viernes, 26 de enero de 2024

DOMINGO IV TIEMPO ORDINARIO

 


DOMINGO IV DEL TIEMPO ORDINARIO

28-01-2024 (Ciclo B)

"Este enseñar con autoridad es nuevo". En esta frase se expresa el sentir de quienes acogen la Palabra de Dios con un corazón abierto y confiado. Jesús va despertando entre las gentes algo más que la admiración o el asombro. Va calando en lo profundo de sus corazones por la unidad existente entre su vida y su palabra, entre lo que dice y lo que hace.

Ya en el antiguo testamento se nos muestra esta necesaria coherencia entre la palabra que en nombre de Dios se pronuncia y la vida de quien la transmite. "Suscitaré un profeta de entre tus hermanos, pondré mis palabras en su boca y les dirá lo que yo le mande". Dios ha puesto en nuestras manos una misión extraordinaria, una tarea apasionante: transmitir con fidelidad y valor su palabra salvadora. No somos dueños de ella ni podemos subordinarla a nuestros intereses. De ahí que la severa advertencia resulte amenazante para el profeta infiel que manipula, utiliza o profana la palabra de Dios, "el profeta que tenga la arrogancia de decir en mi nombre lo que yo no le haya mandado, o hable en nombre de dioses extranjeros, es reo de muerte".

Dios es celoso de su palabra y no puede consentir que en su nombre se pervierta la justicia y la verdad. Dios jamás bendice ni ampara la injusticia que tanto dolor provoca y se rebela contra quienes en su nombre oprimen, esclavizan o causan sufrimiento a los demás.

Esa fidelidad absoluta a la palabra de Dios es la narrada en el evangelio de hoy. Jesús manifiesta la plena unidad entre la palabra y el obrar de Dios, entre lo que Dios anuncia y su acción salvadora. Es a la luz de esta vida de Jesús donde nosotros hemos de asentar nuestro testimonio evangelizador.

La palabra de Dios transmitida con fidelidad siempre será una palabra consoladora, una palabra de esperanza, de Sosiego y de Paz. Una palabra que denuncia la injusticia y la muerte, la violencia y el egoísmo, el sufrimiento que unos infringen a otros. Una palabra de verdad.

La palabra de Dios es liberadora de toda opresión, y así el evangelista nos narra cómo Jesús devuelve la vida a quien la tenía arrebatada, liberándolo de las ataduras del maligno.

El personaje del endemoniado que de tantas maneras aparece en el evangelio como un claro caso de marginación social y denigración personal, no sólo está sometido a la imposición de un ser opresor, se encuentra bajo el dominio de su voluntad perdiendo cualquier capacidad de decisión sobre sí mismo y obrando bajo la influencia del pecado y el mal.

La sanación que Jesús ofrece abarca a toda la persona. Sus gestos de acogida y misericordia, nos muestran ante todo el gran amor que Dios nos tiene y que en medio de nuestras limitaciones no nos abandona y nos sigue llamando a una vida digna y dichosa. Para ello el primer gesto que realiza es liberar al hombre de su opresor, imponiendo el silencio a quien usa la palabra para engañar y someter; "Cállate y sal de él".

Cuando la mentira y la falsedad se abren camino en medio de nuestro mundo, y pretenden ocupar el lugar de los valores fundamentales que conducen nuestra vida, entramos en una pendiente que nos va hundiendo como personas y como sociedad. Las palabras que en otro tiempo tenían claros significados y nos ayudaban a configurar un estilo de convivencia, ahora se desvirtúan y relativizan.

Conceptos tan esenciales como la familia, el matrimonio, la dignidad de la vida humana, la violencia y el terrorismo, la solidaridad en tiempos de crisis, todos ellos tan de actualidad, o son contemplados e interiorizados a la luz del evangelio de Jesucristo, o serán manipulados conforme a los intereses de las ideologías dominantes, a las ansias de permanecer en el poder a costa de todo, usando la mentira con descaro y persiguiendo las voces discordantes con métodos indignos. De manera que lo que ayer tenía un valor absoluto hoy se pueda relativizar o cambiar de opinión, si con ello se recaudan los apoyos necesarios.

Jesús nos muestra un camino nuevo basado en el amor de Dios, pero a la vez construido sobre las bases de la verdad, la fidelidad y la entrega personal para mantener siempre viva la dignidad inalienable de la persona creada a su imagen y semejanza.

Dios nos avala con su autoridad cada vez que nos entregamos al servicio de los demás transmitiendo con nuestra palabra y testimonio la verdad de la fe que profesamos. Y aunque sintamos la incomprensión o el rechazo de quienes desean imponer su propia amoralidad, el Espíritu del Señor nos anima y sostiene para que compartiendo el Don de la unidad seamos fieles testigos del evangelio en medio del mundo.

Somos portadores de una palabra de vida y de esperanza, y con esa convicción debemos ofrecerla a nuestros hermanos "a tiempo y a destiempo". Eso sí con la sencillez y el respeto de quienes saben que sólo tenemos capacidad para proponer y no para imponer. Los medios por los cuales hemos de anunciar el evangelio jamás pueden desdecirse de su contenido esencial, que son la fe, la esperanza y el amor.

Hoy recibimos del Señor una llamada a la fidelidad. La Palabra de Dios no puede subordinarse a nuestros intereses. Y en nuestros días podemos caer en el riesgo de querer reinterpretar el evangelio para adaptarlo a la conveniencia del oyente, lo cual puede llevarnos a ofrecer una palabra agradable al oído autocomplaciente de nuestra sociedad de bienestar, pero que nada tiene que ver con el Evangelio de Cristo y su propuesta en amor y fidelidad.

Pidamos en esta eucaristía el don del Espíritu Santo. Que Él nos ayude a vivir la fe de tal manera, que demos testimonio auténtico de Jesucristo, y transmitiendo con generosidad su evangelio, pueda ser reconocido por todos como su único Señor y Salvador.

miércoles, 10 de enero de 2024

DOMINGO II TIEMPO ORDINARIO

 


DOMINGO II DEL TIEMPO ORDINARIO

14-1-2024 (Ciclo  B)

     

¿Qué buscáis? Una pregunta de sólo dos palabras, sin ambigüedades ni distracciones. Concreta y al centro del alma de quien la escucha. ¿Qué buscamos? cuando nos acercamos a Jesús.

No cabe duda de que todos nosotros hemos sido introducidos en la fe por la religiosidad de otras personas, nuestros padres, abuelos, tal vez amigos, siempre siguiendo la estela de una corriente cristiana vivida en el ambiente social en el que la inmensa mayoría de los presentes hemos nacido y crecido.

Pero esto hace tiempo que cambió. Ni el ambiente ya es cristiano, ni nuestras familias viven la fe con esa naturalidad casi diaria y compartida, y muchas veces nosotros mismos nos damos cuenta de que seguimos una rutina interiorizada, que es verdad nos ayuda a vivir con esperanza, pero que no siempre es debidamente integrada, meditada y saboreada desde la interioridad espiritual del encuentro con Cristo.

Por eso me parece que la pregunta de Jesús hoy es tan novedosa y radical como la realizada a sus primeros apóstoles. ¿Qué buscáis?

Y ellos, como nosotros, no sabían qué buscaban, pero tuvieron la curiosidad de saber dónde vivía Jesús, y es su respuesta en forma de pregunta, eso sí ya con una intuición sobre a quién preguntaban ya que lo llaman Maestro. Maestro, ¿dónde vives?

Y el Señor ante cualquier respuesta positiva hacia su persona provoca el encuentro más profundo, “venid y veréis”.

Ciertamente no asistimos a un diálogo al uso, de larga conversación y cuestiones formales. Es un encuentro en diálogo conciso y concreto; qué buscáis, dónde vives, venid y veréis.

El resultado de aquél encuentro tuvo consecuencias radicales para la vida de Andrés y su compañero, de manera que esa vida cambió y provocó el encuentro de Jesús con Pedro y la posterior llamada del Señor a su seguimiento definitivo. Pero sigue siendo hoy muy importante lo que cada uno busca en la relación con Jesús.

Unos pueden moverse por la curiosidad hacia un personaje relevante en la historia de la humanidad, estos pronto dejarán ese interés y pasarán a otros más de moda y actuales. Otros que nacieron en un ambiente familiar religioso pueden buscar el consuelo en medio de las adversidades, la respuesta a muchas de sus incertidumbres, o la bendición de sus opciones vitales para mantener tranquila la conciencia.

Porque de alguna manera todos conocemos muchos rasgos de la vida de Jesús, y subrayamos con especial énfasis aquellos que muestran su misericordia, su acogida incondicional a todos, su cercanía a los pobres y enfermos, su lucha por la justicia que posibilite una auténtica fraternidad universal, su entrega personal hasta dar la vida por amor a los suyos.

Pero tal vez no seamos suficientemente conscientes de que precisamente ese amor a los suyos parte de algo mucho más profundo como el amor al Padre y la búsqueda permanente del cumplimiento de su voluntad.

Y si a la pregunta de qué buscáis, respondemos desde nuestras situaciones limitadas, imperfectas y necesidades humanas, en el encuentro con él, si realmente se produce en la aceptación de su palabra y obra, pronto seremos llevados hacia su centro de interés que es el de la referencia permanente al cumplimiento de la voluntad del Padre.

No son nuestras situaciones tantas veces autorreferenciales (como nos dice el Papa Francisco), las que desarrollan el encuentro con Jesús, sino seguir al “Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”, que es como Juan el Bautista lo señaló ante sus propios discípulos y lo que suscitó su puesta en el camino del encuentro con Cristo.

Así lo vivió S. Pablo en su propia carne. Él buscaba acabar con ese nuevo movimiento religioso naciente y en su lucha cayó derrotado ante la irrupción del amor de Jesús resucitado en su vida personal y de fe. Y eso le llevó a un cambio existencial transformándolo todo y poniendo la totalidad de su vida en plena referencia a Dios Padre de Jesucristo.

Y en medio de una sociedad gentil greco-romana, que en eso se parece mucho a la nuestra, donde había un determinado modo más o menos aceptado de vivir las relaciones personales de manera contraria a la fe judía y también cristiana, él no duda en establecer una enseñanza acorde a la fe que desde llame a la coherencia en el desarrollo de esas relaciones. ¡Glorificad a Dios con vuestro cuerpo!

El ambiente pansexual de nuestros días, donde ya hemos podido ver de todo y poco puede quedar por sorprendernos, es para el cristiano un campo de minas. Es muy difícil avanzar en las relaciones interpersonales con un criterio firme conforme a la madurez de nuestra fe. Y si bien nadie puede juzgar la vida de los demás, y el debido respeto a todos ha de ser el suelo sobre el que establecer esas relaciones con los demás, eso no conlleva que para nosotros cualquier modo de vida sea igualmente lícito desde nuestra fe.

Y con igual libertad y coherencia debemos ofrecer una palabra que ilumine la vida de quienes realmente busquen a Jesús, porque una cosa es que el Señor acoja y bendiga a todo ser humano y otra muy distinta que lo haga a sus comportamientos o decisiones. Bendecir a las personas para que Dios nuestro Padre les ayude y oriente en el cumplimiento de su voluntad es una cosa y otra muy distinta que busquemos con ella, la aprobación de nuestros comportamientos y opciones cuando son contrarios a su plan de salvación.

Esto nos remite al comienzo de lo expuesto, y ciertamente cada uno debe responder a la pregunta sencilla de Jesús con la verdad de su vida, ¿qué buscas? Y la única respuesta que podemos ofrecer es la de aquellos que se conformaban con conocer dónde vivía. Porque dejándonos invitar por Jesús para acompañarlo en su jornada, también lo descubriremos como nuestro Mesías y Salvador. El Cordero de Dios que quita el pecado del mundo y que con su amor nos ayuda a ir dando respuesta coherente cada día de nuestra vida a fin de cumplir en ella la voluntad de Dios.

Que como hemos cantado al comienzo, “vivamos nuestra fe con la ayuda del Señor”, porque sin esa ayuda es imposible encontrar el camino que nos conduce hasta él.