque lo primero que
tenemos que asumir en profundidad, es que en la cuaresma se derrama en nuestros
corazones el amor y la misericordia de Dios de una forma extraordinaria. Porque
el sentido fundamental de la cuaresma es precisamente provocar el encuentro
entre Dios y nosotros, entre el Creador y su criatura. Así al acercarnos al
relato de la creación, donde el ser humano constituye el centro y la obra más
perfecta de Dios, dado que a su imagen y semejanza nos creó, los primeros
versos dejan claro de quién procede todo y cuál es el sentido de lo creado; “El Señor Dios modeló al hombre, sopló en él
un aliento de vida”, y el hombre se convierte en ser vivo; el Señor Dios
plantó un jardín donde el hombre podía vivir en plena comunión con él; y además
nos dio todo lo necesario para nuestro desarrollo personal y social.
Sin
embargo al ser humano no le pareció suficiente, y seducido por una ambición
desmesurada, disfrazada por el diablo bajo la sospecha de la desconfianza
divina, pretendió suplantar al Creador haciéndose a sí mismo principio y fin de
la creación. No le bastó con sentirse criatura en referencia al Creador, no le
parecía bastante vivir de manera privilegiada en al amor de un Dios que lo
hacía semejante a él. Quería más, quería ser como Dios y cuanto más pretendía
abarcar en su insolente ambición más se hundía en su soledad y vacío, hasta
darse cuenta de que estaba completamente desnudo. Es más el deseo de suplantar
a Dios y rechazar su oferta de vida, le lleva a desconfiar y dudar de todo,
enfrentándose y acusando a los demás para justificarse a sí mismo. Ante la
pregunta de Dios sobre el porqué de su actuar, Adán responderá inculpando a Eva
y eludiendo toda responsabilidad.
Pues
bien si en este relato de nuestro origen se acaba todo atisbo de esperanza, San
Pablo en su carta a los Romanos va a proclamar con gozo que la historia humana
no ha sido abandonada por Dios, todo lo contrario. En Cristo se nos ha devuelto
la filiación divina, porque “lo mismo que
por un solo hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte, y la
muerte se propagó a todos, /.../ gracias a un solo hombre, Jesucristo, la
benevolencia y el don de Dios desbordaron sobre todos”.
Y esta palabra de esperanza
que Pablo lleva a la comunidad de Roma, se asienta en el relato del evangelio
que acabamos de escuchar.
Jesús va a sentir en su propia
vida las mismas dudas, conflictos y temores que nosotros. Dios no se ha
encarnado a medias en nuestra humanidad. Dios en Jesús ha asumido la realidad
de nuestra carne hasta sus últimas consecuencias, viviendo y padeciendo,
gozando y sufriendo como uno más, de manera que en la vida de Jesús todos nos
sintamos identificados y podamos mirarnos en clara igualdad.
El relato de las tentaciones,
situado por los evangelistas al comienzo de su vida pública, nos muestra hasta
qué punto Jesús tuvo que enfrentarse, como cualquiera de nosotros, a los miedos
personales y las dificultades externas que se le presentaban a la hora de
afrontar la verdad de su vida y su destino.
Y el evangelio muestra tres
episodios que engloban toda la vida del Señor. Lo primero es destacar la
decisión de Jesús de escuchar la voz de Dios. Se retira al desierto para
volcarse por entero hacia Dios, de manera que el silencio, el ayuno y la
oración, lo configuren totalmente para asumir la misión que Dios, su Padre, le
encomiende.
Y las dos primeras tentaciones
son las más punzantes, “si eres Hijo de Dios” convierte las piedras en pan, o
tírate de lo alto del templo. No hacía nada que ante su bautismo el cielo había
proclamado su ser Hijo de Dios: “Tú eres
mi Hijo amado, en quien me complazco”. Jesús sentía esa identidad con gran
claridad y asumía la voluntad del Padre. Cuestionar su ser Hijo de Dios, y
hacerlo pidiéndole que pruebe alimento después del ayuno, resulta fácil y
evidente, y ponía en evidencia al mismo Dios que lo había señalado ante todos.
Y Jesús rechaza reducir su filiación divina a la realización de gestos o
milagros, porque lo que realmente le identifica es vivir de la “Palabra que sale de la boca de Dios”. Su
misión no va a consistir en hacer grandes cosas y prodigios, sino en transmitir
una vida nueva que brota del mismo Dios por medio de su palabra creadora.
Y tampoco va a aceptar la
tentación de orientar su misión por el camino del poder y la fuerza. Demostrar
al mundo una omnipotencia manipulada, sería distanciarse de la realidad humana
que Dios ha querido asumir, en su debilidad y limitación, pero también en
libertad y capacidad de respuesta. Muchas veces también nosotros queremos
manipular y apropiarnos de Dios a fin de que sea nuestro siervo. Le ofrecemos
oraciones, ofrendas, promesas si es obediente y nos concede lo que necesitamos
o simplemente anhelamos. Y Jesús responde, “no
tentarás al Señor tu Dios”. Dejad a Dios ser Dios, porque de ese modo
nuestra humanidad será más plena.
La última tentación ya es el
colmo del despropósito. No contento con negar la paternidad de Dios sobre
Jesús, el tentador pretende suplantarlo, “Todo
esto te daré si te postras y me adoras”. Cuantas promesas falsas como ésta
escuchamos en nuestros días. Cuantas ilusiones vacías y proyectos viciados por
el egoísmo se nos han ofrecido siempre por parte de los ídolos predominantes en
cada momento histórico. En nuestros días, donde la sociedad del bienestar nos
va esclavizando con sus redes consumistas, también los falsos dioses del saber,
del poder y del placer nos lo ofrecen todo si nos postramos ante ellos y los
adoramos. Nos regalan su falso paraíso en el que es muy fácil entrar, pero del
que cuesta la vida salir, y en el que debemos pagar el alto precio de la propia
libertad.
La respuesta de Jesús ante la
seducción del Tentador es liberadora: “Al
Señor, tu Dios, adorarás y a él sólo darás culto”.
Tener a Dios como único Señor,
nos hace a todos libres e iguales. Nadie puede suplantar a Dios, y quien
muestra esa pretensión debe ser rechazado de inmediato, porque lo único que
ofrece es tiranía y opresión.
Sólo Dios puede disponer de su
creación, porque es fruto de su amor creador. Nadie puede ofrecernos en su
nombre lo que de hecho ya es nuestro, porque si Dios nos ha hecho sus hijos, en
el Hijo Jesucristo, también nos ha constituido en herederos de su Reino.
Este tiempo cuaresmal ha de
ayudarnos a revivir nuestra conciencia de hijos de Dios. Volver hacia Él
nuestra mirada con gratitud, y tomar la seria decisión de liberarnos del yugo
que nos esclaviza y nos hace dependientes de lo superfluo.
Iniciamos un camino de
cuarenta días donde, siguiendo el ejemplo de Jesús, también nosotros debemos
retirarnos al silencio interior de nuestra alma, orar con confianza al Padre
que nos ama, ayunar de todo aquello que nos estorba en este camino de encuentro
con Dios, y vivir la caridad con los más necesitados, de ese modo llegaremos a
la Pascua con el corazón renovado y así podremos acoger el don de la redención
en Cristo resucitado.
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