sábado, 25 de mayo de 2013

SANTÍSIMA TRINIDAD


SOLEMNIDAD DE LA SANTISIMA TRINIDAD
26-5-13 (Ciclo C)


        Celebramos hoy la fiesta de la Santísima Trinidad, en la que vivimos y contemplamos de forma unitaria la realidad de nuestro Dios. Un Dios que es Padre, Hijo y Espíritu Santo.

        Tres Personas distintas y Un solo Dios verdadero, que nos enseña la doctrina eclesial. Tres Personas divinas diferentes, con sus maneras de actuar en la historia del ser humano, pero que son el mismo Dios único en quien creemos y que se hace uno con nosotros, acompaña nuestra vida y nos llena de sentido, alegría y esperanza.

        Muchas veces hemos escuchado que la Santísima Trinidad es un misterio. Y es verdad porque todo lo que hace referencia a Dios desborda nuestra comprensión y entendimiento. Las mismas personas somos un misterio y siempre hay algo en el otro, por muy bien que le conozcamos, que nos queda por descubrir. Hemos sido creados distintos, únicos e irrepetibles, libres, capaces de recrear nuestro ser y forjarnos nuestro futuro.

        Esta realidad siempre novedosa y distante es mayor si nos referimos a Dios. Nadie puede acapararlo en su mente o en su corazón. Dios siempre escapa a nuestra capacidad de comprensión o de explicación.

        El mayor acercamiento que hemos podido tener para con la realidad divina ha sido posible a través de Jesús. Todo el evangelio nos narra la experiencia de Dios que vivía Jesús. Una experiencia intensa, íntima y tan profunda, que sólo podía definirse y explicarse mediante una palabra Padre “Abba”.

        Dios era para Jesús el Padre. Ese Dios que se había manifestado en la historia a los patriarcas y a los profetas, ahora interviene de una forma personal y cercana en el Hijo Jesús. Así lo va experimentando el Señor a lo largo de su vida, y a través de esa unidad entre el Padre y el Hijo se pueden comprender las palabras y los gestos que Jesús manifestaba. Su predilección por los últimos, su cercanía a los enfermos y necesitados, su defensa de los oprimidos y marginados, todo ello no es más que parte de esa vida de Dios que se desborda para llevar a su plenitud la obra por él creada. La cual culminará en la entrega de la propia vida para la salvación de todos. Porque en la muerte y resurrección del Hijo Jesús, todos hemos sido constituidos hijos de Dios.

        Esta experiencia se transmite a los apóstoles, testigos privilegiados de esa relación paterno-filial entre Dios y Jesús. Pero sólo llegarán a su comprensión, y a su posterior anuncio universal cuando conforme a la promesa del Señor, reciban el Espíritu Santo. Entonces, como escuchábamos el pasado domingo en la fiesta de Pentecostés, se les abrirá el entendimiento y se les llenará el corazón de alegría para salir al mundo entero y anunciar la Buena Noticia de Jesucristo, haciendo que llegue hasta nosotros.

        Todos podemos vivir y celebrar esta experiencia de la fe. Sentirnos profundamente unidos al Padre, mediante la acción del Espíritu Santo en el seguimiento de Jesucristo, el Señor. Esta experiencia se fundamente en la oración y en la contemplación, y por eso en esta fiesta de la Stma. Trinidad celebramos también la vida de nuestros hermanos y hermanas religiosos de vida contemplativa. Personas entregadas a la oración, para acercar a Dios las vidas de los hombres y a todos nosotros señalarnos que nuestra meta definitiva está más allá del presente.

        Muchas veces nos preguntarnos, ¿qué hacen esas personas? ¿no serían más útiles atendiendo a los necesitados, o en misiones...? Y a veces lo preguntamos con la sana intención de comprender, otras con la excusa de no implicarnos nosotros. Ante determinadas conductas y formas de vida merece la pena buscar la fuente de donde manan.

        Hay comportamientos que nos sorprenden. ¿Por qué el religioso Maximiliano Kolbe pidió ocupar el lugar de un padre de familia condenado a muerte en el campo de exterminio de Auschwitz? ¿Por qué la madre Teresa de Calcuta se entregó enteramente a cuidar a los más pobres entre los pobres?

        La vida religiosa encuentra su explicación en la misma fuente, en Dios. Hay comportamientos que sólo se explican desde la fe, “solo Dios basta” dirá Teresa de Jesús. Su vocación se debe al amor, un amor que encuentra su fuente en Dios, para entregarse enteramente al servicio de los hermanos y así dejar que el manantial de la fe llegue hasta límites insospechados.

        Las vidas de tantos hombres y mujeres dedicados a la oración, sin otra meta que no sea la búsqueda de Dios en el silencio, la soledad, la pobreza y sobriedad, la vida de comunidad y el trabajo para vivir y ayudar a otras personas, es en nuestros días una permanente llamada de atención sobre nuestras aspiraciones y metas.

        La vida contemplativa es “testimonio de la primacía absoluta de Dios y es signo de esperanza en la dimensión trascendente de la existencia humana”. Y esta vida en medio de un mundo como el nuestro donde el éxito, la comodidad, y la posesión de bienes constituyen valores supremos, choca de forma clara, y es para los cristianos una permanente llamada a recuperar el horizonte de los valores fundamentales de la fe.

        Hoy tenemos que dar las gracias a Dios por seguir llamando a la vocación contemplativa a personas de nuestro tiempo. Hombres y mujeres conocedores de los grandes problemas que subyugan al mundo y cuya solución supera nuestra voluntad y capacidad. Necesitamos de estos hermanos y hermanas que se preocupen de nosotros en su oración, y en cuyos desvelos nos tienen siempre presentes.

        La vida de oración de nuestros monasterios no es para disfrute de sus moradores sino para beneficio de toda la Iglesia y de la humanidad entera. Ningún cristiano puede dedicar su vida a huir del mundo, en todo caso se enfrentará a él de forma radical con las armas del amor, del el servicio y de la oración confiada. Y si bien es verdad que no todos podemos ser llamados a la misma tarea, y que cada uno ha de encontrar su vocación para sentirse plenamente realizado, igualmente cierto es que todos nos necesitamos y que las vocaciones de los demás complementan la mía propia.

        Ser conscientes de esto y dar gracias a Dios por ello, a todos nos enriquece y nos ayuda a valorarnos mutuamente desde el afecto, el respeto y la gratitud.

        En la fiesta de la Stma. Trinidad, pedimos al Padre que siga enviando obreros a su mies, donde podamos seguir los pasos y el ejemplo de vida del Hijo, construyendo con la fuerza del Espíritu Santo el Reino de Dios.

sábado, 18 de mayo de 2013

PENTECOSTÉS


DOMINGO DE PENTECOSTES
19-05-13 (Ciclo C)

      Celebramos hoy la fiesta de Pentecostés, el día en el que Dios vuelve a entregarse a nosotros en la Tercera Persona de la Santísima Trinidad, el Espíritu Santo. Por medio de Él, la Iglesia de Cristo toma conciencia de su misión, y se siente llamada a ser evangelizadora de todos los pueblos.

      Si en la fiesta de la Ascensión del Señor recibíamos el mandato misionero de Cristo resucitado, “Id por todo el mundo y anunciad el evangelio....”, hoy recibimos se nos otorga el Don, la fuerza necesaria, para poder desarrollar esta misión desde la fidelidad al amor de Dios y en comunión con toda la Iglesia.

      Pentecostés es la fiesta del Espíritu Santo, el Dios siempre a nuestro lado que sostiene, anima y alienta nuestra fe y nuestra esperanza para que sea germen de inmensa alegría en nuestros corazones y estímulo para seguir siempre al Señor en cada momento de la vida.

      Muchos son los dones que del Espíritu recibimos, sabiduría, entendimiento, consejo, fortaleza, ciencia, piedad, santo temor de Dios, todos ellos orientados a nuestra vinculación íntima con Dios, la construcción de su Reino y todo ello manifestado en la comunión eclesial, expresión de nuestra vinculación con Jesucristo. El Espíritu  Santo es quien anima y da valor en los momentos de debilidad, quien sostiene y alienta ante la adversidad, quien mantiene viva la llama de la esperanza cuando todo parece oscurecerse en nuestra vida, quien nos inunda con un sentimiento de gozo interno desde el que contemplar la vida con ilusión y confianza.

      El Espíritu Santo es quien garantiza que nuestra fe está unida a la vida de Jesús que se hace presente en medio de su Pueblo santo, y quien en cada momento de nuestro existir nos conduce con mano amorosa para vivir el gozo del encuentro personal con él, fomentando la experiencia de la auténtica fraternidad entre todos los hermanos.

      El Espíritu Santo nos une al Padre a través de su amor, y nos hace conscientes de que hemos sido transformados en herederos de su Reino a través de su Hijo Jesús.

      Fue el Espíritu quien acompañó a Jesús en todos los momentos de su vida. El mismo Espíritu que lo proclama “el Hijo amado” de Dios en su bautismo. Fue el Espíritu Santo quien ayuda a comprender a los discípulos que aquel a quien siguen por Galilea no es un hombre cualquiera, sino que es el Salvador, el Mesías.

      Será el Espíritu Santo quien mantenga en la agonía de Jesús la fuerza para entregar en las manos del Padre el último aliento de su vida. Y es que el Espíritu Santo no deja jamás de su mano a quienes han sido constituidos hijos de Dios.

      Pero esta experiencia personal, profunda y desbordante, la tenemos que vivir en la Iglesia y a través de ella construir nuestra comunidad. Ningún don de Dios es para fomentar el egoísmo personal. Todo don del Espíritu está orientado a construir la comunidad desde la fe, la esperanza y el amor.

      Así vemos, según nos cuenta el libro de los Hechos de los Apóstoles, cómo al recibir el don del Espíritu Santo, los Apóstoles salen a anunciar la Buena Noticia a todos los congregados en Jerusalén, y lo hacen de modo que todos les comprendan.

      Desde el momento de la Creación ha sido voluntad de Dios, que todos sus hijos se salven, para lo cual fue acompañando bajo su mano amorosa a la humanidad de todos los tiempos. Y cuando llegó el momento culminante, envió a su Hijo amado para que por medio de su palabra, su testimonio y la entrega de su vida, todos sintiéramos el amor de Dios y acogiéramos ese don en nuestras vidas.

La vuelta del Hijo de Dios a su Reino, no nos deja abandonados, sigue con nosotros por medio del Espíritu Santo sosteniendo y alentando nuestra esperanza de manera que en nuestro corazón crezca cada día la certeza de participar un día de su promesa de vida eterna.

      Este sentimiento será más fuerte en la medida en que afiancemos en nosotros la comunión eclesial, la unidad fraterna entre los hermanos. La comunión, el sentimiento afectivo de unidad y concordia, es la garantía de que nuestra fe es auténtica. Donde hay división y enfrentamiento, no está el Espíritu Santo; el individualismo y la discordia no están alentados por el Espíritu Santo. Las palabras del Señor “que todos sean uno, como tu, Padre, y yo somos uno”, han de resonar siempre en el corazón de la Iglesia como el único camino para abrirnos al don del Espíritu Santo.

      Hoy volvemos a acoger este don que ya en nuestro bautismo recibimos de una vez y para siempre. En el Espíritu Santo hemos sido hechos hijos de Dios, y aunque ese amor jamás nos será arrebatado, de nosotros depende en gran medida que cada día crezca y madure en lo más hondo de nuestra alma. Así nos llenará de dicha y alegría, nos identificará ante los demás como seguidores de Jesucristo, y nos sostendrá en cada momento de nuestra existencia.

      Acojamos, pues con gratitud, el regalo del Espíritu Santo, y pidámosle que su fuerza regeneradora nos ayude a trabajar cada día en favor del reinado de Dios, de manera que contribuyamos con nuestra fe, amor y esperanza, a la emergencia de una sociedad nueva, en la que la dignidad humana, la libertad del corazón y la luz de la verdad, nos ayuden a acogernos como hermanos y a sentir el gozo de sabernos hijos de Dios.

sábado, 11 de mayo de 2013

SOLEMNIDAD DE LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR


SOLEMNIDAD DE LA ASCENSION DEL SEÑOR
12-05-13 (Ciclo C)

       Con la fiesta de la Ascensión termina la presencia del Señor entre los suyos y nos abrimos a la misión evangelizadora de la Iglesia animados por el Espíritu que recibiremos en Pentecostés. Es esta una fiesta en la que la comunidad cristiana recuerda el momento en el que Jesucristo resucitado culmina su misión en el mundo y regresa al Padre para vivir la plenitud de su gloria.

       El simbolismo de este día, nos quiere introducir en la profundidad del sentido último de nuestra existencia de la cual Cristo es primicia y fundamento. En la Ascensión del Señor, y su vuelta a la plenitud de su gloria antes de su Encarnación, se ilumina el final de la historia de la humanidad donde Dios nos acogerá con su amor de Padre. Jesucristo nos abre el camino, y nos preparará un sitio, para que donde esté él, estemos también nosotros, como nos anunció en su vida terrenal. En la fiesta de la Ascensión, podemos descubrir el final del camino, de la verdad y de la vida del Señor, que nos ha abierto las puertas de la eternidad de forma amplia y generosa.

       Pero a este final glorioso se llega a través de la vida concreta, limitada y frágil, a la vez que confiada y gozosa, de nuestra historia humana. Una historia traspasada muchas veces por el dolor y el sufrimiento que provoca la injusticia, y otras sostenida por la  esperanza de la entrega y la solidaridad de tantas personas que aman de verdad a sus semejantes. Pero sobre todo, una historia compartida por nuestro Dios en la persona de su Hijo, Jesús, camino, verdad y vida, que nos acompaña y sostiene en nuestro peregrinar hacia la meta prometida por el Padre.

       El tiempo pascual que los discípulos del Señor vivieron junto a Él, y que se nos ha aproximado durante estos días a través de la Palabra de Dios proclamada, ha sido ante todo un tiempo de formación personal y espiritual, para afrontar el gran reto que ahora se les presenta. Ser ellos testigos y misioneros del evangelio.

       La muerte de Jesús y su posterior resurrección, fueron dos hechos de tal magnitud que hacía falta un proceso para poder asimilarlo, comprenderlo y confesarlo con fe y gratitud. Los primeros momentos del tiempo pascual nos mostraban las grandes dificultades que tenían para aceptar esa verdad. Las dudas de Pedro y Juan que van corriendo al sepulcro para ver si es verdad lo que dice María Magdalena; Las palabras incrédulas de Tomás que necesita palpar y ver para creer. El silencio de los demás que no se atreven a preguntar en medio de sus dudas e incertidumbres.

       Todo eso requiere ser madurado en el corazón, contrastado por la experiencia de los hermanos y acompañado por el Maestro que sigue vivo, animando y sosteniendo la fe de los suyos. Jesús realiza esta labor catequética para ayudarles a entender y prometerles la gran ayuda permanente del Espíritu Santo que pronto recibirán.

       Este Espíritu completará en ellos la acción salvadora de Dios transformando sus temores en confianza y cambiando sus miedos por el compromiso misionero y evangelizador del mundo.

       En la fiesta de la ascensión de Cristo, se nos está mostrando el destino último de nuestras vidas, el cielo y la tierra se unen en la persona de Jesucristo, y el camino que nos conduce a su gloria se nos ofrece como posibilidad futura y cierta.

       Jesucristo desaparece de su mirada, pero no de sus vidas. El Señor que promete su presencia entre nosotros hasta el fin del mundo, será quien aliente sus trabajos y desvelos.

       Ahora les toca a ellos proseguir con su misión; anunciar la Buena noticia a los pobres, la libertad a los cautivos, la salud a los enfermos y proclamar el año de gracia del señor. El mismo proyecto que Jesús ya anunció en aquella sinagoga de Nazaret.

       Y esta misión evangelizadora cuenta con un gran potencial, la experiencia de ser testigos de lo acontecido. Ellos no hablan de por idealismo ni defienden una idea vacía; ellos son testigos de una persona con la que han compartido su vida y que los ha transformado interiormente llenándoles de gozo  de esperanza y haciendo de ellos hombres y mujeres nuevos, libres, entregados y dichosos.

       Todo ello desde la convicción de que el Reino de Dios no es de este mundo, y por eso Jesús vuelve al lugar que le corresponde. Pero sabiendo que ese Reino comienza en este mundo y que lo que pasa en la tierra no le es indiferente al Creador. Por eso no podemos desentendernos del presente ya que esa falta de amor y entrega a la obra realizada por Dios, nos haría indignos herederos de su promesa.

       “Vosotros sois testigos de esto”. Testigos de la vida de Jesús, de su entrega, de su palabra y de su resurrección. Jesús nos envía ahora a cada uno de nosotros para prolongar su reinado cambiando radicalmente el presente para acercarlo al proyecto de Dios.

       Jesús abrió con su vida un camino de esperanza y al acoger en su cruz a todos los crucificados por el sufrimiento y la injusticia, nos introduce en su mismo reino de amor y de paz. Esta esperanza que nos mantiene y fortalece se verá sostenida y fundamentada por la acción del Espíritu Santo que recibiremos en Pentecostés.

Que él nos ayude para seguir trabajando por transmitir esta fe a nuestros hermanos más alejados  a fin de que ellos también sientan el gozo y la alegría que nos da el Señor. Y que nuestra entrega generosa y confiada sirva para sembrar la paz y la justicia entre nosotros, sabiendo que el Señor está y estará junto a nuestro lado todos los días hasta el fin del mundo.

viernes, 3 de mayo de 2013

VI DOMINGO DE PASCUA-DIA DEL ENFERMO


DOMINGO VI DE PASCUA
5-05-13 (Ciclo C – DIA DEL ENFERMO)

En este domingo de pascua, en el que seguimos celebrando con gozo la resurrección del Señor, la comunidad cristiana vive una jornada de solidaridad y cercanía con los enfermos. Hoy es el Día del enfermo, del hermano que sufre las limitaciones y la falta de salud, y que está muy presente en el corazón de la Iglesia orante.

Los signos más frecuentes que acompañan la predicación de los Apóstoles y que continúan la obra del mismo Jesús son la oración por los enfermos y su eficacia sanadora. La palabra de Dios conforta y serena de tal modo que incluso en medio del sufrimiento y de la enfermedad es posible la paz y el sosiego, signo de una esperanza y de un ánimo saludable, base de cualquier recuperación física.

La cercanía apostólica al mundo de los enfermos, los ancianos y los que sufren, extiende la misericordia de Dios y vincula estrechamente a los hermanos en el amor. Amar a Cristo resucitado conlleva necesariamente seguir sus pasos, imitando su entrega desde el servicio a los más débiles de la comunidad eclesial.

Nuestra cultura actual intenta maquillar y embellecer la vida, quitando las capas que la afean. Como si de una hortaliza se tratara, aquellas hojas que la hacen menos bella son separadas del tronco y echadas fuera. Las limitaciones humanas y entre ellas las enfermedades, nos incomodan e interpelan y al mostrarnos la realidad amarga y dura de una parte de nuestro ser, la rechazamos o la alejamos de nosotros creyendo que así no nos tocará pasar por ella.

De esta manera vemos cómo cada vez más, junto a los grandes logros de la medicina que han mejorado nuestro nivel de salud y vida, contemplamos la soledad y el abandono de muchos ancianos y enfermos que padecen su situación lejos del calor y del afecto del hogar.

Sin embargo en este día del enfermo, vamos a alumbrar con la luz de la ilusión y del amor, la vida de nuestros hermanos y sus familias. Las palabras de Jesús “La paz os dejo, mi paz os doy”, se hacen realidad cada vez que muchas personas,  mediante su entrega servicial y generosa, llenan de afecto y armonía los momentos de incertidumbre y dolor que las limitaciones de la enfermedad a todos nos traen.

La labor de los “apóstoles de la salud” sensibilizados para dedicarse con amor y paciencia al mundo de los enfermos, es un don de Dios que nos humaniza y nos demuestra la grandeza del corazón humano.

Todos sabemos lo importante que es encontrar buenos profesionales que acompañen la realidad del enfermo. Personas que traten a sus pacientes desde el respeto y el afecto, evitando caer en la rutina o la indiferencia porque lo que hay entre sus manos son vidas humanas que mantienen intacta su dignidad y que merecen ser cuidadas como quisiéramos que un día lo hicieran con nosotros, llegado el caso.

Pero no lo es menos el contar con la proximidad de quienes compartimos una misma fe. La enfermedad y la ancianidad nos van acercando al ocaso de nuestra existencia, y es muy importante para nosotros los creyentes poder vivir desde la fe, este acontecimiento que completa nuestra vida y nos abre la puerta del Reino de Dios. Así lo ha entendido desde siempre la comunidad cristiana que ha acompañado con confianza y amor la vida de los enfermos y de sus familias.

Desde los comienzos mismos del cristianismo, cada vez que algún hermano en la fe caía enfermo o su ancianidad lo acercaba a la muerte, los fieles se reunían en la oración acompañándole a él y a su familia, colaborando en sus cuidados y llevando a la celebración eucarística la vida de los enfermos de la comunidad. Los presbíteros acudían a sus hogares para confortarles en la fe y sostenerles en su esperanza. Y por el sacramento de la Unción además de vincular al enfermo a la misma Pasión del Señor, le preparaba para vivir con plenitud el momento del encuentro con Cristo, Salud de los enfermos.

La vida es un don que siempre hay que agradecer, y cuando ésta llega a su final en esta tierra, ha de ser preparada para entregarse con serenidad a la Pascua definitiva.

Este hacer comunitario se ha prolongado hasta nuestros días, y hoy la comunidad eclesial sigue desarrollando su labor entre los ancianos y enfermos por medio de la Pastoral de la Salud.

En nuestras comunidades parroquiales del Casco Viejo, trabajan desde hace años personas especialmente vocacionadas para esta misión. Hombres y mujeres, seglares y religiosas, que forman parte de un excelente equipo humano y cristiano, cuya sensibilidad y espiritualidad les impulsa a dedicar parte de su tiempo al servicio de los ancianos y enfermos de nuestro entorno más cercano.

Su trabajo consiste en visitar a quienes lo desean llevándoles las experiencias de la vida de la comunidad parroquial, acompañando su soledad, atendiendo sus necesidades y haciéndoles partícipes del Sacramento Eucarístico como expresión de su vinculación a la gran familia parroquial.

Los enfermos y ancianos que no pueden acercarse hasta las parroquias viven su comunión eclesial por medio de estos enviados de la comunidad así, además de la atención humana que puedan necesitar, también comparten su fe y su esperanza con los hermanos en Cristo.

Hoy vamos a pedir por los enfermos y en especial por los que más necesitan la compañía y el afecto. Por los que están solos o se sienten solos. Por sus familias y quienes les cuidan. Podéis contar con nosotros, con vuestra comunidad parroquial que no olvida a sus hijos más queridos. El grupo de Pastoral de la Salud se pone a vuestro servicio y en la medida de sus posibilidades atenderá vuestras necesidades.

Y quiero hacer una llamada muy especial para que facilitéis a quienes lo deseen el Sacramento de la Unción. Los cristianos necesitamos vivir todos los acontecimientos de nuestra vida en comunión con Cristo, máxime cuando se trata de recorrer lo últimos momentos de este existir. Sentir el amor de Jesucristo que por medio de sus sacramentos nos dispensa, es algo que fortalece el espíritu y serena el corazón de quien padece. El Sacramento de la Unción nos reconcilia plenamente con Cristo, quien en su misericordia nos perdona todas nuestras faltas, preparando así el encuentro gozoso en la plenitud de su amor. Que nadie nos quite este derecho por razón de sus ideas, sino que piense con generosidad en el deseo de quien ha vivido en la fe y desea morir en la esperanza.

Queridos hermanos, necesitamos más brazos que se unan para esta labor. Seguro que entre todos nosotros habrá quienes tengan una especial vocación y sensibilidad para el mundo de los ancianos y enfermos. Si es así dad gracias a Dios por el don que habéis recibido porque sois el rostro viviente de Jesucristo que sigue realizando su obra salvadora a través de vuestra entrega a los enfermos.

Que él bendiga a quienes se dedican con amor a los enfermos y a todos nos anime para acompañar y sostener al hermano en medio de su debilidad.