viernes, 21 de diciembre de 2012

DOMINGO IV DE ADVIENTO

DOMINGO IV DE ADVIENTO

23-12-12 (Ciclo C)

 
       Llegamos al final de este tiempo de adviento, a través de la Palabra del Señor, de manos de su evangelista S. Lucas fijando nuestra mirada en la Santísima Virgen. El adviento es un tiempo con final en el cumplimiento de la promesa de Dios, y este tiempo se ha cumplido ya en el seno de María.  Este 4º domingo es el “ya si, pero todavía no” de la Encarnación, porque de hecho el Hijo ya ha tomado carne en las entrañas de Sta. María, aunque todavía no haya visto la luz del mundo por él creado junto al Padre y el Espíritu Santo.

       Por eso a medida que han pasado los días del adviento mayor ha sido la ansiedad de nuestro ánimo, el deseo de ponerlo todo a punto, de que no nos falten detalles en el hogar bien dispuesto para tan ansiado invitado. Así lo hizo la misma protagonista de esta historia del amor divino. María, que como relata S. Lucas se puso en camino para ayudar a su prima Isabel ante el nacimiento de Juan, ciertamente allanó con su vida el camino al Señor. Nadie como María supo llenar los abismos que la humanidad había cavado, ni demoler los muros que contra Dios había levantado. María acogiendo la propuesta de Dios de ser la madre de su Hijo, abrió de par en par las puertas de la historia para que en ella entrara su Salvador y Redentor.

       María, es la mujer que entrega su corazón a Dios y se deja transformar por él. Su sencillez y humildad para escuchar y acoger la Palabra de Dios, la hace dichosa y bienaventurada, porque el poderoso ha hecho obras grandes en ella.

       María nos regala el don de la esperanza y nos ayuda a acoger la salvación que proviene sólo de Dios, quien a través de ella se hace uno con nosotros, para hacernos uno con él. El relato del evangelio nos sitúa a María en marcha, corriendo hacia quien la necesita.

La actitud de servicio y de entrega de María, resultan para todos ejemplares.

       Cómo no va a comprender Jesús lo que significa escuchar atentamente a Dios, entregarse con generosidad al servicio de los hombres y servir con prontitud a su llamada, cuando son los valores que en su propio hogar va a encontrar en sus padres. María y José, el gran discreto de esta historia salvífica, son los pilares sobre los cuales se va a asentar la formación de Jesús, y gran parte de su espiritualidad.

       María unió en su alma el anhelo de lo que estaba por venir y la certeza de que ya se había cumplido porque en su entrega absoluta a Dios, cuya vida acogía con respeto y amor esponsal, sabía que el Señor era fiel a su palabra y cumplía sus promesas.

       María en el adviento nos enseña a vivir la esperanza activa. Es decir, saber que nada está en nuestras manos porque todo depende de Dios, pero tomar a la vez conciencia de que Él ha querido ponerse en nuestras manos como si todo dependiera de nosotros. Ese ha sido el deseo del Señor. Dios, que no necesita de nada ni de nadie para llevar adelante su obra creadora, al encarnarse en nuestra historia ha querido someterse a sus propias leyes, aceptando y respetando nuestra limitada humanidad. Y la confianza de Dios en el ser humano ha sido tan grande que en María se ha visto generosamente correspondida. Por eso ella es Bendita entre las mujeres, por eso ella es la Llena de Gracia, porque jamás nadie tuvo parte tan importante en el ser de Dios como ella, y jamás nadie respondió con tanta entrega, dándose por completo a su proyecto salvador.

       El adviento encuentra su compendio y cumplimiento en la vida de María. Toda su existencia estuvo cuidada por el amor divino, pero fue un amor correspondido por ella de modo que al llegar la petición divina, estaba preparada para responder con fidelidad y confianza. María concibió antes al Hijo de Dios en su mente y corazón que en su seno virginal. Su respuesta positiva ya entrañaba su disposición para llevar adelante la propuesta de Dios, asumiendo con firmeza lo que pudiera comportarle a su vida.

El adviento de este año termina y con él nos disponemos a vivir la navidad con los nuestros. No podemos olvidar en este tiempo a quienes carecen de lo fundamental para vivir y compartir la alegría navideña. La campaña navideña de cáritas en todos sus años de existencia entre nosotros, no es un elemento más de este tiempo. Es la expresión externa de nuestra disposición interior. Es la muestra de que nuestro corazón se siente afectado por los demás, y que no hay alegría plena si parte de nuestra familia humana se siente desolada y desamparada.

Pasado mañana todo el mundo cantará la gloria de Dios que en el cielo resuena con gozo, y seguiremos pidiendo con los ángeles, paz en la tierra a todos los hombres amados por el Señor. Una paz que sólo es posible si desaparecen las desigualdades y las injusticias. Una paz que todos anhelamos y cuya consecución depende de las actitudes personales tanto como de las estructurales.

“La gloria de Dios es la vida del hombre”, decía S. Ireneo de Lyon. Y si con nuestra actitud personal sembramos de justicia y de paz este mundo, estaremos colaborando de forma activa y eficaz en la acción salvadora de Cristo.

La carta a los Hebreos nos invita a responder a ese amor de Dios derramado en nosotros;  “aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad”.

Que Santa María nos ayude a mantener fielmente esta actitud de entrega confiada al Señor, sabiendo que en el cumplimiento de su voluntad encontraremos como ella, nuestro gozo más pleno, colaborando en el desarrollo de una humanidad más fraterna, y haciendo posible una verdadera navidad para todos.

sábado, 15 de diciembre de 2012

HOIMILIA III DE ADVIENTO

DOMINGO III DE ADVIENTO

15-12-12 (Ciclo C)

       Llegamos a este tercer domingo de Adviento y la invitación que recibimos a la luz de la Palabra de Dios es al gozo y a la esperanza. Hasta la liturgia quiere empaparse de este sentimiento, suavizando la sobriedad del color morado e invitando al canto y a la alabanza.

       Y es que por si nos habíamos despistado en la vivencia del adviento, este es un tiempo de esperanza y la esperanza siempre contiene ilusión, expectación y gozo interior. Así volvemos a escuchar en el evangelio el momento vivido por Juan el Bautista y lo que significaba para aquellos judíos creyentes.

       Juan no se desanima en su misión. Ha comprendido que su vida  ha de ponerla al servicio de Dios y que es el momento de provocar en medio de su realidad un cambio radical, una llamada a la conversión.

       Está a punto de suceder el mayor acontecimiento vivido jamás por la humanidad. Dios se va a manifestar cercano, humano y solidario con su creación, y nada hace presagiar este hecho porque nuestras vidas no han experimentado ningún cambio merecedor de este regalo de Dios. Sin embargo, por su amor y misericordia, Él quiere compartir de forma plena la vida del ser humano y así sembrar en ella la semilla fecunda de su Reino de amor, de justicia y de paz.

       Muchos de los que escuchaban a Juan, sintieron la necesidad interior de prepararse para este momento y así nos lo presenta el evangelio que hemos escuchado: “¿entonces que hacemos?”, le preguntan todos, escribas, fariseos, publicanos, soldados. Y para todos hay una respuesta personal y concreta: que cada uno realice su tarea sin injusticias ni opresiones. Y al igual que aquellos que escuchaban al Bautista sintieron la necesidad del cambio personal, e iniciaron un proceso de conversión, nosotros estamos llamados a vivir también esta llamada del Señor.

La conversión personal es siempre semilla fecunda de transformación social y comunitaria, ya que del cambio de cada uno de nosotros se nutre la convivencia de todos.

Uno de los males que más afectan a nuestra sociedad es la falta de conciencia responsable. A ninguno nos gusta mirar con detenimiento nuestro interior y descubrir un rostro desfigurado por el pecado. Preferimos maquillar la realidad para adaptarla a nuestro gusto y así seguir contemplándola de forma superficial e infantil.

Pero a la hora de ver las vidas de los demás cómo cambia el matiz de nuestra mirada. Entonces sí percibimos con mayor claridad sus fallos y miserias, rebuscamos intenciones ocultas y sacamos conclusiones enjuiciando sin pudor sus vidas e incluso condenando aquello que nos disgusta. La desigualdad entre la tolerancia con uno mismo y la severidad con el prójimo es suficiente muestra del desajuste moral que cada uno podemos vivir.

Porque ¿cómo puedo erigirme en juez de mi hermano, si no soy capaz de afrontar mi propia verdad con humildad y sencillez delante de Dios?

Por eso antes de atreverme a juzgar la vida de nadie, debo presentarme ante el evangelio proclamado y, como los personajes citados en él, preguntarle con respeto, ¿qué debo hacer?

Y lo primero que toda persona auténtica ha de hacer es mirar la propia vida con verdad. Pero no con la verdad del mundo que está empañada por sus intereses y ambiciones, sino con la verdad de Dios.

Dios nos ha creado en el amor, para establecer una relación paterno-filial con cada uno de nosotros, y muchas veces le hemos dado la espalda, buscando nuestra independencia y alejándonos de Él. Hemos creído que librándonos de Dios, nuestra condición humana brillaría con luz propia, y sin embargo caemos en las tinieblas del egoísmo.

       La mirada sincera nos abre la puerta del encuentro con nosotros mismos y con los demás, nos ayuda a caer en la cuenta de nuestra pequeñez y nos dispone para que acogiendo la misericordia que Dios nos ofrece con generosidad, demos un cambio a nuestra vida.

El efecto de esta conversión enseguida hace evidentes sus frutos; nos infunde una fuerza interior que sabemos parte de Dios y nos impulsa a seguir adelante en la vida. Sentimos cómo su amor nos reconstruye y armoniza para estar en paz con él y con los hermanos, y salimos confortados de una experiencia que ante todo expresa el encuentro gozoso con Dios nuestro Señor.

       El adviento nos ofrece una nueva oportunidad de vivir con ilusión un cambio real en nuestra vida, a fin preparar la llegada del Señor.  Cambiar los signos de violencia y de ruptura entre los hombres y los pueblos; superar los momentos de desesperanza y desánimo, porque Dios está con nosotros y nada ni nadie podrán apartarnos de su amor y misericordia.

       Así resuenan con esperanza las palabras del apóstol San Pablo, “hermanos, estad siempre alegres en el Señor”, ... y en toda ocasión, en la oración, en la súplica o en la petición, confiad porque estáis en la presencia de Dios.

       Tengamos siempre presente que a pesar de todas nuestras limitaciones y debilidades el Señor no nos ha abandonado, y que por muy oscuro que veamos nuestro presente personal, familiar o social,  podemos decir con el salmo;  “Mi fuerza y mi poder es el Señor, el es mi salvación”.

Que esta frase repetida con serenidad en lo hondo de nuestros corazones, sea el ambiente interior que mueva nuestras vidas, y así dispongamos la venida del Señor con una esperanza renovada. Que así sea.

viernes, 7 de diciembre de 2012

DOMINGO II DE ADVIENTO

DOMINGO II ADVIENTO

9-12-12 (Ciclo C)

 

Continuamos nuestro itinerario hacia la fiesta de la Encarnación del Hijo de Dios, en este tiempo de gracia que es el adviento, y este domingo se presenta ante nosotros la vocación del que va a ser el último gran profeta de Dios, Juan el Bautista.

En el relato del evangelista S. Lucas, tras situar al lector en el contexto histórico donde se van a producir estos acontecimientos tan esperados, pasa a relatar de forma breve y sencilla, la llamada de Dios a Juan.

Son tiempos difíciles para la historia de Israel. Su pueblo está ocupado por los romanos y la tiranía de aquellos reyezuelos como Herodes que, además de mantenerlos en la opresión, ejercen su autoridad de forma escandalosa, al margen de la ley y de la fe.

Hacía más de quinientos años de la muerte de los grandes profetas de Israel, Isaías, Jeremías o Ezequiel. Personas que habían anunciado la esperanza a su pueblo en medio de las mayores adversidades de su historia. Y al igual que a ellos, S. Lucas nos presenta a Juan de la misma forma que la Escritura Sagrada narra la experiencia vocacional de aquellos hombres de la antigüedad, “vino la Palabra de Dios sobre Juan, hijo de Zacarías, en el desierto”.

Dios es quien toma la iniciativa, y su intervención se realiza a través de una persona concreta. Aunque ciertamente esa elección no se realiza por casualidad. Juan desde su infancia ha ido construyendo una personalidad abierta a la acción de Dios.

Zacarías su padre es un sacerdote al servicio del templo, y su madre Isabel, pariente cercana de Santa María la Virgen, tiene una historia personal bendecida por Dios.

Juan nació y creció en un entrono bien dispuesto para percibir de forma clara las presencias de Dios en su vida. Su educación humana no estaba al margen de su desarrollo creyente, y aunque en esa realidad histórica que le tocó vivir, también existía la indiferencia religiosa por una parte, y el fanatismo por otra, él tenía muy claro que el Dios de la Alianza que había elegido a su pueblo como el preferido de entre las naciones de la tierra, no se había olvidado de ellos.

Es a esta persona dispuesta y abierta, a quien va a dirigir su palabra el Señor. Y por el relato que nos ofrece el evangelista, será una palabra que anuncia el tiempo definitivo, el momento culminante de la historia de la salvación donde Dios irrumpirá de forma plena. Y para que esta venida sea posible hay que “preparar el camino al Señor”. Hay que ponerse manos a la obra porque Dios cuenta con nosotros para que su Reino se instaure con toda su fuerza y vitalidad.

Estos días que nosotros estamos viviendo en el tiempo de adviento, nos han de ayudar a comprender cuantas personas en la historia han contribuido de forma extraordinaria para que nosotros hoy, sigamos confesando con gozo la fe que nos sostiene y fundamenta.

Los profetas del Antiguo Testamento, aunque enormemente alejados del tiempo de Jesús, con su palabra y testimonio iban apuntando hacia una meta en el horizonte de la historia en el que brillaría la luz de Dios. Ellos ciertamente no podían imaginar el alcance de sus palabras, pero con ellas construían un sendero por el que muchos hombres y mujeres condujeron sus vidas en fidelidad y esperanza, sintiéndose bajo la mano amorosa de Dios.

Nosotros en estos días volvemos a revivir a través de los textos sagrados el momento hacia el que todas las promesas apuntaban, y también las personas más relevantes de este final esperado.

De manera sobresaliente encontramos la vida de Santa María la Virgen, quien ante la propuesta de Dios se abre por completo a su llamada para ser la Madre del Salvador. Ella también había sido preparada desde siempre para hacerse “la esclava del Señor”, y entregar así por completo su existencia a su plan salvífico.

Hoy presenciamos la vocación de Juan, igualmente elegido por Dios para la tarea inmediata de preparar el camino a Jesús.

En ambos casos las aptitudes personales no han sido improvisadas ni suscitadas por la casualidad. Y este detalle es de vital importancia para todos nosotros. La transmisión de la fe por parte de sus padres, el entorno de un hogar religioso donde fluya con naturalidad la experiencia creyente como si del mismo aire que se respira se tratara, hace posible que el corazón de María, el de Juan y el de otros muchos en la historia, se hayan abierto a la acción de Dios para colaborar, a su modo, en esta etapa final de la historia de la salvación.

Hoy somos nosotros los que poseemos en herencia la responsabilidad de seguir transmitiendo esta fe a las nuevas generaciones. Y ciertamente lo hacemos en un entorno hostil por el ambiente que el laicismo exacerbado pretende imponer. Pero debemos ser conscientes de que contamos con un estímulo añadido y que ni Juan el Bautista, ni la misma Madre del Señor tuvieron en el origen de su vocación. Nosotros somos testigos del cumplimiento de esas promesas en la resurrección de Jesucristo. Juan no alcanzó en su vida a ver esta realidad, y María hubo de pasar primero por la experiencia del Calvario que la rasgaría el corazón.

Preparar el camino al Señor es una llamada que todos recibimos para acoger la presencia de Dios en nuestra vida. El viene para llenar con su gracia cada corazón dispuesto, y así hacernos partícipes de su plenitud en el amor.

Que sepamos irradiar a nuestros hermanos la luz de la fe. Dios está con nosotros y nos llama como a Juan, para ser en nuestros días, la voz que anuncia su presencia salvadora a toda la humanidad. Vivamos esta espera gozosa preparando su venida de forma visible, para que quienes se abran de corazón a su amor, sientan sus vidas transformadas y colmadas de esperanza. Y tengamos presente que los signos externos son un medio extraordinario, y muy necesario en nuestros días, para hacer que nuestro mundo despierte de su letargo e indiferencia.

En la navidad, el símbolo elocuente es el Belén que S. Francisco de Asís inauguró como icono de la Encarnación del Señor. Que no falte en nuestros hogares, esta ventana a la ternura de Dios que por su misericordia se ha hecho uno con nosotros.

LA INMACULADA



SOLEMNIDAD DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN DE LA VIRGEN MARÍA – DIA DEL SEMINARIO

 

Un año más, en medio de este itinerario gozoso y esperanzado hacia la fiesta del nacimiento del Señor, la liturgia nos ofrece un alto en el camino para ayudarnos a fijar la mirada en quien tan plenamente participó en la obra salvadora del Creador, la Bienaventurada Virgen María. Su vida y su plena entrega al servicio que Dios le pedía, inserta en nuestra historia humana el momento culminante esperado desde la creación del mundo.

Esta experiencia de gozo y de gracia, ha sido posible por pura bendición de Dios, que en María la Virgen obró de forma admirable para que desde el momento de su concepción, estuviera preparado el camino a fin de posibilitar la Encarnación del Verbo en medio de nuestra realidad humana. Por eso también nosotros hacemos nuestro el gozo del apóstol Pablo expresado en este himno que la Carta a los Efesios nos ofrece “Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en la persona de Cristo con toda clase de bendiciones espirituales y celestiales”.

Porque si bien en la persona de Jesucristo encontramos el camino, la verdad y la vida que nos trae la salvación, ofreciéndonos una existencia en plenitud, la vida de su Madre santísima nos muestra un modelo de seguimiento que ciertamente nos aproxima al discipulado y a la experiencia del encuentro íntimo con el Señor.

Y es que toda la vida de María ha estado especialmente bendecida por Dios. Siguiendo el contenido del evangelio que acabamos de escuchar, el primer saludo del ángel la define como la “llena de gracia”. En ella Dios ha depositado su amor de tal manera, que desde el momento de ser engendrada por sus padres María fue preservada sólo para Dios. Seguro que desde su infancia iría descubriendo la bondad y la misericordia del Señor. Seguro que en la transmisión de la fe por parte de sus progenitores, María se abriría por completo para acoger cuanto Dios le pidiera, y así podemos comprender cómo María se sobrecoge ante la irrupción personal de Dios en su vida. Algo que por mucho que se anhele y para lo que se esté preparado, siempre desborda nuestra capacidad de comprensión.

María ha sido llamada por el mensajero de Dios “la llena de gracia”, y este saludo la desconcierta, de tal manera que el ángel Gabriel debe aclarar la razón de su visita, “no temas María, porque has encontrado gracia ante Dios”.

Y en ese corazón joven, ilusionado ante la vida y sobre todo abierto de par en par a la voluntad del Señor, se abre paso la confianza y la plena disponibilidad, para acoger una propuesta única e irrepetible en la historia. Será la Madre del Hijo de Dios, y aunque no acabe de entender el cómo y el porqué de su elección, y sin sospechar las consecuencias de su respuesta, ni el alcance que en la historia de la humanidad tendría la apertura de su corazón a la propuesta divina, ella se pone en las manos del Señor sabiendo que son manos buenas y que al abandonarse en ellas iba a encontrar una dicha sin límites.

       “Aquí está la esclava del Señor”. Las dudas y los temores dejarán paso a la confianza y a la disponibilidad porque su entrega no es una renuncia a vivir, sino una apuesta por hacerlo en plenitud, teniendo a Dios como aliado, amigo y Señor. María no arruinó su vida al ponerla en las manos de Dios sino que la vivió con responsabilidad siguiendo los pasos de su Hijo Jesús porque en ellos estaban las huellas de Dios en nuestra historia.

 
El sí de María no estuvo exento de dificultades. Pero sin duda la prueba más dura llegará cuando teniendo que asumir la libertad de su Hijo lo siga desde muy cerca como fiel discípula por un camino que la llevará al pié de la cruz sin que nada pueda hacer para evitarlo.

       Creyente y madre se funden en un mismo sentimiento de dolor que busca en Dios la respuesta al porqué de aquel final para quien es llamado “Hijo del Altísimo”.

       María comprenderá entonces que los planes de Dios se realizan en los corazones que como el de ella se dejan modelar por su amor. Y que la semilla del reino de Dios ya ha sido plantada en la tierra fecunda de los hombres y mujeres que a imagen de María se abren por entero a su amor. Experiencia ésta que encontrará su realización gozosa tras la resurrección de Jesús. “No está aquí, ¡ha resucitado!”; este anuncio ante el sepulcro vacío, será el cumplimiento de aquellas palabras que en su concepción recibió por parte del ángel, “su reino no tendrá fin”.

       María unida a la comunidad de los seguidores de Jesús recibirá la fuerza del Espíritu Santo para seguir alentando al nuevo pueblo de Dios nacido en Pentecostés y del cual todos nosotros somos sus herederos y destinatarios.

Ella sigue sosteniendo y alentando la familia eclesial, y desde hace muchos años, la experiencia vocacional y en concreto la vocación sacerdotal, ha sido puesta en nuestra diócesis bajo el amparo de la Inmaculada Concepción.

       Nuestro Seminario Diocesano celebra hoy su fiesta, y nosotros nos unimos a los seminaristas, formadores y a quienes trabajan en la pastoral vocacional, para orar insistentemente al Señor, por medio de María, para que siga llamando trabajadores a su mies.

Nuestra Diócesis de Bilbao, al igual que otras muchas Iglesias locales, atraviesa momentos de escasez en la disponibilidad de los jóvenes para este ministerio fundamental en la Iglesia. Nuestro presente y entorno, no son muy propicios para las decisiones valientes y generosas que implican la existencia completa de cada uno en aras a ofrecer un servicio entregado y permanente a los demás.

Sin embargo, hoy siguen haciendo falta sacerdotes que acompañen con amor y fidelidad la vida de sus hermanos. No somos ministros del evangelio para nosotros mismos. Los presbíteros ejercemos un ministerio que proviene de Jesucristo, para prolongar su obra redentora en medio de la humanidad por medio de la íntima comunión con él, entregándonos al servicio de los hermanos, y manifestando esa unidad en la comunión eclesial.

       Dios sigue llamando hoy, como lo ha hecho tantas veces en la historia, a niños, adolescentes y jóvenes que sienten en su corazón esa apertura y alegría que brotan de una fe sincera y gozosa. Y esa llamada de Dios, requiere por nuestra parte una respuesta generosa y valiente. Por eso, confiando en la intercesión de nuestra Madre la Virgen María, debemos seguir animando a nuestros jóvenes cristianos a que se planteen su opción vocacional con confianza y generosidad. Que nuestros hogares sean escuelas  de experiencia religiosa, donde se sienta como un don de Dios su llamada a nuestra puerta, a la vez que se viva con entusiasmo la vocación sacerdotal entre nosotros.

       Nuestro modelo de seguimiento de Cristo es María, nuestra Madre. Ella experimentó ese amor de Dios de una forma extraordinaria, y aunque el camino por el que anduvo Jesús muchas veces se muestre tortuoso y difícil, debemos saber que nunca nos dejará solos. Él está con nosotros todos los días hasta el fin del mundo, y su Iglesia, constituida sobre el cimiento de los apóstoles, prevalecerá para ser en medio del mundo sal y luz, que irradie frescura y calidad humana por medio del testimonio y de la entrega de todos los cristianos.

       Que Santa María la Virgen, siga protegiendo bajo su amparo las vocaciones sacerdotales de nuestra diócesis de Bilbao, y que al asumir la responsabilidad de transmitir la fe en Jesucristo a las generaciones más jóvenes, también suscitemos con valor la pregunta por su propia vocación como camino favorable de auténtica y plena felicidad.

lunes, 3 de diciembre de 2012

VICTIMISMO Y POLÍTICA


Victimismo y política

Hoy 3 de diciembre, en dos periódicos de alta difusión en Bizkaia como son Deia y El País, aparecen las declaraciones del Delegado Episcopal de Pastoral Social de la diócesis de Bilbao, D. José María Delclaux, expresando su opinión (supongo que personal y no diocesana), sobre la actitud de las víctimas de ETA y su implicación en política.

Algunas de las frases entrecomilladas por estos diarios, dicen que las víctimas de ETA “no deben hacer política con su victimismo”, y que esta actitud “hace un flaco favor” y no ayuda a la convivencia. Además, para dar más fuerza a su argumentación, apela a la autoridad de un hombre llamado Jesús de Nazaret que rechazó el sentimiento del ojo por ojo, y cuestiona el hecho de que el gobierno mantenga “leyes excepcionales” en estos momentos.

Me gustaría considerar algunas cuestiones al respecto:

1.      Las víctimas del terrorismo tienen, por lo menos, el mismo derecho a intervenir en política como de facto lo hacen aquellos que siempre han estado al lado de los criminales. Sólo faltaba que partidos que justificaron, ampararon y defendieron los crímenes de ETA gocen del apoyo de, por desgracia demasiadas personas, y subsistan gracias a los impuestos que pagamos todos, paradójicamente también sus víctimas, y éstas no puedan por lo menos alzar una voz en esta sociedad democrática. Es una situación de locos. Los verdugos y criminales se pueden sentar en el parlamento, dar conferencia, mítines y escribir sus panfletos propagandistas, y las víctimas han de estar tranquilitas y sin rechistar.

2.      Hablar del ojo por ojo y diente por diente, apelando a Jesús, queriendo con ello condenar actitudes vengativas, en aquellos que jamás alzaron la mano contra sus asesinos, ni llamaron a la venganza, es un insulto a la inteligencia y a la decencia humana.  Precisamente por esa actitud ejemplar del sufrimiento desgarrador vivido en el silencio de tantas víctimas en más de 40 años y casi 1000 asesinados, es lo que les legitima para ahora elevar su voz como les dé la gana.

3.      Por último, “las leyes excepcionales”, están para canalizar situaciones excepcionales y éstas se aplican para aquellos que cometieron delitos de semejante magnitud. No creo que se apliquen hoy esas leyes a quienes no cometen delitos de terrorismo, pero esta lacra, aunque es cierto que parece haber terminado en lo que a su expresión más cruel se refiere, no por ello siguen existiendo culpables que han de pagar por sus crímenes. El ejercicio del perdón y de la generosidad de la sociedad, depende primero de la autenticidad con que se solicita por parte del culpable, y después de la disposición de la víctima para otorgarlo. Pero no podemos poner en el mismo plano lo uno y lo otro. Quien ha causado el desastre es quien debe expresar y dar pruebas objetivas de su arrepentimiento y conversión. No se puede exigir a quien ha sufrido, causándole mayor pesar en su conciencia, que sea ella quien tome la iniciativa. Lo mismo que la ley del talión fue abolida por Jesucristo, y siempre nos llamó al perdón generoso que sana y regenera, del mismo modo advierte de la condenación eterna para quien no se arrepiente y se obstina en su camino de odio y destrucción.

Ojalá que esta experiencia tan dolorosa de nuestra historia sea pronto superada, pero no olvidemos nunca que en ella no todos sus protagonistas han tenido igual responsabilidad.

sábado, 1 de diciembre de 2012

I DOMINGO ADVIENTO CICLO C

DOMINGO I DE ADVIENTO


2-12-12 (Ciclo C)



“Levantaos, alzad la cabeza, se acerca vuestra liberación”. Con esta frase de Jesús como fuerte llamada para la esperanza, comenzamos este tiempo de Adviento. Cuatro domingos que nos irán acercando y preparando para acoger a Dios en nuestra vida de forma renovada y gozosa.

 

El adviento es ante todo expectación ante la proximidad de algo que desde hace mucho tiempo venimos anhelando; la entrada de Dios en la historia humana. No es una mera repetición ritual; hoy comienza para nosotros la cuenta atrás y por delante tenemos un tiempo precioso para preparar adecuadamente nuestra vida, a fin de favorecer el encuentro con el Hijo de Dios, Jesucristo.

 

Adviento supone disposición y compromiso para abrirnos a Dios y dejar que ciertamente libere nuestro ser y transforme el mundo instaurando su reinado. Todo ello en esta realidad que presenta tantas amarguras e injusticias.

Iniciamos el advenimiento de Dios con nosotros, cuando las divisiones y guerras entre los pueblos, la violencia y el terror en tantos hogares, la dura crisis económica y la miseria de millones de seres humanos, tiñen de desesperanza nuestra realidad más cercana haciendo increíble el que Dios pueda nacer en este entorno.

Los dirigentes del mundo no entienden que el camino de la paz pasa por la libertad y la justicia de todos los pueblos. Cada uno busca su interés económico o material aún a costa de vidas humanas, utilizando los medios de propaganda conforme a su ambición.

El evangelio de hoy nos muestra con un lenguaje lleno de simbolismo, la cantidad de catástrofes, miserias y violencias que este mundo soporta. Algunas de ellas responden a fenómenos naturales, en ocasiones provocados por el abuso y la destrucción de la naturaleza, pero en la mayoría se debe a la crueldad del hombre que en vez de haber buscado la fraternidad se ha convertido en fratricida y en vez de vivir la solidaridad se ha cegado por el egoísmo y la ambición. Cómo no ansiar una liberación que nos devuelva nuestra dignidad y alegría.

 

Por qué no va a ser posible que comenzando por el núcleo familiar, y prosiguiendo en el entorno social de cada uno, se provoque el nacimiento de una nueva humanidad.

Pues bien, creemos que cabe la esperanza. Nosotros, los cristianos no podemos arruinar nuestro ánimo ni presentarnos ante el mundo derrotados en el desamor. Hemos de seguir esperando aún teniendo en contra situaciones desfavorables. Nos hemos fiado del Señor, y él mismo nos ha prometido su presencia hasta el fin de los tiempos.

La fe que profesamos debe colorear el presente infundiendo a nuestro alrededor un ambiente nuevo, solidario y fraterno capaz de generar esperanza en los demás. Dejar que nuestras ilusiones se apaguen o que nuestro compromiso decaiga, es sucumbir ante la adversidad y renunciar a ser luz en medio de las sombras de este mundo.

Necesitamos fortalecer nuestra vida de oración. Recurrir permanentemente al Señor para que nos muestre el camino a seguir y nos ayude a recorrerlo con la fuerza de su Espíritu. Pero rogar a Dios nos ha de llevar a poner de nuestra parte todo lo humanamente posible.

Las víctimas de este mundo se encuentran muchas veces tan abatidas que les es imposible salir adelante solas. Hemos de estar a su lado, acompañarlas en todo momento y comprometernos activamente por la transformación de su situación desde la denuncia de la injusticia y la búsqueda de su dignidad. Son signos elocuentes de esta grandeza humana, gestos como la disposición de viviendas para familias desahuciadas, y campañas como la recogida de alimentos.

En el adviento dirigimos nuestra mirada hacia el Dios-con-nosotros que está por llegar. En su nacimiento se regenera la vida y la esperanza, posibilitando que emerja una nueva creación. La cual resultará imposible si no se produce en cada uno de nosotros una verdadera renovación personal y espiritual.

La liberación a la que somos llamados por el Señor en este primer domingo, pasa por nuestra conversión personal. Por preparar adecuadamente el camino que nos acerca a su amor sabiendo que todavía son muchas las barreras que nos separan del encuentro pleno con él y con los hermanos.

Y el Señor nos hace una clara promesa por medio se su palabra; si somos capaces de favorecer este encuentro con él, “veremos la salvación de Dios”.

Al comenzar este adviento, podemos aceptar que el camino que tenemos por delante no es sencillo ni cómodo, pero con la fuerza de Dios y nuestra fidelidad a su amor desde el compromiso por los necesitados, es posible confiar en la victoria del Señor y de su Reino.

Fue en medio del desasosiego donde resonó la Palabra de Dios haciéndose carne en María. Fue en medio de la noche y lejos de la comodidad donde nacía el Hijo de Dios. Fue en las afueras de Jerusalén y en una cruz ensangrentada donde brilló la luz de la vida definitiva, de Cristo resucitado.


Este tiempo de adviento nos ha de ayudar a buscar caminos que nos conduzcan al Dios de la misericordia, que por amor se encarnó en nuestra historia y por su compasión la ha reconciliado para siempre.

Dios está con nosotros, y en esta cercana familiaridad nos sigue enviando a preparar su venida. Que su amor nos fortalezca y su misericordia nos impulse a transformar nuestro mundo, comenzando por nuestras familias que han de ser escuela de humanidad y fermento de paz.

sábado, 24 de noviembre de 2012

SOLEMNIDAD JESUCRISTO REY DEL UNIVERSO


DOMINGO XXXIV TIEMPO ORDINARIO
JESUCRISTO REY DEL UNIVERSO 25-11-12 (Ciclo B)

 
Terminamos el tiempo litúrgico ordinario con esta solemnidad de Jesucristo Rey del Universo. Una fiesta en la que reconocemos a Jesús como nuestro Señor, y en la que anhelamos la instauración de su Reino entre nosotros; el nuevo Pueblo de Dios que animado por el Espíritu Santo va desarrollando una humanidad nueva donde todos, sin exclusión, vivamos la auténtica fraternidad de los hijos de Dios.

El Evangelio que hemos escuchado, narra una experiencia en la que la realeza es sinónimo de poder absoluto. Poncio Pilato con sus preguntas cargadas de recelo y descrédito busca desenmascarar a un rival; sin embargo se encuentra ante un hombre sencillo, despreciado y humillado que le desconcierta, porque en su debilidad reside su fuerza y su palabra señala la verdad: “Mi reino no es de este mundo”, responde Jesús ante la insistencia del gobernador.

El reino que Dios quiere, no encuentra en este mundo su lugar apropiado. Y no es porque no se haya esforzado el Creador en poner todo de su parte para que germinara ese proyecto de vida en plenitud tan deseado para sus hijos. Su Reino no germina por la dureza de una tierra que no se deja empapar, donde la terquedad del corazón humano sometido a sus ambiciones, siembra de injusticia la realidad.

Dios ha enviado sus mensajeros delante de él, hasta a su propio Hijo Jesús;  y como vemos en el evangelio que hemos escuchado, será sentenciado a muerte. El rechazo de Dios y de su reinado es la realidad a la que ha de enfrentarse el Señor antes de morir.

Y sin embargo nosotros hoy seguimos confesando a Cristo como el Rey del universo y nos sentimos llamados a favorecer el desarrollo de su reinado desde los valores permanentes e irrenunciables del amor, la justicia, la verdad, la libertad y la paz.

Y es que Dios ha puesto este mundo en nuestras manos y con ello nos está invitando a proseguir su obra creadora. A través de nuestro compromiso con el presente, de nuestra implicación en los asuntos temporales, hemos de avanzar en la consecución del reinado de Dios como meta y horizonte de nuestras vidas. El Reino de Dios ha de germinar en todos los ámbitos de la sociedad por medio de la implicación de los cristianos en aquellas realidades donde se decide el destino del ser humano. Es decir, en la vida pública.

Por eso, cuando los cristianos se comprometen en el mundo sindical, o el de la política, y siendo elegidos de forma libre y democrática reciben la confianza de sus conciudadanos, no reciben un cheque en blanco para hacer lo que les venga en gana subordinando sus convicciones a los intereses ideológicos, sino para que siendo fieles a su fe, y a los principios morales que de ella se derivan, pongan todos sus esfuerzos y sacrificios al servicio del bien común, la defensa de la vida humana, la promoción y el desarrollo de los más necesitados, y la concordia y la paz entre todos los pueblos desde la auténtica solidaridad.

Los cristianos comprometidos en la vida pública no lo están para mimetizarse con el entorno, sino para que con su voz, sus propuestas y trabajos, inserten una llama de esperanza y una bocanada de frescura que proviniendo de su fe en Jesucristo, renueve los pilares de la tierra cimentándola con los valores del evangelio.

Muchas veces se sentirán incomprendidos y enfrentados a sus propios compañeros de grupo, otras sentirán la presión de la comunidad eclesial que les exige más compromiso. Ciertamente no resulta sencillo comprometerse con la realidad presente, pero esa es la vocación de todos los cristianos, que según nuestras capacidades debemos asumir con coherencia y fidelidad al Señor.

Para ello cuentan con el apoyo y la oración de toda la Iglesia, y el estímulo fecundo del Espíritu Santo que los alienta en su misión.

El reinado de Dios se va sembrando en cada gesto de misericordia y compasión para con los más pobres y necesitados. Esta ha de ser una labor constante de toda comunidad creyente y ha de marcar el corazón de la vida social y de las leyes que la regulan de manera que éstas sean realmente justas.

Los signos del Reino de Dios no pueden ser percibidos si a nuestro alrededor se impone la desigualdad, la marginación o la violencia. Y en los tiempos de especial dificultad social y económica, como los presentes, mayores han de ser los esfuerzos por sembrar la semilla de la esperanza desde el compromiso activo con los más desfavorecidos.

Por último, si algo destaca con vigor la llegada el Reinado de nuestro Dios y así se ha podido escuchar siempre a través de su extensa Palabra revelada, es la paz. Desde el momento del nacimiento de Cristo hasta su muerte, Dios ha sembrado la paz en la tierra. “Gloria a Dios en el cielo y paz en la tierra a toda la humanidad amada por Dios”.

La paz es el saludo y el deseo más entrañable que se puede ofrecer. Una paz que sellada con el perdón de Jesús, agonizante en el tormento de la cruz, abre la puerta a la reconciliación y a la salvación de todos.

Hoy celebramos y confesamos a Jesucristo como el verdadero y el único Señor del Universo lo cual nos ha de llevar a trabajar por su reinado, con entrega y confianza. Sabiendo que este Reino no es obra de nuestras manos, sino don de su amor y misericordia, y que aún siendo conscientes de que el Reino de Dios no se puede dar de manera plena en el presente, sometido al mal y al pecado, no por ello dejamos de entregar nuestra vida para que de alguna manera vaya emergiendo, porque el Señor ha puesto en nosotros su confianza.

Jesús no impuso su palabra ni sus convicciones. Sólo las propuso con sencillez y eso sí, acompañadas en todo momento con la autenticidad de su propia vida. Ni en los momentos más duros de su predicación ni ante el abandono de los más cercanos cae en la tentación de los atajos falsos, la ira o la condena a este mundo hostil. Su respuesta siempre fue la mirada limpia para perdonar, el corazón dispuesto para amar y los brazos abiertos para acoger a los demás.

Así iba sembrando su reino, y convocando a él a ese Pueblo Santo que tomó forma de comunidad de seguidores, la Iglesia, y que a pesar de los muchos avatares por los que ha pasado en la historia, podemos sentir que su presencia alentadora sigue entre nosotros y nos anima a mantenernos fieles a su amor.

Hoy damos gracias al Señor por conservar fiel su promesa de estar a nuestro lado todos los días de nuestra vida, y confiamos en que la fuerza de su Espíritu Santo seguirá animando nuestros corazones para colaborar en la construcción de su reinado hasta que lo vivamos plenamente junto a él en la Gloria eterna. Que así sea.

sábado, 17 de noviembre de 2012

HOMILIA DOMINGO XXXIII T.O.

DOMINGO XXXIII TIEMPO ORDINARIO


18-11-12 (Ciclo B)



Este mes de noviembre se caracteriza por varias realidades unidas en un sentido cristiano común. Lo comenzamos con la fiesta de todos los santos, seguido del recuerdo de los fieles difuntos, y concluye con la fiesta del próximo domingo, la solemnidad de Jesucristo Rey del Universo.

Todo ello, a la luz de la Palabra de Dios que hoy se nos proclama, nos ayuda a percibir, la realidad presente como un tiempo en camino, para conducirnos al encuentro con Dios nuestro Padre. Y así Jesús nos anima a poner nuestra confianza en ese amor de Dios por el que hemos sido creados a esta vida, y lo que es mucho mayor, a no perder la esperanza de compartir a su lado la vida en plenitud, en su reino de amor, de justicia y de paz.

Y este domingo tiene además una cualidad que lo hace realmente especial. Es la jornada de la Iglesia diocesana, algo que a primera vista puede dejarnos indiferentes, pero que a mi juicio nos introduce en la clave para entender nuestra identidad cristiana.

No me voy a detener en la opinión que la gente tiene de la Iglesia, porque de verdad, me importa poco. Lo que realmente me resulta esencial, es lo que para mí significa la Iglesia, y con ello os invito a que también vosotros realicéis este camino de identificación en el amor.

La misma Iglesia se autodefine como Madre y Maestra. Y dentro de poco, al confesar nuestra fe, de ella diremos que es UNA, SANTA, CATÓLICA Y APOSTÓLICA.

Pues desde esta fe confesada, y sobre todo vivida, os digo con todo orgullo de hijo, que la Iglesia es mi madre, nuestra madre. Ella me engendró a la vida por medio del amor de unos padres unidos en el sacramento del matrimonio. A ella me unieron para siempre por el bautismo que además de hijo de Dios me hacía hermano vuestro. En ella, por la educación cristiana recibida en el hogar y en la parroquia, pude descubrir a Jesús, hermano, amigo y Señor a quien merece la pena seguir, y su proyecto de vida imitar.

En esta Iglesia he descubierto la riqueza de una gran familia con sus luces y sombras, pero donde la pequeñez de algunos de los hermanos, y sus miserias, es muy superada por la santidad y el amor de los más.

En esta Iglesia, yo como vosotros, hemos descubierto nuestra vocación, la opción de nuestra vida desde la que vivir felices y realizarnos bien en la vida matrimonial, misionera, seglar, religiosa o sacerdotal.

Es en esta Iglesia donde Dios se nos revela por medio de su Palabra, diariamente escuchada y donde nos alimentamos con su Cuerpo para seguir caminando con esperanza y sembrando la semilla fecunda del evangelio.

Es en la Iglesia donde la cercanía de los hermanos, el consuelo de los cercanos y la fortaleza de los robustos nos han ayudado a superar enormes dificultades e incluso desgracias personales, porque su fe vigorosa, ha sostenido la nuestra en los momentos de mayor incertidumbre y desconsuelo.

Es esta Iglesia, la que como maestra nos ayuda a responder en cada circunstancia de la vida, no desde nuestros egoísmos personales, sino con criterios evangélicos lo que mejor conviene a mi vida y a la de los demás. Y es esta Iglesia la que incluso cuando me confundo, tropiezo y me introduzco en caminos de desolación, me ayuda a recuperar el rumbo, me corrige y me ofrece el perdón de Dios, auténtico bálsamo que sana las heridas más profundas de nuestro corazón.

La Iglesia nos ha acompañado todos los días de nuestra vida, desde el momento de entrar en ella por medio del santo bautismo, hasta el instante en que ungidos con el óleo de los enfermos, nos prepara para ser recibidos por el Señor. Ella nos despide con el mismo amor y respeto con el que nos recibió, y lo mismo que un día se alegraba con nuestra vida emergente, se siente afectada cuando nos llega el ocaso, aunque el dolor del corazón humano, no es suficiente para acallar nuestra esperanza y sentir el consuelo de la promesa que en Cristo es certeza de vida eterna.

Esta es la Iglesia en la que todos nosotros nos encontramos; UNA, porque a pesar de las diferentes culturas, razas y lenguas, toda ella alaba unida a su Señor, y es congregada bajo la guía de un único Pastor, Cristo. La unidad en la Iglesia es su razón de ser y la garantía de autenticidad. Es un don de Dios que los distintos y distantes, podamos congregarnos con un solo corazón y una sola alma, para bendecir al mismo Dios. Es SANTA, no por nuestros méritos y logros, que bien sabemos de nuestra miseria y limitación, sino porque en ella habita el Santo, Jesucristo, quien prometió su presencia todos los días hasta el fin del mundo. Y nada ni nadie, como nos enseña San Pablo ha podido ni podrá apartarnos del amor del Señor. Precisamente porque en la Iglesia está presente Jesús, debemos orientar nuestra vida cada día para hacer que toda ella resplandezca en medio del mundo como fiel testigo del Señor.

La Iglesia es CATOLICA porque su vocación es llegar a todos los rincones del orbe. El mandato del Señor “id y haced discípulos de todos los pueblos”, nos obliga a sembrar de manera incansable la semilla del evangelio con nuestro testimonio personal, nuestro anuncio explícito de Cristo y el compromiso transformador. Labor que sigue siendo necesaria en el presente, en medio de las jóvenes generaciones y entre los alejados.

Y la Iglesia es APOSTÓLICA, porque los que hoy somos los testigos del presente, somos herederos de una fe y tradición que nace con aquellos apóstoles del Señor, y son para nosotros modelos normativos en el seguimiento actual de Jesucristo. La Iglesia no se reinventa con cada nueva moda o generación. La Iglesia para que pueda mantener estas cualidades esenciales que he mencionado, debe custodiar y vivir conforme al depósito de la fe que hemos heredado y que es para nosotros don y tarea.

Don porque gratuitamente lo hemos recibido, y tarea porque al acogerlo y vincular nuestra vida a Cristo, asumimos la misión que él mismo nos ha confiado.

Pues esta Iglesia, hoy celebra su fiesta de una manera más explícita, y nos llama a vivir con consciencia y coherencia nuestra pertenencia a ella.

Cuanto tenemos que agradecer a esta familia el haber nacido en ella, pero sobre todo, cuanto tenemos que reconocer el enorme bien que nos hace permanecer unidos a ella.

Hoy damos gracias a Dios por este regalo inmenso que nos ha hecho la llamarnos a formar parte de su Pueblo Santo, y pensemos una cosa importante, lo que no nos gusta de ella no es por culpa de la familia eclesial, sino por la indignidad de algunos de sus miembros.

En una ocasión alguien preguntó a la Beata Madre Teresa de Calcuta: ¿Cambiaría algo de la Iglesia?, y ella respondió “Sí, dos cosas, primero yo, y luego tu”.

Que la Virgen María, Madre de la Iglesia, nos ayude a vivir con gozo nuestra vinculación eclesial, y dar testimonio con nuestra vida de que merece la pena vivir en ella.

viernes, 9 de noviembre de 2012

HOMILIA DOMINGO XXXII T.O.

DOMINGO XXXII TIEMPO ORDINARIO
11-11-12 (Ciclo B)

Queridos hermanos:   

Al escuchar las lecturas de hoy, lo primero que nos sugieren es el sentido de la generosidad. ¿Qué es ser realmente generosos? Y descubrimos que la generosidad no es solamente la cantidad de lo que se da, sino que entran otros factores mucho más importantes a los ojos de Dios. Los cuales los podemos resumir en esta pregunta: ¿Qué parte de mí, implico en lo que doy? Jesús dice: “los demás han echado de lo que les sobra”. Al dar, ellos no han tenido que darse. Lo que ellos dan tiene una implicación muy baja, muy pobre en sus vidas, en cambio, las dos viudas que han aparecido en las lecturas de hoy, aquella viuda de Sarepta, con el profeta y esta otra viuda anónima del evangelio, al dar han tenido que implicar su propia subsistencia, han puesto sus vidas en peligro.   

La generosidad, la verdadera generosidad está en el darse y sabemos que hemos empezado a darnos cuando eso mismo que somos, cuando lo que tenemos, llega el momento en que nos desestabiliza, nos lleva al riesgo. Decía la bienaventurada Madre Teresa de Calcuta: “dar hasta que duela, dar hasta que te afecte, dar hasta que tú mismo seas cambiado por la ofrenda que das”. Esta es la clase de generosidad a la que nos invita el Señor, y por supuesto, uno podría preguntarse: ¿cuál es el sentido de ese dar? ¿Por qué se nos reclama tanto?  

Observemos que si uno baja un poco la medida, si uno baja la exigencia, no es tan difícil encontrar gente que aporte. Hay en la naturaleza humana, no solamente un impulso para acumular y para retener, también existe la alegría de dar. Esa alegría que es como natural y espontánea, es lo que se llama la filantropía. Prácticamente todos los seres humanos sienten en algún momento de sus vidas, o en muchos momentos, que es bueno hacer algo por alguien. 

Nuestra naturaleza está hecha de tal manera que sentimos gozo, nos sentimos bien cuando compartimos con una persona que lo necesita. Pero aquí estamos hablando casi de lo contrario. Porque según lo que la Madre Teresa de Calcuta decía, hay que dar casi hasta que te sientas mal, hasta que te duela.       

O conforme a lo escuchado en el evangelio, no es dar de lo que nos sobra, sino dar de lo que tenemos para vivir. Y eso produce riesgo, produce inseguridad, y tal vez produzca incluso preocupación. La generosidad, la genuina caridad cristiana, en su expresión más fuerte, no es filantropía, no es esta alegría de dar un poquito, de sentirse uno bien sin ponerse en riesgo.  
La caridad cristiana conlleva la entrega de uno mismo en aquello que comparte o realiza en favor de los demás, sin calcular los riesgos que comporta, y sintiendo como único motor, el amor fraterno que mana de nuestra propia espiritualidad y vocación.  


Dos son las enseñanzas que hoy recibimos: La primera, cuál es el sentido de la generosidad, cuál es el sentido del dar y esto se resuelve con una pregunta: ¿Qué tanto de mí está implicado en esa entrega? Y lo segundo que hemos dicho hoy es que esa generosidad va mucho más allá de la filantropía, aunque podamos preguntarnos ¿Qué obtengo con eso?     

Si uno lo mira desde un punto de vista solamente humano como que no tiene mucho sentido, pero la clave está en lo que sucede en nuestra vida cuando descubre primero la generosidad de Dios. La generosidad de mi donación me pone en riesgo, pero también me pone en las manos del Dios generoso.     

Eso aparece muy bien en la primera lectura, la viuda se pone en riesgo, esto era todo lo que tenia para ella y para su hijo y eso se lo va a dar al hombre de Dios, al profeta. Es como una ofrenda religiosa realmente, ¿qué gana ella con eso? Gana la experiencia de la generosidad de Dios, el acento no hay que ponerlo en todo lo que uno puede llegar a perder, que puede ser hasta la vida, nos lo muestran los mártires, sino que el acento está en lo que uno puede llegar a ganar cuando entra en el ámbito de la generosidad de Dios.   

A través de esa entrega personal y total, que en el fondo es un acto de confianza por el que yo me regalo a las manos de Dios, estoy descubriendo cómo el Señor es un Dios generoso, que desborda su gracia y su amor en todas sus criaturas y que me llama a prolongar esa actitud vital con todos los hombres, mis hermanos más necesitados.
De este modo podemos comprender el asombro de Jesús ante el gesto casi insignificante de aquella pobre mujer del evangelio. Lo que a los ojos de cualquiera pasa desapercibido, e incluso resulta despreciable, para él contiene todo el germen de la generosidad de Dios.

Pero no sólo eso, Jesús nos enseña a mirar la realidad con los ojos de Dios. El no desprecia a quienes han dado de lo que les sobra, también es de agradecer el gesto de aquellos que entregan parte de lo que tienen, y nadie debe sentirse mal por compartir generosamente de lo que le sobra. Todo lo contrario. Pero lo que Jesús destaca para quienes hemos tomado en nuestra vida la opción de seguirle siendo discípulos suyos, es que debemos vivir las actitudes humanas transformadas por el amor generoso y desbordante de Dios.

Un amor que tiene su más clara expresión en la entrega absoluta de Jesús, cuya donación personal nos muestra hasta dónde ha estado Dios dispuesto a darse, ciertamente hasta el vaciarse por completo para que todos tengamos vida en plenitud.       

Ese amor testimoniado a lo largo de la historia por tantos hombres y mujeres que se han dado por completo en favor de los demás, sigue siendo en nuestros días testimonio de auténtica caridad cristiana. No se trata de la cantidad material de lo entregado, sino la calidad vital que en ello se contiene. Y la caridad que se ejerce desde el amor, siempre resulta liberadora y fecunda.   

Hoy somos invitados a experimentar cada uno, en su propio estado de vida, la generosidad de Dios. Nuestro Dios es un Dios generoso en amor y en alegría, generoso en dones y en perdón, generoso en espíritu, en sabiduría y en palabra. Y esa generosidad también ha sido derramada en nuestros corazones para que se desborde en favor de los demás.  

Que el poder del Evangelio se adueñe de nuestras vidas y que por medio del Espíritu de caridad que hemos recibido, la hagamos contagiosa a muchos más.


miércoles, 31 de octubre de 2012

SOLEMNIDAD DE TODOS LOS SANTOS


SOLEMNIDAD DE TODOS LOS SANTOS

 

Un año más celebramos la fiesta de todos los santos, la de aquellos que han recorrido el camino de la vida de forma sencilla y honesta, en fidelidad a Jesucristo y que son para nosotros ejemplo en el seguimiento del Señor. Es la fiesta de quienes ya gozan de la vida gloriosa prometida por Dios y de los cuales muchos han sido proclamados por la Iglesia como santos y modelos de creyentes, por su forma de vivir el evangelio de Cristo y de entregarse al servicio del Reino de Dios.

         Los santos son quienes han hecho realidad en sus vidas el espíritu de las bienaventuranzas que acabamos de escuchar, y que constituyen el proyecto de vida de quienes ponen en Dios el fin de su existencia, su horizonte y meta,  y que para encontrarse con él saben mirar de forma permanente y con amor, la realidad de los hermanos.

         Las bienaventuranzas son un proyecto que desconcierta a quienes basan su existencia en los fines de este mundo materialista, el poseer, dominar y brillar con luz propia olvidándose de los demás.

         Sin embargo ese es el camino por el que nos encontramos con el Señor y que muchos, en esta historia de salvación ya han recorrido y de forma ejemplar. Ellos son nuestros maestros de espiritualidad, testigos de un vivir para Dios y para los demás y ejemplo de serenidad y misericordia incluso en momentos donde sufrieron martirio y violencia.

         Pobre de espíritu es aquel que al margen de su situación material, buena o mala, siempre busca el rostro de quien peor lo pasa y sabe acercarse a la realidad del hermano para compartir su vida, sus bienes, su esperanza, su amor con aquellos que suplican nuestra solidaridad. La pobreza de espíritu no es ajena a la material. Es muy difícil la una sin la otra. Nunca seremos pobres en el espíritu si no sabemos acoger la pobreza material como estilo de vida austero y solidario.

         La sencillez y humildad posibilitan el tener un corazón limpio para mirar a los demás. Un alma lúcida para contemplar  a los otros con misericordia, sin reproches, sin exigencias, sin condenas. Es del corazón de donde brotan las acciones y deseos más humanos o más viles. Allí se albergan nuestras intenciones profundas y de nuestra libertad para asumir nuestra propia condición dependerá la comprensión y respeto de cara a los demás.

         Un corazón limpio regala permanentemente una nueva oportunidad; un corazón limpio hace posible el milagro del perdón y de la reconciliación, porque sabe que todos hemos sido reconciliados por el amor y la misericordia del Señor, y reconoce que nuestra masa no es diferente de la de los demás.

         Bienaventurados los que trabajan por la paz, y los que tienen hambre y sed de la justicia. Cómo resuena en nuestros tiempos esta voz de Cristo en medio de los abusos e injusticias que tantos inocentes sufren a lo largo del mundo. Guerras, violencias, terrorismo, tantas formas de explotación que muestran la vileza a la que podemos llegar e incluso justificar con ideologías engañosas y mezquinas.

El ser humano es capaz de hacer las cosas más grandes y también las más viles. Pues los santos son aquellos que aun a riesgo de su propia vida jamás favorecieron la violencia y sus vidas entregadas supieron sembrar concordia y paz.

         Trabajar por la justicia, y padecer por ella, les llevó a afrontar en su vida la persecución y el rechazo por fidelidad a Cristo. Y esta es una cualidad que casi todos compartieron, experimentando el valor de la última bienaventuranza “dichosos vosotros cuando os insulten y os injurien y os persigan por mi causa”.

El perseguido por causa de Cristo y su evangelio es un bienaventurado, un ser dichoso porque su recompensa es el Reino de Dios.

Y esta llamada que nuestros hermanos acogieron y a la que respondieron de forma heroica, hoy también se nos hace a nosotros.

Nuestra coherencia cristiana se ha de explicitar con firmeza en momentos de clara injusticia personal o social, respondiendo con valor a los ataques contra la vida y la dignidad que con tanta frecuencia se realizan y amparan desde proyectos políticos, incluso desde los partidos que han contado con nuestro apoyo.

Ser cristiano en medio de esta asamblea eucarística es fácil y evidente. Ser cristiano en medio de la agrupación vecinal, o del partido político o del ambiente social en general, es mucho más complejo y debemos saber que si nos posicionamos como cristianos muchas veces nos van a criticar e incluso perseguir. Pero callar nuestra voz en medio de las injusticias y la falsedad, nos hace cómplices de ellas.

Los católicos hemos de vivir nuestra fe encarnada en el mundo, como lo han hecho aquellos que nos precedieron y cuya fiesta hoy celebramos. Y vivir esa fe con coherencia implica dar la cara por Jesucristo y por nuestro prójimo a quien hemos de amar como a nosotros mismos.


Todos estamos llamados hoy a seguir el camino de la santidad. La santidad no es sólo la meta a alcanzar, es también la tarea cotidiana por la que merece la pena vivir y entregarse, siguiendo las huellas de Jesucristo, camino verdad y vida, de manera que vayamos construyendo su reino de amor, y así podamos vivir todos como hijos de Dios y hermanos entre nosotros. De este modo y tras el recorrido de la vida que cada uno deba realizar, podamos descansar en las manos de Dios por haber sabido combatir las penalidades desde la fe, la esperanza y el amor.

         Estas son las virtudes comunes a todos los santos; una fe que mantiene siempre la confianza en Dios por encima de cualquier dificultad. Una esperanza que se asienta en la convicción de que  nuestra vida está en las manos de Dios y que se siente siempre acompañada por Aquel que nos creó según su imagen y semejanza. Y todo ello vivido desde el amor, que es lo mejor que posee el ser humano y que nos hace libres capacitándonos para el perdón y la construcción de un mundo fraterno.

      Que la alegría que hoy comparte la comunidad cristiana al recordar y agradecer la vida de tantas mujeres y hombres que a lo largo de los siglos han dado autenticidad a nuestra Iglesia sea para todos nosotros estímulo en el seguimiento de Jesucristo. Que el Espíritu Santo nos impulse a vivir con gozo e ilusión porque “el amor que nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios”, nos convierte en herederos de su gloria y en portadores de su esperanza.