viernes, 17 de noviembre de 2017

DOMINGO XXXIII TIEMPO ORDINARIO - I JORNADA MUNDIAL DE LOS POBRES



DOMINGO XXXIII TIEMPO ORDINARIO

19-11-17 (Ciclo A)

I Jornada Mundial de los Pobres



“Entra en el gozo de tu Señor”. Así premia el Jesús, en la parábola, a quien ha sido “fiel en lo poco”. Y esta realidad tan misericordiosa y llena de gracia es lo que debería quedar en nuestra memoria, más que el hecho mismo de poseer muchos o pocos talentos.

Dios siempre es mucho mayor que nuestros cálculos y prospecciones. Él colma con creces la mísera intervención de nuestras manos, y por muy poco que nos parezca lo que somos capaces de realizar con las escasas fuerzas que poseemos, si lo ofrecemos con confianza al Señor, siempre se multiplica con generosa abundancia.

Así deberíamos también acoger en este día la llamada del Papa Francisco a vivir la primera Jornada Mundial de los Pobres, más que desde la resignación infecunda de que no podemos hacer mucho por cambiar las graves injusticias que oprimen a gran parte de la humanidad, desde la confianza vigorosa de que cualquier acción orientada a promover la justicia y la dignidad de los necesitados, es ya bendecida por el amor desbordante del Señor.

El Papa no ignora las dificultades que plantean con fuerza los intereses del mercado, o la cultura del descarte, como él mismo ha denominado al ambiente que tantas veces se impone en nuestro mundo acomodado. Pero con los talentos que el Señor le entregó, como a cada uno de nosotros, se ha puesto en movimiento para multiplicarlos con su personal aportación.

La llamada del Santo Padre, con la autoridad apostólica que del Señor ha recibido, es para nosotros imperativo moral y ejemplo personal, que ha de manifestarse en la disposición de las comunidades cristianas, para acoger su preocupación y ocupación en la causa de los pobres.

A estas alturas de su pontificado, todos percibimos gestos que denotan actitudes de vida profundas, en las que la opción preferencial del evangelio por los pobres, enfermos y necesitados, se han puesto en su vida en el centro de su existencia y de su misión pastoral.

Y al escuchar hoy este evangelio tan conocido, podemos hacernos varias preguntas que nos conduzcan a su mejor comprensión. Y la primera es acerca de los mismos talentos. Si bien era una moneda de enorme valor, más que su cuantía material está su dimensión simbólica. Los talentos son los bienes, materiales y espirituales con el que el Señor ha enriquecido nuestra vida, y que siempre han de ser tenidos como un don y no fruto de nuestros méritos. La riqueza material, las virtudes personales, la inteligencia y la personalidad de cada cual, no es algo que se adquiere en el mercado. Siempre son dones recibidos, y como nos enseña S. Pablo “¿Qué tienes que no lo hayas recibido? Y si lo has recibido, ¿a qué gloriarte como si no te lo hubieran dado?” (1 Co 4,7)

Pues una vez reconocido el origen de nuestros talentos, la otra pregunta, y esta fundamenta, es el para qué de los mismos. Y es pregunta vital, porque de cómo entendamos ese destino dependerá su uso egoísta o responsable. Un uso que conllevará entrar en el gozo del Señor por haber dado un fruto abundante y fraterno, o ser desechado por truncar estérilmente las esperanzas que Dios había puesto al entregar sus dones.

Cuando comprendemos que lo recibido del Señor es un regalo, nuestra vida se abre con normalidad a la de los demás, y eso nos lleva a ser agradecidos a la vez que sensibles. Integrando en nuestra vida el compromiso de acoger con calidad, y ofrecer con generosidad, lo que somos como comunidad humana y cristiana.

En nuestra Unidad Pastoral del Casco Viejo, el Señor ha derramado muchos dones. Y tomando hoy conciencia de ellos, los ponemos junto a su altar para darle gracias por tantos proyectos solidarios en el ámbito de la educación de los niños, de la acogida de cáritas, de la atención a personas con diferentes dependencias, acompañamiento a mayores…

Todo ello animado y sustentado en la entrega generosa de un generoso voluntariado que es el alma y corazón de nuestras comunidades parroquiales. Todos debemos tomar conciencia de nuestra común misión y colaboración. Unos toman parte de forma activa, otros lo apoyan con su aportación económica y material, todos con nuestra oración y preocupación sinceras. Estos son los talentos que el Señor ha puesto en esta comunidad eclesial del Casco Viejo, y que en este día le queremos presentar de forma agradecida.

No queremos que por la comodidad de nuestras vidas, o por llevar una vida anodina, pueda llamarnos holgazanes y tomarnos cuentas del tiempo perdido. Porque una fe que no se vive con gratitud y generosa entrega, se degenera en complaciente ideología, que al final languidece y muere, de manera que se haga verdad que “al que tiene se le dará y le sobrará, y al que no tiene se le quitará hasta lo que cree tener”. Y no es una amenaza lanzada al viento para atemorizar las conciencias, es la advertencia a vivir nuestra vida cristiana con responsabilidad y consciencia, de manera que nuestro vivir y nuestro creer vayan unidos, porque unida ha de estar nuestra persona para que sea dichosa y equilibrada.

Esta Jornada Mundial de los Pobres nos ofrece la oportunidad de percibir mejor esta unidad existencial de cada creyente y de toda la Iglesia. Somos un Pueblo de Dios llamado a vivir en filial confianza y en fraternidad universal. Nuestro bienestar sabemos que es fruto de muchos esfuerzos positivos, pero también de grandes injusticias sociales, y esto no tiene porqué ser vivido con mala conciencia si va acompañado de un sano compromiso por la dignidad y la justa promoción de quienes padecen, poniendo cada cual sus dones al servicio de los demás, y sabiendo que lo que gratis hemos recibido, gratis debemos ofrecerlo.

Pidamos al Señor, en esta Eucaristía, que siempre seamos conscientes de sus dones para vivirlos con gratitud, a la vez de desarrollarlos con nuestra entrega generosa a fin de dar fruto abundante y ponerlos a disposición de los necesitados. 


jueves, 9 de noviembre de 2017

DOMINGO XXXII- DIA DE LA IGLESIA DIOCESANA



DOMINGO XXXII TIEMPO ORDINARIO

12-11-17 (Ciclo A)



       Este mes de noviembre está especialmente dedicado al recuerdo de nuestros seres queridos y que ya han pasado a vivir la plenitud de la gloria de Dios. Los textos de la Sagrada Escritura que en estos días se nos proclaman, desde la fiesta de Todos los Santos hasta el fin del tiempo litúrgico ordinario con la fiesta de Jesucristo Rey del Universo, nos invitan a traspasar con la mirada del corazón la realidad de esta vida presente para confiar en la promesa del Señor y esperar con confianza nuestro encuentro definitivo con él.

Nuestra vida ha de ser vivida con toda su intensidad y consciencia. Ella es un regalo de Dios, quien por su amor inmenso ha creado este mundo nuestro y en medio de él nos ha situado para que naciendo a la vida humana y asemejándonos a su Hijo Jesucristo, nazcamos a la vida divina a la que ha de tender toda la creación.

Así lo ha entendido el autor sagrado en su libro de la Sabiduría. A ella, que es una forma de expresar el ser de Dios la “ven los que la aman y la encuentran los que la buscan”. Nuestro Dios, por medio de diferentes formas y experiencias, ha buscado siempre relacionarse con el ser humano. Dios no es un ser lejano e impersonal que permanece al margen de la vida de sus criaturas de una forma indiferente. La experiencia de los Patriarcas y profetas descrita en el A.T., es para nosotros un testimonio de la relación personal, cercana y amorosa de Dios con su Pueblo.

Claro que la lejanía histórica y las diferentes realidades culturales nos pueden dificultar su comprensión, pero por muy alejada que esté de nuestra propia realidad aquellos hechos y experiencias narradas, sí nos queda suficientemente claro que nuestro Dios no es un personaje distante del hombre, sino su Principio y Fin fundamental, no en vano hemos sido creados a imagen y semejanza suya.

Sólo desde ese sentimiento que nos vincula profundamente al Señor podemos cantar con el salmista “mi alma está sedienta de ti, Señor, Dios mío”. Sentir sed de Dios sólo es posible si también se experimenta la sequedad del corazón. Y en nuestra vida pasamos muchas veces por momentos de vacío, de oscuridad y también de frialdad espiritual. En ocasiones los vivimos de una forma más inconsciente, y nos aferramos a otras realidades creyendo que podemos llenar ese vacío con cosas materiales o ilusorias.

Cuando nos alejamos de Dios buscamos otros ídolos que llenen su hueco, y nos dejamos invadir por realidades que aunque aparentemente ocupan su lugar siempre nos dejan insatisfechos.

Tomar conciencia de esta verdad nos ayuda a recuperar un corazón sediento que nos orienta para estar en vela, esperando y anhelando al único que lo puede saciar plenamente.

Una experiencia similar es la que nos ofrece S. Mateo en el evangelio, y que en parte no hace más que narrar la suya propia. Él también estuvo preocupado de las cosas materiales, del dinero y del poder que le daban ser recaudador de impuestos. Su lámpara se vaciaba del aceite de la misericordia y de la compasión de los demás buscando satisfacer sus ambiciones y egoísmos, hasta que un día se topó con Jesús.

En ese encuentro descubrió su vacío interior y la riqueza humana que el desconocido le ofrecía. Ante Jesús, Mateo descubrió su pobreza y pequeñez en claro contraste con la vida plena que el Maestro le ofrecía. Y en ese seguimiento confiado y agradecido, fue llenando su lámpara del mismo aceite del Señor; el amor, la cercanía a los demás, el servicio generoso y la compasión ante los que sufren. Un aceite con el que encender la lámpara que ilumine a los hombres para mostrarles el camino que conduce a una existencia plena y gozosa.

La luz que irradia una vida así va despejando las tinieblas del egoísmo, la injusticia y la desesperanza. Ciertamente todos pasaremos en nuestra vida por momentos de mayor oscuridad, de dolor e incertidumbre, especialmente cuando tengamos que afrontar la prueba de la muerte.

S. Pablo es muy consciente de ello y así nos invita,  en su carta a los hermanos de Tesalónica, a permanecer unidos desde la confianza en el Señor. Porque “si creemos que Jesús ha muerto y resucitado, del mismo modo a los que han muerto en Jesús, Dios los llevará con él”.

La lámpara de nuestra fe no sólo ha de alumbrar nuestra vida y calentar nuestra esperanza. Si somos luz en medio del mundo es para iluminar a los hermanos cuyas fuerza flaquean, y sostener en medio de las adversidades de la vida a quienes peor lo puedan pasar.

Ahora bien, sólo lograremos desarrollar esta misión si alimentamos nuestra experiencia de fe de forma continua y profunda. Difícilmente podremos acompañar y sostener a quien flaquea si nuestras fuerzas no nos sostienen a nosotros mismos. Eso es lo que reprocha Jesús en la parábola a quienes no han previsto alimentar su lámpara con el suficiente aceite. A veces nosotros podemos hacer muchas cosas por los demás, entregarnos apasionadamente a proyectos y empresas que busquen la promoción y la justicia entre los hombres, y eso es bueno y hay que hacerlo. Pero si a la vez no alimentamos el alma que sustenta esa acción, la vida interior de quienes nos entregamos puede ir apagándose hasta perder el sentido por el que actuamos, y así podremos hacer cosas, pero sin el fundamento de una fe que las anima y sostiene.

Hoy es un buen día para ir revisando cómo está la lámpara de nuestra espiritualidad. Si vivimos con el suficiente aceite que la alimenta y da vigor a la luz que desprende, o si por el contrario nos despreocupamos un poco de su cuidado interior. Así al celebrar esta jornada de nuestra Iglesia diocesana, podemos agradecer al Señor que nos haya integrado en esta familia de amor y esperanza, donde hemos nacido a la fe, y por ella nos hemos desarrollado como discípulos suyos en la comunión fraterna. Nuestra Iglesia de Bilbao, es nuestra casa, y en ella vivimos con gozo nuestra conciencia de hijos de Dios y de hermanos entre nosotros.

En la eucaristía encontramos los cristianos la fuente de la que beber para calmar la sed y reponer las fuerzas en el camino de la vida. En ella nos nutrimos y fortalecemos para la misión evangelizadora en medio de nuestro mundo y, alentados por la Palabra del Señor, sentimos cómo su Espíritu Santo nos sigue sosteniendo y animando para vivir con gozo y esperanza en las realidades cotidianas.

Pidamos en esta celebración para que compartiendo una misma esperanza, vivamos con ilusión nuestros compromisos pastorales y sociales, intentando transmitir a los demás la fe que nos hace hermanos e hijos de Dios.