jueves, 30 de enero de 2025

DOMINGO IV TIEMPO ORDINARIO - PRESENTACIÓN DEL SEÑOR - FIESTA

 


        FIESTA DE LA PRESENTACIÓN DEL SEÑOR

     2-2-25 (Ciclo C)

 

Celebramos hoy la fiesta de la Presentación del Señor en el Templo, y en ella la Jornada de la Vida Consagrada.

José y María van a cumplir con lo establecido en la Ley de Moisés, y así a los ocho días de su nacimiento, Jesús es presentado en el Templo al Señor, ofreciendo para ello dos tórtolas.

Es la ofrenda de la acción de gracias a Dios por el hijo que ha nacido, y es la ofrenda de los pobres, ya que las familias más pudientes entregaban podían ser más generosas.

Pero en este gesto sencillo y habitual, ocurren otros hechos que lo hacen excepcional. Un anciano que “aguardaba el consuelo de Israel”, es empujado por el Espíritu Santo a acercarse a ese niño insignificante, y se produce la primera revelación de su identidad. Es aquel de quien ya ha hablado el profeta Malaquías y que anunciaba que iba a “entrar en el Santuario, el Señor a quien vosotros esperáis”.

Simeón siente su vida colmada, y en sus días finales, vive con gozo el cumplimiento de la promesa de Dios que acaba de visitar a su pueblo de manera definitiva, por eso el anciano ora agradecido sabiendo que ya el Señor “puede dejar a su siervo irse en paz, porque sus ojos han visto a su Salvador, a quien ha presentado ante todos los pueblos”.

Junto a esta acción de gracias, Simeón profetiza el destino de este niño, que será “bandera discutida” y que pondrá al descubierto las intenciones de los corazones, haciendo que muchos caigan y se levanten.

Acoger al Señor supone la conversión total de nuestras vidas, las cuales han de pasar por una radical transformación que sólo será posible experimentarla desde la confianza y el abandono en su amor.

Y los gozos de este momento en el que unos padres presentan a su hijo, son también teñidos por la sombra del dolor futuro; “a ti una espada te traspasará el alma”, le dice a la madre en medio de su alegría.

Poco sospecharía María el alcance de estas palabras, las cuales sólo comprendería al vivirlas a los pies de su hijo en la cruz.

 Los dos ancianos, Simeón y Ana, representan a la humanidad anhelante que espera confiada la intervención de Dios en la historia. Es el cumplimiento de la promesa del Señor, que se realiza para siempre en la persona del Hijo y que por él la humanidad entera es reconciliada en el amor.

Ahora es el momento de que pasemos de los anhelos a las concreciones, de las esperanzas a los compromisos, de los sueños, al ejercicio de la responsabilidad en el seguimiento fiel del Señor. Y ello conlleva asumir la vocación a la que Dios nos llama de manera que seamos con nuestra vida testigos de la Buena Noticia de su reinado.

En este día, la Iglesia celebra la Jornada de la Vida de especial consagración. Toda vida es consagrada al Señor, y este rito de las candelas, es lo que significa, que somos propiedad de Dios y que nuestra vida ha sido entregada a aquel de quien la hemos recibido, para que sea Él quien la bendiga y consagre.

Pero junto a esta celebración comunitaria, está la especial gratitud de la comunidad cristiana por el don de la vida religiosa. Hombres y mujeres, que por la acción del Espíritu Santo, entregan sus vidas al Señor, para vivirlas en torno a un carisma concreto que el mismo Espíritu ha suscitado en su Iglesia. Carismas que son dones, regalos de Dios, de manera que desarrollados en la comunión eclesial, y mediante la opción por la fraternidad vivida en castidad, pobreza y obediencia, promueven el anuncio del Evangelio de Cristo a todas las gentes y pueblos de la tierra.

La vida religiosa es la riqueza de la comunidad cristiana, que por medio de la vocación de sus hijos e hijas, extiende la mano generosa de Dios, en la sencillez de la multitud de manos humanas serviciales y entregadas.

La efusión del Espíritu Santo en Pentecostés, no ha cesado de responder en cada momento de la historia a las necesidades de las personas de cada tiempo y circunstancia.

Multitud de órdenes e institutos religiosos, de vida activa y comprometida, han desarrollado el mandato del Señor de anunciar el Evangelio hasta los confines de la tierra.

Un anuncio que se ha concretado de manera especial compartiendo la vida de los más necesitados y en los espacios sociales más deprimidos.

Multitud de religiosos y religiosas dedicados al servicio pastoral, a la educación de niños y jóvenes, a los enfermos y marginados, a los pobres y desheredados. Congregaciones cuya vida de acción se sustenta en la contemplación y oración, de la cual nutre su alma para entregarse de manera total y servicial a los hermanos.

La vida religiosa vive ya en este mundo la novedad del Reino de Dios, haciendo de sus comunidades concretas, espacios para la fraternidad auténtica, desde la sencillez y el respeto, creando lugares de auténtica libertad en la comunión y de rica pluralidad en la común misión.

Las comunidades religiosas nos enseñan que Dios regala una inmensa familia a quienes en su opción personal han renunciado a crear una propia, que da una gran riqueza por la libertad que supone el desprendimiento de quien abraza la pobreza, de que nadie es más dueño de sí mismo que quien entrega voluntariamente la capacidad de sus decisiones al acoger la voluntad de Dios mediante la obediencia confiada.

La vida religiosa es en nuestros días un semillero de auténtica humanidad, donde con sencillez y alegría se viven los valores del Evangelio de manera que cada día vayan configurándose con Jesucristo casto, pobre y obediente.

Hoy la Iglesia agradece al Señor este don inmenso de la vida religiosa, sin la cual sería impensable el desarrollo de la misión confiada a ella por el Señor Jesús. Todos los carismas y ministerios, todas las vocaciones y estados de vida en la Iglesia, tienen una común convergencia, vivir con entusiasmo, fidelidad y entrega, la alegría del evangelio de Jesucristo. Todos estamos en la misma barca y con una común tarea; compartirla de manera consciente y agradecida, valorando a cada uno de nuestros hermanos y hermanas, nos ayuda a todos a agradecer el tesoro que hemos heredado de aquellos que nos precedieron y cuyo testimonio y entrega hoy agradecemos.

Pedimos al Señor que siga suscitando en su Iglesia muchas vocaciones a la vida religiosa y sacerdotal, para que sean en medio del mundo testigos y animadores de las distintas comunidades cristianas, para que la gran familia de los hijos e hijas de Dios, que es la Iglesia, desarrolle con amor y entrega la tarea que el Señor la ha confiado.

Que María, la mujer que aceptó siempre la voluntad del Señor, incluso cuando la espada del dolor atravesaba su alma, siga acompañando y protegiendo a quienes con semejante entrega desean escuchar la llamada de Dios en su vida.

viernes, 24 de enero de 2025

DOMINGO III TIEMPO ORDINARIO

 


DOMINGO III TIEMPO ORDINARIO     
26-01-25 (Ciclo C)

 

Durante esta semana pasada, la oración que ha realizado la Iglesia pedía insistentemente al Señor que su Espíritu aliente y nos guíe hacia la unidad de todos los creyentes en Jesucristo.  
     Ha sido la semana de oración por la unidad de los cristianos. Un tiempo donde en vez de fijarnos en las cosas que nos separan y dividen, buscamos priorizar y destacar aquello que nos une y nos entronca al Árbol de la Vida que es Cristo. 

     Muchas veces cuando hablamos de unidad y de comunión, pensamos que de lo que se trata es que los otros, se acerquen y se unan a nosotros. Todas las confesiones nos creemos en posesión de la verdad absoluta, y de hecho llevamos viviendo muchos años cada uno por nuestro lado. Los anglicanos, protestantes, luteranos, católicos, ortodoxos, nos hemos acostumbrado a vivir y celebrar nuestra fe en Jesucristo por separado, y aunque siempre nos miramos de reojo unos a otros, unas veces para destacar lo diferente, y otras muchas con la añoranza de aquellos tiempos en los que todos éramos uno, la verdad es que nos cuesta avanzar hacia la unidad.   

     Nos hemos olvidado de la verdad profunda que transmite la carta de San Pablo a aquella comunidad de Corinto. También ellos empezaban a tener tensiones corriendo el riesgo de dividirse. Y todo porque en medio de la comunidad emergían buenos líderes que en ocasiones olvidaban su servicio a la comunión, y se enzarzaban en discusiones teóricas e incluso doctrinales que ponían en serio riesgo la unidad de la fe.  

    Pablo realiza una importante llamada a la unidad, desde la imagen del Cuerpo de Cristo del que todos formamos parte. En la Iglesia de Jesús todos tenemos una misión, todos podemos ofrecer nuestro servicio y todos somos por igual necesarios e importantes para que ese cuerpo esté sano y vigoroso.
    Por muy destacados que sean algunos de sus miembros y por muy escondidos u ocultos que parezcan estarlo otros, todos son igualmente precisos para su buen desarrollo y sano vigor.    
    La Iglesia de Jesucristo es ante todo Pueblo de Dios, así nos lo enseña el Concilio Vaticano II, y los que hemos recibido la llamada del Señor a seguirle como seglares, religiosos y sacerdotes, estamos al servicio de ese Cuerpo eclesial. 
    La historia de la humanidad nos enseña que en los momentos en los que unos han querido imponerse sobre los otros, cuando las relaciones se establecen desde el poder en vez desde el servicio, la unidad se rompe de forma dolorosa.   

    Y todo porque no nos hemos dado cuenta de la indispensable unidad que existe entre el ser de la Iglesia y su misión evangelizadora      .
    La carta de San Pablo aparece hoy unida al evangelio de San Lucas. Un evangelio que nos muestra la misión de Jesús, su razón de vivir y morir:     
“El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado para dar la Buena Noticia a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos la vista. Para dar la libertad a los oprimidos; para anunciar el año de gracia del Señor”.   
    Para esto existe la Iglesia. Para anunciar la Buena Noticia al mundo, destacando como destinatarios privilegiados del amor de Cristo a los pobres, los oprimidos, los enfermos, los necesitados de cualquier liberación.
Y esta misión sólo puede desarrollarse de forma autorizada y eficaz, si la realizamos desde el servicio,  la comunión y el amor fraterno. No podemos ser discípulos del Maestro si estamos divididos. No podemos testimoniar fidelidad al Padre Dios si no nos reconocemos como hijos suyos y hermanos los unos de los otros.    

    Es verdad que cientos de años de historia separada e incluso cruelmente enfrentada, no se olvidan en un día. Pero todos los gestos que nos ayuden a caminar juntos, desde el mutuo respeto y comprensión, serán fruto del Espíritu Santo que anima y sostiene cualquier intento de unir a su Iglesia, y hay que dar gracias a Dios porque estos gestos son una realidad cada vez más elocuente en nuestros días.  
     Hoy todos nos reconocemos como hermanos, y frecuentemente nos encontramos para elevar al Señor una misma plegaria. Vamos aprendiendo a respetar las diferencias y buscamos con sencillez la verdad que nos une.   
En este camino debemos esforzarnos confiando en la acción de Dios.        
     El Credo que vamos a recitar una vez más y que contiene las proposiciones doctrinales esenciales que nos unen a todos los cristianos, es una manifestación de la verdad en la que creemos y que consideramos fundamental para nuestra salvación.
     Cuando en el Credo confesamos nuestra fe en la Iglesia, decimos que es santa, porque sabemos que es obra del Señor, aunque muchas veces la infidelidad de sus miembros empañe gravemente esta santidad. Confesamos que es Católica, lo cual quiere decir que es universal, abierta a todas las gentes, razas y pueblos de la tierra por igual, aunque también en ocasiones cerremos las puertas a los marginados, a los inmigrantes y a los pobres. Seguimos manifestando que es Apostólica, porque está cimentada sobre la roca de los Apóstoles los cuales fueron vínculo de comunión y dieron claro ejemplo de que la unidad está por encima de las discusiones y diferencias personales. Y para el final dejo lo que primero confesamos, que la Iglesia es Una. La Iglesia de Jesús no son ni dos ni cinco, es Una. Y esta verdad que cada domingo confesamos no se realizará plenamente hasta que todos los que nos llamamos cristianos la construyamos desde el amor y la caridad.       
Debemos dejar que resuene cada día en lo más hondo de nuestro corazón, la oración sacerdotal del Señor; “Padre, que todos sean uno, como tú y yo somos uno”.        

    Pidamos al Señor en esta eucaristía que su Espíritu nos impulse en la búsqueda de lo que nos une desde el afecto fraterno y la mutua comprensión. Que acojamos, incluso las diferencias, como una llamada a renovarnos y a avanzar en la escucha de la sociedad y del mundo moderno. Y que en todo momento mantengamos actitudes de caridad y respeto que nos ayuden a significar en medio de nuestro mundo que todos somos seguidores de Jesucristo y testigos de su evangelio.    

    Que Santa María la Virgen, Madre de la Iglesia, inspire en nuestros corazones un sincero deseo de vivir como hermanos y así seamos en el mundo constructores de paz y de concordia.

 

viernes, 17 de enero de 2025

DOMINGO II TIEMPO ORDINARIO

 


DOMINGO II TIEMPO ORDINARIO

19-01-25 (Ciclo C)

 

       Con el tiempo litúrgico ordinario se nos ofrece un camino que recorrer junto a Jesús adulto. Ya hemos pasado los relatos de su infancia vividos en el tiempo navideño, de ese tiempo largo de silencio histórico que han ido conformando su vida y su personalidad, hasta el momento en el que situado a la fila de los que iban a recibir el bautismo de Juan, comienza su nueva vida pública y misionera.

       En aquella escena a orillas del Jordán, Jesús es proclamado “Hijo amado de Dios” y así Juan, que espera  y anhela la llegada del Mesías, lo reconoce y señala como tal.

       Jesús ha llegado a su edad madura y al momento de asumir la misión que en su corazón ha ido desgranando y comprendiendo. Toda su vida ha estado marcada por la cercanía a Dios, por los signos de intimidad con él. En ese período largo de su existencia centrado en la oración, en la escucha de la Palabra de Dios en la sinagoga y en su comunicación íntima con Él, ha llegado a profundizar que Dios es su Padre, el que le ha engendrado y dado vida humana para desarrollar una labor única; ser el camino, la verdad y la vida del nuevo Pueblo de Dios en el que todos los hombres y mujeres, sus hermanos podamos acoger el gozo y el don de nuestro ser hijos de Dios y herederos de su Reino.

       El tiempo de asentar en su corazón toda esta vasta experiencia ha terminado. Ahora es tiempo de anunciar la Buena Noticia a las gentes comenzando por su entorno más cercano y preparando adecuadamente a quienes han de colaborar más estrechamente a su lado en la misión de evangelizar. Así Jesús va a ir llamando a diferentes hombres y mujeres para que junto a él descubran la alegría de su ser criaturas amadas de Dios; que mirando en lo profundo de sus vidas encuentren esa semilla de amor que Dios ha puesto en cada corazón humano y así todos nos descubramos hermanos y vivamos como tales. De entre ellos elegirá a sus discípulos para que colaboren junto a él en esta tarea evangelizadora.

       Así la escena del evangelio que acabamos de escuchar nos sitúa ante el primer momento importante de la vida pública de Jesús. Él junto a su madre y esos discípulos más cercanos comparte la amistad de una pareja que les ha invitado a su boda.

       El evangelista ha tenido mucho interés en situar en la misma escena a la madre de Jesús y a sus discípulos, y todo ello para que nosotros, los oyentes de este texto hoy,  contemplemos los gestos de cada persona y sus consecuencias.

       Una fiesta de aquellas características, en la que se termina el vino antes de lo previsto es un completo fracaso además de la vergüenza para los anfitriones. Y aparece el primer personaje, María. Ella se da cuenta de lo que sucede y comparte la preocupación de sus parientes.

       Con discreción acude a su hijo para que haga algo, quien le responde que no ha llegado su hora. Es como si Jesús quisiera hacer comprender a su madre, quien es partícipe de lo especial de su ser, que el plan trazado por Dios tiene unos pasos concretos y unos tiempos determinados.

       Para María lo importante es que hay unos necesitados y lo demás es secundario, es como si le apremiara a su hijo, para que llegara su hora, el momento de manifestarse personalmente ante todos. De hecho a los sirvientes les apremia para que hagan lo que él les diga, porque sabe que Jesús no es indiferente ante lo que sucede a su alrededor.

       El hecho del milagro es conocido por todos, pero los únicos que saben lo que realmente ha sucedido son María y los sirvientes. Los discípulos no se han enterado de nada aunque según el evangelista este hecho provocó que aumentara su fe en Jesús.

       Qué nos dice San Juan con todo ello. Pues que la Madre del Señor no fue un personaje ajeno a la historia de Jesús. Aquella mujer que tantas veces guardaba su experiencia de fe y de madre en el silencio de su corazón, también asumía la misión de colaborar en todo lo que estaba en su mano para que el plan de Dios germinara. La mujer que salía en ayuda de su prima Isabel cuando ésta la necesitaba, es la misma que acude en ayuda de sus hijos cuando solicitan su amparo.

       María siempre ha sido tenida por la comunidad cristiana como la gran intercesora de la humanidad. Y el gesto de Jesús en la cruz de entregarla como madre de todos en la persona de Juan el evangelista, nos es manifestado en este evangelio con toda su fuerza.

       Como decía, los discípulos de Jesús no se enteran de nada hasta el final de la fiesta. Sólo los sirvientes saben qué metieron en aquellas tinajas y lo que de ellas sirvieron en las copas. Y cómo Jesús había intervenido en ese hecho. Unas personas ajenas a la familia y situadas en el escalafón más humilde serán los primeros testigos del Señor. Otro hecho que viene a dar fuerza a que los destinatarios del evangelio de Cristo son de forma especial, los humildes, los pobres, los marginados, los últimos del mundo.

       Jesús comienza su vida adulta con discreción pero con claros horizontes y así nos lo muestra uno de sus discípulos y evangelista, San Juan. Quien nos señala que desde el comienzo su Madre María estuvo al lado de su hijo como seguidora creyente e intercesora, y que la Buena Noticia de Jesús encuentra sus destinatarios predilectos entre los últimos y desheredados de este mundo.

Este ha de ser el mensaje que nosotros hoy recojamos en nuestra celebración. Ser cristianos nos hace hermanos en el camino de la fe y de la vida, y contamos con la compañía y la intercesión de María nuestra Madre. Ella nos señala permanentemente la senda que conduce al encuentro de su hijo Jesús, y nos ayuda a detenernos para socorrer y ayudar a quienes están caídos en el camino.

       Que todos los días de nuestra vida sintamos el consuelo maternal de María y que sepamos vivir la solidaridad y la misericordia que brota de su corazón de madre a favor de todos sus hijos.

sábado, 11 de enero de 2025

BAUTISMO DEL SEÑOR C- FIESTA

 


FIESTA DEL BAUTISMO DEL SEÑOR

12-1-2025 (Ciclo C)

       La fiesta del Bautismo del Señor cierra este tiempo de gracia que es la navidad. El anuncio que los ángeles ofrecieron a los pastores “en la ciudad de Belén os ha nacido un Salvador”, es hoy ratificado por el mismo Dios, “Tú eres mi Hijo amado, mi preferido”. El Dios que tantas veces se manifestó ante su pueblo por medio de sus profetas y enviados, habla ahora por sí mismo ante el Hijo adulto que se dispone a asumir su vocación y misión en perfecta fidelidad al Padre.

       El bautismo de Jesús supone el comienzo de su vida pública y ministerial. Hasta ahora ha vivido en su pueblo, junto a su familia y seres queridos, completando su formación humana y espiritual; un tiempo discreto y silencioso que ha ido construyendo su ser y madurando su personalidad.

       De este espacio entre su infancia y madurez, no tenemos más que un pequeño relato, donde S. Lucas nos muestra a un Jesús adolescente en el Templo entre los doctores de la Ley. Aquel niño perdido y encontrado por sus padres regresa con ellos a Nazaret, y el evangelista terminará diciendo, que “iba creciendo en estatura y en gracia ante Dios”. Es decir, que la vida del Jesús adulto viene precedida por todo un tiempo largo de maduración personal, vivencia interior y riqueza espiritual. Y así, comienza su tarea con un gesto simbólico, su bautismo.

De la misma manera que todos aquellos hombres y mujeres animados por el mensaje de Juan quieren prepararse para acoger el don de Dios, Jesús se pone en la fila de los pecadores para cambiar el rumbo de nuestra historia. Y aunque no necesite del bautismo como remisión de los pecados, sí nos muestra que por este gesto, el mismo Dios se nos manifiesta como Padre y nos agrega a su pueblo santo.

Los bautizados somos incorporados a la familia de Dios, nos hacemos hijos suyos por medio de su Hijo Jesucristo, y asumimos la misión de anunciar el evangelio que vivimos, entregándonos en la construcción del reino de Dios en medio de nuestro mundo y ofreciendo nuestras vidas al Señor para ser portadores de su esperanza desde el servicio a los más pobres y necesitados.

Cada uno de los cristianos debemos este nombre a nuestra vinculación a Cristo, sacerdote, profeta y rey, y que nos une a la gran familia de la Iglesia. El pueblo santo de Dios existe mucho antes de nuestra incorporación personal al mismo, y al ser admitidos en su seno por el bautismo, como miembros de pleno derecho,  nos comprometemos a configurarnos junto a todos los hermanos, conforme a la persona de Jesucristo  nuestro Señor.

       El sacramento del bautismo, por unirnos a la comunidad cristiana, también compromete a ésta para el desarrollo y maduración de la fe de sus miembros. No en vano solemos celebrar el bautismo de los niños en el marco de la eucaristía dominical, momento donde la vida de la comunidad se manifiesta. Y al  celebrarlo de este modo se quiere expresar la acogida eclesial que se les hace y la alegría comunitaria ante la gozosa experiencia del nacimiento de una nueva vida, fruto del amor de sus padres y sacramento del amor creador de Dios.

       Hoy es la fiesta de nuestro bautismo, y al recordarla también podemos mirar cómo está siendo nuestra vivencia espiritual. Vamos a recuperar la fuerza de Dios en nuestra vida y así vivir animados por él para entregarnos a los demás. No nos vayamos apagando poco a poco cayendo en la rutina y perdiendo el sentido de nuestra fe.

       Muchos somos los bautizados y no tantos los que vivimos con plena conciencia este don gratuitamente recibido. De hecho en nuestros días nos ha de causar enorme tristeza contemplar cuantos hermanos nuestros han ido abandonando su vivencia religiosa desde la desafección eclesial, y cómo algunas incluso lo justifican diciendo que son creyentes pero no practicantes. La planta de la fe que no se nutre con el riego fecundo de la Palabra de Dios, alimentándose frecuentemente con el pan de la eucaristía, se va degenerando progresivamente y muere de forma irremediable.

       Es misión de nuestras comunidades eclesiales, favorecer el retorno a las mismas de aquellos que por cualquier causa se han distanciado de ella, desde un proceso de acogida y de recuperación de su experiencia espiritual.

       El bautismo de los niños siempre se celebra condicionado a la fe de sus padres o tutores, y con el acompañamiento permanente de la comunidad cristiana que lo alienta y sostiene. Un sacramento celebrado por el mero interés o costumbre social, no favorece a nadie además de poner en serio peligro su autenticidad.

La gracia de Dios se ofrece a todos, pero vivir bajo la acción del Espíritu sólo es posible si acogemos el don de Dios y lo vamos desarrollando con nuestra disponibilidad y entrega. Para ello está la comunidad eclesial, que como madre y maestra, acompaña y fortalece la fe de sus hijos para que sean discípulos de Cristo en el mundo.

       Al igual que el bautismo de un adulto ha de ir precedido de un tiempo de formación que le ayude a recibir la Palabra de Dios y acogerla en su corazón, los niños necesitan de un entorno familiar donde les sea posible conocer a Dios, aprender a dirigirse a él con la confianza de los hijos e ir sintiéndolo como el amigo cercano que nunca falla. De la transmisión de la fe de los mayores depende la apertura a la misma de los pequeños. Porque como bien sabemos, de la buena siembra, depende la abundante cosecha.

Ser cristianos no es algo vergonzante o a ocultar, no es como muchas veces se nos quiere hacer creer una experiencia privada y condenada a vivirla en el ocultamiento. Ser cristiano significa ser discípulo de Jesucristo nuestro Señor, a quien nos gloriamos de confesar como nuestro Dios y Salvador, y este don tan inmenso no puede ser silenciado por nada, porque “de lo que rebosa el corazón habla la boca”.

En la fiesta del Bautismo del Señor, reconocemos la gracia de este don de Dios, y nos hacemos conscientes de la necesidad urgente de comunicarlo a los demás con nuestro testimonio y con nuestro anuncio explícito. Se nos tiene que notar desde lejos que vivimos gozosos por nuestra fe, y que Jesucristo colma de dicha nuestra vida y esperanza.

       Pidamos en esta eucaristía que Dios nos ayude para que día tras día vivamos esta fe con ilusión, con gratitud y con generosa entrega a los demás, y en especial a nuestros niños y jóvenes. De ese modo estaremos impregnando la vida de nuestros pequeños del rocío copioso que los ayudará a crecer con vigor, no sólo en estatura y fortaleza física, sino sobre todo en la gracia de Dios.