OPINIÓN

VIVIR O NO VIVIR, cuestión de tiempo y utilidad.



La última aberración contra la vida humana, la acabo de leer en un artículo publicado hoy viernes 2 de marzo, por el diario La Razón, en su sección de Sociedad, y bajo el Apartado de CIENCIA. Paradojas de la vida, se titula “¿Quién puede MATAR a un niño?”.

Sólo el hecho de su posibilidad debería estremecernos. Los autores de un estudio publicado por la revista Journal of Medical Ethics, y cuyos autores son los profesores Alberto Giublini y Francesca Minerva, trazan una línea clara para otorgar el derecho a la vida. no ya a un feto, sino a un recién nacido. ellos distinguen entre “personas potenciales” (fetos y recién nacidos), y “personas reales” (padres, familia, sociedad).
Debo confesar que jamás había leído semejante barbaridad, carente de todo fundamento ético ni seriedad científica.

Según estos autores, y sustentando su argumentación en los supuestos legales por los cuales se permite el aborto, este “derecho” a acabar con la vida de un recién nacido, se mantendría, si una vez venido al mundo la criatura aquellas causas que permitían el aborto se mantienen.
Es decir, si una madre que podría abortar por una malformación en el feto, o por la mera ansiedad que le produce, en ese momento no o hace, y da a luz a su hijo, lo podría matar después si esos “desajustes” a su situación personal o económica perduran.
Y en el fondo no le falta razón al estudio, ya que si nosotros hemos decidido qué vida es viable y cual puede no serlo, quienes tienen derecho a vivir y quienes pueden ser eliminados sin ningún pudor, el momento de dicho “exterminio” es secundario. Los plazos del aborto se pueden ampliar de las 4 semanas a las 14, o 24, o por qué no 37. Y puestos, a llamarlo de algún modo, más acertado, el aborto se puede aplicar hasta la semana 36, y pasada esta siempre se puede llamar eutanasia (la cual en Holanda, ya es legal).
Cuando el hombre pierde el norte y pervierte su razón todo es posible, sólo hace falta tiempo y la locura del legislador para darle carta de ciudadanía. Así puestos, la pregunta del artículo del citado diario está clara; cualquiera puede matar a un niño. Ahora bien, amarlo, cuidarlo y respetarlo, precisamente en su debilidad y precariedad, es lo que nos ha diferenciado de otras especies que sólo matan a sus crías enfermas por razones de supervivencia. Si lo que el hombre científico (por medio de estudios como los de estos lamentables pensadores) está reivindicando es llevar a la humanidad a estadios pre-humanos, para semejante viaje no necesitaban las alforjas de la evolución y civilización. Simplemente nos podíamos haber quedado en la puerta de la cueva viendo pasar el tiempo como una alimaña más.
Un detalle de ese artículo me llena de esperanza. Y es que según cuenta, la Sra. Minerva ha recibido amenazas de muerte por el estudio publicado, y ahora se ha dado cuenta de que también ella es vulnerable. O qué se creía, que por tener ciertos años de vida, ¿por eso está a salvo?, nada de eso, según su argumento, si su existencia es causa de algún malestar grave para las “personas reales”, puede ser eliminada, da igual que tenga unos pocos días de vida o unos cuantos miles. Porque no es persona real la que existe, sino a la que se deja reinar, y esto es harina de otro costal.



Ya está bien con Mons. Iceta







Parece que de un tiempo a esta parte, se ha recrudecido la oleada de informaciones, sesgadas e insidiosas contra nuestro Obispo diocesano D. Mario Iceta. Desde que el pasado mes de octubre cumpliera un año en la Sede de Bilbao, las noticias que tienen que ver con su persona se han multiplicado, y la inmensa mayoría de ellas para mostrar una imagen terrible del prelado; “ultraconservador, impositivo, de juego sucio, de intenciones ocultas, férreo...”, y somos muchos los sacerdotes de esta Iglesia local que estamos hartos de tanta falacia contra nuestro Pastor, promovida por miembros de ella y aireada por algunos medios de comunicación.


Los argumentos de los llamados “críticos” se limitan a reseñar, en síntesis, que D. Mario ha asumido el control de la Iglesia bilbaína. Pues claro que sí, porque es su obligación episcopal en fidelidad al ministerio que ha recibido. El Obispo no es la figura decorativa que adorna nuestras celebraciones si le llamamos porque nos cae bien, y se queda en su casa sin molestar si no es de nuestro agrado. El Obispo, en comunión con los demás obispos y el Papa, son sucesores del Colegio Apostólico, y por lo tanto garantes de la autenticidad de la fe católica, de su doctrina y magisterio, de la interpretación auténtica de la Palabra de Dios y los únicos que pueden proponer con autenticidad y autoridad, la verdad de la fe que los creyentes debemos aceptar.


Los teólogos, pensadores y estudiosos de otras ciencias, están al servicio de esta ingente labor de comprender, reflexionar y proponer caminos de actualización del mensaje de Cristo, pero no compete a ellos definir y decidir las conclusiones de este estudio. Mucho menos cuando algunos grupos se escoran exclusivamente hacia posiciones ideológicas muy determinadas.


En la Iglesia de Bilbao, durante mucho tiempo han estado condenadas al ostracismo grupos y movimientos que no eran del agrado de algunos responsables diocesanos. La respuesta de estos grupos ha sido el silencio y la sumisión. Tal vez porque tampoco tenían demasiada fuerza, pero en cualquier caso sí es sintomático que esos colectivos tachados de “neoconservadores”, acatan la autoridad imperante, mientras que los que se consideran abiertos, plurales y progresistas, cuando alguien les llama al orden o corrige sus posiciones excesivas, montan en cólera y no dudan en lanzarse a una campaña mediática de desprestigio contra su legítimo Pastor.


A D. Mario no le duelen prendas para escuchar a todos, así lo ha demostrado en los distintos consejos diocesanos de alguno de los cuales soy testigo. Ha tratado todos los temas que se le han propuesto, no se ha negado a hablar y reflexionar sobre ninguno de ellos. Ha expresado con sencillez sus argumentos, y si en algún caso, como él mismo ha manifestado, debiera tomar una postura contraria al parecer de la mayoría de sus consejeros, la tomará, pero explicando el porqué y asumiendo su responsabilidad.


Hemos tenido muy buenos obispos en esta Iglesia, a cada uno le ha tocado un tiempo y situación diversa, pero nadie les puede negar su entrega y generosidad en la labor realizada. Hoy también, gracias a Dios, tenemos un Obispo excelente, cercano, abierto a la escucha y al diálogo, que acoge a todo el que quiera plantearle cualquier cuestión. Un obispo joven, trabajador y enteramente entregado al servicio de este Pueblo de Dios. Ya está bien de hacer de nuestra comunidad eclesial un escenario de confrontación ideológica, en el que cada uno tira para su lado sin preocuparle la rotura que se puede provocar en la comunión eclesial. Los sacerdotes no somos los “dueños del cortijo”, hemos de dar cuenta a la comunidad eclesial en la persona de nuestro Obispo, que tampoco es dueño y nunca ha obrado como tal, pero que sí tiene la responsabilidad última de garantizar que esta Iglesia de Bilbao es la Iglesia que Jesús quiere, en la comunión eclesial y al servicio de la misión evangelizadora. Ayudémosle en su tarea, y busquemos con honestidad los caminos que nos conduzcan a la deseada fraternidad.



La vida humana, es proceso.




Una vez más, los Obispos españoles han tenido que salir al paso de una nueva agresión legal a la dignidad de la vida humana. En este caso por el proyecto de ley “sobre los derechos de la persona ante el proceso final de la vida”. Y es curioso que si bien los derechos de la vida humana está debidamente protegidos tanto por la “Declaración Universal de los Derechos Humanos”, como por las leyes particulares de los Estados, son precisamente sus etapas más precarias y débiles como su “proceso inicial”, caso de los aún no nacidos, como su “proceso final”, caso de los enfermos incurables, los que tanta arbitrariedad acarrean a la hora de ser legislados, se entiende que para su mejor protección.
La vida del ser humano no puede ser comprendida sólo en su plenitud y vigor. No surgimos de manera espontánea, sino que somos el resultado de un proceso necesario de desarrollo, que se inicia en el momento de la concepción y que finaliza tras un natural ocaso. Todo ese largo o corto período de tiempo se denomina vida humana, y todo él debe ser custodiado por iguales derechos legales que garanticen su mejor proceso.
Pretender que sólo la vida del ser humano bien desarrollado y en plenitud de facultades sea la que se beneficie de una protección adecuada, es imposibilitarla de raíz, porque nadie viene al mundo sin haber sido antes un embrión, ni nadie deja este mundo, de manera natural, sin recorrer las últimas etapas en decadencia.
Precisamente por la debilidad y dependencia de los previos y los finales, se hace mucho más necesario una protección exhaustiva y clara, para evitar los abusos de los fuertes y prepotentes sobre quienes viven en precariedad. De lo contrario estaremos creando un monstruo legal que acabará por devorar a los que considere innecesarios o molestos.
O se confiere valor absoluto a la vida humana en su totalidad, o simplemente carecerá de este valor toda ella, porque no somos un tren donde se ponen y quitan vagones conforme a los intereses del momento, sino que la unidad vital del ser humano, es lo que hace que éste sea o no.
El proyecto de ley mencionado, no es sino una agresión más que se suma a las ya sufridas por otras leyes, igualmente injustas, y que limitan el valor de la vida a los intereses egoístas y arbitrarios de quienes por su posición de fortaleza puedan decidir.


De este modo, y desde nuestra condición de cristianos, debemos acoger la invitación a desobedecerlas con absoluta responsabilidad, sabiendo que sus consecuencias pueden ser costosas para quienes optemos por este camino, pero con la convicción de que lo hacemos en fidelidad a la verdad, y como defensa del ser humano a quien debemos reconocer siempre como un don de Dios.





BEATO JUAN PABLO II, ruega por nosotros.

La comunidad cristiana ha vivido un acontecimiento de extraordinaria importancia este fin de semana. La Beatificación de Juan Pablo II ha sido un regalo, un don de Dios a esta Iglesia suya que tanto ama y que nunca ha dejado desprotegida.
Por encima de la figura human del nuevo Beato, está el hecho elocuente de que en medio de esta humanidad, siguen brillando con luz propia, la bondad, el amor y la misericordia divinas, que por medio de personas concretas nos anima y sostiene en el camino de la vida y de la fe.
La persona del Papa Juan Pablo II, y sobre todo su fecundo pontificado, han marcado a más de una generación, que por medio de sus enseñanzas y sobre todo, su testimonio personal, se han encontrado con el amor de Dios, dignificando sus vidas y alentando sus esperanzas.
Es curioso cómo en medio de una sociedad tan marcada por lo bello, lo saludable, lo joven y práctico, se impuso con vigor el silencio, la dependencia y la precariedad de un anciano que ya sólo podía hablar de Dios por medio de su mirada y su permanecer en medio del dolor.
Si toda la vida de este Papa "Magno", fue una entrega absoluta al anuncio de Jesucristo, sus últimos años nos mostraron el valor de la cruz, donde incorporados nuestros sufrimientos, recibimos la gracia necesaria para soportarlos junto al Señor.

La vida humana no tiene un valor limitado, es decir, vale en función de sus potencialidades. La vida humana tiene un valor absoluto, es don de Dios, quien nos ha creado a su imagen y semejanza, una imagen que no se devalúa en la enfermedad, al contrario, se identifica más con el rostro sufriente del Siervo de Yahvé, cuando es vivido como donación de uno mismo por amor a Dios y a los hermanos.

Hoy podemos alegrarnos toda la comunidad cristiana, por haber tenido la suerte de conocer, escuchar y sentir la vitalidad de aquel Papa que vino del corazón mismo de nuestro continente europeo, y lo mismo que él soñó con una Europa que recuperase sus raices cristianas, para exportar lo mejor de sí al mundo entero, trabajemos, bajo su guía y protección por dignificar nuestra sociedad, y sembrar en ella el amor y la fe en Cristo, que la llenen de esperanza y de prosperidad.


Polémicas baldías


Es lamentable la polémica baldía que se ha desatado en Bilbao, provocada por un grupo exiguo de sacerdotes pertenecientes al llamado “foro de curas de Bizkaia”, y que aglutina a algo más de 40, y recogida de forma desmesurada por algún medio de comunicación de amplia tirada.


Y digo que es lamentable porque lo importante de la VI. Jornada de Católicos y Vida Pública, al margen del grupo eclesial que la organice o se sienta más o menos identificado, es la importancia de la fe cristiana en la vida cotidiana de la sociedad.


Cuando una determinada ideología, la que sea, pretende imponerse a las demás, sin darse cuenta de que se sustenta sobre planteamientos tan subjetivos e interesados como los de la otra parte que critica, por sí misma se deslegitima.


Pero esta cuestión me parece mucho más grave al suceder dentro de la Iglesia, por parte de unos presbíteros que se creen el tarro de las esencias y con capacidad para enmendar la plana al Papa y los Obispos, acusando a estos últimos de realizar “una afrenta a Jesús crucificado cometida en los empobrecidos por el sistema económico y su última crisis”.


También les critica que paseen la Cruz de la juventud por la ría lo que describen como “un espectáculo de dudoso gusto estético”, señalando además que “no contribuye a dar gloria al Dios de Jesús de Nazaret, sino a la efímera gloria de la Iglesia y su descrédito”.


Ellos que tanto hablan de pluralidad y pasean por sus parroquias a sus estrellas “teológicas”, alguna de ellas canónicamente censurada, para que sigan confundiendo la fe de los fieles que con buena voluntad se acercan a escucharlos fiados de sus pastores, son los que ahora critican con beligerancia a otros grupos eclesiales.


Ningún colectivo ni grupo eclesial contiene la totalidad de la sensibilidad creyente, cada uno se reúne y aglutina conforme a su piedad y modo de expresar la fe. Pero para que un grupo sea considerado dentro de la comunión de la Iglesia, ha de estar reconocido por ella, y casualmente quien organiza este encuentro sí lo está, y por ello cuenta con el respaldo de los responsables eclesiales, mientras que los autores de estas críticas actúan a sus espaldas y en contra de su legítima autoridad.


Los sacerdotes, al recibir la ordenación presbiteral prometemos obediencia y respeto a nuestro Obispo, con absoluta libertad y disponibilidad. Lo hacemos con la conciencia de ser enviados a una comunidad cristiana para servirla en la fe, la esperanza y el amor, en fidelidad al Evangelio y a quien en nombre de Cristo apacienta su grey por la sucesión apostólica. Sin embargo cuando olvidamos esta responsabilidad y nos creemos en posesión de una verdad, que por partir de nuestros prejuicios personales y no del contraste eclesial, está contaminada de subjetividad e interés, en vez de realizar la sagrada misión que se nos encomendó, la manipulamos y distorsionamos, poniendo en serio riesgo la fe de nuestros hermanos.


Todo grupo o movimiento es en sí mismo imperfecto por no poder abarcar la totalidad de los matices de la enorme riqueza que encierra la fe en Jesucristo, pero para eso estamos los ministros de la Iglesia, para cuidar, animar y orientar desde la fidelidad a Cristo y a la Tradición eclesial, al Pueblo de Dios que ansía vivir con coherencia y disponibilidad su fe, y sentirse fortalecidos en la esperanza. Hagámoslo desde nuestra capacidad personal, pero no confundamos nuestras sensibilidades particulares con la naturaleza fundamental de la fe, la cual ha de ser siempre contrastada y purificada desde el Evangelio del Señor y en la comunión eclesial.

8 de abril de 2011




No tenían sino un solo corazón y una sola alma...



Esta frase tomada de los hechos de los Apóstoles (4, 32), y que en este tiempo pascual se nos recuerda en la liturgia, siempre resulta paradigmática para la vida de la Iglesia.


Por muy ejemplar y anhelada que fuere, sabemos por la experiencia que en muchos momentos no nos hemos destacado por vivirla en plenitud, tampoco en nuestros días. Podemos pensar que el autor sagrado expresó más bien un deseo antes que la plasmación de una realidad consumada y permanente. Sin embargo nadie puede negar la veracidad de este episodio narrado y su experiencia ejemplarizante para la Iglesia de todos los tiempos.


Ciertamente ocurrió que tras la resurrección del Señor, el pequeño grupo de los creyentes experimentaron una fuerza nueva, renovadora y creativa, que les llevó a vivir de forma fraterna. No es una quimera que S. Lucas se sacara de la manga. Era posible iniciar unas relaciones humanas, que por la acción del Espíritu Santo dejaran emerger signos elocuentes de la presencia del Resucitado en medio de su pueblo.


Si las apariciones de Cristo fortalecieron la fe de sus discípulos congregando nuevamente a los dispersados por el miedo, impulsándoles al anuncio misionero, la experiencia comunitaria y fraterna va a ser el signo y fundamento de esa presencia del Señor en medio de los suyos.


Por eso necesitamos recordarla con frecuencia, no como una meta inalcanzable, sino como una posibilidad real que si bien ha de ser alentada por el Espíritu del Señor, no se nos niega cuando nos dejamos transformar por él.


El ideal comunitario ha de ser hoy para nuestra Iglesia una meta a promover y buscar sin descanso. Ante todo por fidelidad al deseo del Señor, que quiso que todos fuéramos uno, como lo eran él y el Padre (Cfr. Jn 17). La comunión eclesial no es un acuerdo entre diferentes ideas o proyectos para una convivencia pacífica. La comunión eclesial es una vinculación afectiva, fundamentada en el amor y la entrega mutuos, que conlleva una unidad efectiva, fecunda y generosa, capaz de regenerar el corazón humano y el tejido social.


Las legítimas diferencias que nos distinguen a cada persona y miembro del pueblo de Dios, no pueden ser escollo insalvable en el camino del encuentro, sino oferta enriquecedora de la vida común. Y si lo particular en alguna ocasión, en vez de favorecer la unidad la distorsiona o pone en peligro, debemos de ser generosos para que, renunciando a lo propio salvemos lo común.


Lo mismo que en una familia que quiera permanecer unida, se sacrifica lo que enfrenta en favor de lo que une, así en la Iglesia debemos aprender a relativizar aquello que no es esencial para un desarrollo comunitario gozoso y un compromiso misionero fecundo.


Ciertamente cabe siempre la pregunta sobre qué es lo esencial y cómo arbitrar las diferencias. Cuestión que se agudiza cuando no estamos dispuestos a renunciar a nuestros principios personales. Por esta razón es tan necesario el ministerio apostólico.


Aquellas comunidades que vivían y lo tenían todo en común, se configuraban entorno a los Apóstoles del Señor. Ellos eran principio y fundamento de comunión, y desde ellos hoy nuestra Iglesia, por la sucesión Apostólica, cuenta con el servicio de los Obispos, bajo la guía del Papa, sucesor de Pedro.


Cuando surgen cuestiones que ponen en riesgo la unidad eclesial, es el Colegio Episcopal el que en última instancia debe dirimirlas, y ofrecer al Pueblo de Dios, del que ellos también forman parte, una respuesta acorde a la enseñanza del Evangelio, bajo la guía del Espíritu Santo.


El Evangelio es lo que constituye el centro de la vida eclesial, y sus valores el modo de articular nuestras relaciones fraternas, las cuales se perciben y manifiestan en la vida comunitaria.


Nuestra proximidad o lejanía del ideal anhelado será expresión de nuestra fidelidad o fracaso. No podemos achacar la responsabilidad a otros cuando nosotros en vez de fomentar la unidad sembramos la discordia.


Vivir y tenerlo todo en común, hasta el punto de configurarnos en “una sola alma”, será el espejo en el que se reflecten las actitudes profundas de una vida en el amor de Jesucristo resucitado.