viernes, 24 de febrero de 2012

TIEMPO DE CUARESMA - HOMILIA 1



DOMINGO I DE CUARESMA
26-2-2012 (Ciclo B)




Un año más el año litúrgico nos ofrece vivir este tiempo cuaresmal como una nueva oportunidad para adentrarnos en el desierto y abrir nuestras vidas al Señor: “Se ha cumplido el plazo, está cerca el Reino de Dios. Convertíos y creed la Buena Noticia”.
Conviene desde este primer domingo ir desgranando lo que va a ser nuestro recorrido cuaresmal, preparar esta entrada en el desierto de nuestras vidas para aprovechar el momento personal, social y eclesial a fin de transformar nuestros corazones y poder celebrar así el misterio central de la fe de forma plena y renovada.
Nos adentramos en el desierto cuaresmal para que libres de lo superfluo, lo innecesario, aquello que tal vez nos estorba e incluso entorpece, podamos centrar nuestra mirada en Dios y acoger con gratitud su mensaje de esperanza.
Esta ha de ser nuestra primera actitud cuaresmal, la gratitud.
Para agradecer hay que recordar, recuperar la memoria personal, familiar y social, y ver que en medio de las penalidades de nuestra vida, a pesar de descubrir un mundo que no es ni mucho menos el Reino de Dios esperado y anhelado por la humanidad, sin embargo sí hemos tenido presencias del Señor que han suscitado en nosotros esperanza y gozo, y han fortalecido nuestra fe y sostenido el ánimo en medio de la adversidad.
Con los ojos de la fe, los cristianos podemos descubrir que es Dios mismo quien nos alienta en cada circunstancia de la vida, y que sólo en él encontramos la razón para seguir caminando por el sendero de la justicia, la verdad y la paz, rechazando las tentaciones de optar por caminos que nos puedan hundir en el individualismo, la venganza o la indiferencia para con los demás.
Los cristianos tenemos por delante un tiempo en el que debemos mirar en profundidad nuestras vidas, desde la verdad y la confianza. No tenemos ninguna necesidad de enmascarar lo que somos, porque la única mirada que descansa sobre nosotros es la nuestra y la de Aquel que nos ama por encima de todo. Debemos reconocernos en la verdad de lo que somos para apuntalar bien nuestro edificio personal, descubriendo dónde están nuestros anhelos, cuáles son nuestras ambiciones, y en qué ponemos las ilusiones y los deseos. De este modo podremos descubrir si nuestra vida asienta sus cimientos sobre la roca de la fe en Jesucristo, o si por el contrario se sustenta sobre las arenas del egoísmo, donde lo material y el bienestar personal ocupan demasiado espacio en el corazón cerrándolo a Dios y a los hermanos.
Debemos preguntarnos también cuáles son nuestros sentimientos ante los problemas y retos del presente. Es la Palabra de Dios la que ilumina nuestras opciones personales, la toma de las decisiones, el ejercicio de nuestras responsabilidades sociales, o por el contrario nos dejamos fácilmente influenciar por los criterios individualistas o ideológicos ajenos a la fe y a los valores que del evangelio se desprenden.
Esta mirada sincera a la profundidad de nuestro ser nos ha de llevar a vivir este tiempo con confianza. La cuaresma no es el aguafiestas de la vida. No es un tiempo de prohibiciones ni de amarguras. Es el tiempo del encuentro gozoso con el Señor que nos ama y anima a vivir en plenitud la existencia que nos ha dado a cada uno de nosotros. Y porque nos ama, nos llama para que retomemos el camino hacia él.
Una llamada a renovar nuestra vida para que desarrollemos en ella todo lo bueno que el Creador nos ha regalado. No olvidemos, que al igual que a Jesús, es el Espíritu Santo el que nos empuja al desierto.
Es el Espíritu de Dios quien nos mira y nos enfrenta ante el espejo de nuestro ser, no para reprochar infecundamente nuestra existencia, sino para motivar el cambio y el reencuentro con nuestra auténtica dignidad de hijos, y recuperar así la semejanza perdida por el pecado.
Durante este tiempo busquemos espacios de soledad y recogimiento donde orar y escuchar la Palabra de Dios. El no condena ni humilla, no pide sacrificios ni imposibles, sólo espera que recuperemos las riendas de nuestra vida, nos liberemos de las ataduras que todavía nos sujetan a esta forma de vivir materialista y superflua, y nos dejemos conducir por su mano bondadosa a fin de recuperar nuestra libertad y responsabilidad ante Dios y ante los hermanos.
Tal vez la primera tentación que debemos superar es la de la apatía o el dejarnos llevar por la corriente ambiental. Ciertamente nuestro mundo presente no es muy dado a crear espacios de silencio y de reflexión personal, por eso el esfuerzo a realizar es mayor. El ruido que se impone en el ambiente, donde hay tantas palabras vacías e interesadas, nos envuelve y confunde. Por eso se hace tan necesario descansar nuestros oídos en Aquel que tiene palabras de vida eterna. Y un instrumento que en este tiempo puede ayudarnos a profundizar en el diálogo con el Señor, es su propia Palabra, la Sagrada Escritura cuya lectura y meditación son insustituibles en la vida espiritual de todo cristiano. Busquemos espacios tranquilos y sosegados para acercarnos a ella, tanto de manera personal como familiar.
Pidamos hoy al Señor que nos ayude a caminar por este desierto cuaresmal del mismo modo que él lo hizo, dejando hablar al Padre Dios, escuchando su voz y descubriéndole en los acontecimientos cotidianos. De este modo sentiremos la invitación de su llamada a la conversión personal, y acercándonos con humildad al sacramento de la reconciliación, bálsamo reparador por su amor, sanar toda nuestra vida con la fuerza de su misericordia.
Que la austeridad, la oración y la caridad actitudes que el evangelio nos urge a integrar en nuestra vida, nos ensanchen el corazón para vivir este tiempo con esperanza y provoque en nosotros signos fecundos de auténtica conversión, desde los cuales anunciar a Jesucristo en medio de nuestro mundo, con la fuerza y el gozo del Espíritu Santo.

miércoles, 8 de febrero de 2012

UN VIDEO DE CALADO VOCACIONAL, MUY BUENO



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lunes, 6 de febrero de 2012

CARTA DEL OBISPO DE BILBAO EN FAVOR DE LA CLASE DE RELIGIÓN



EDUCAR A LOS JÓVENES EN LA JUSTICIA Y EN LA PAZ.

1. Éste ha sido el título del mensaje del Santo Padre con ocasión de la última jornada mundial de la paz celebrada el primer día del año. Son tres dimensiones fundamentales en la vida personal y social que adquieren especial relevancia en las circunstancias actuales por las que atraviesa nuestra sociedad. La tarea de la educación es un aspecto esencial del que depende tanto nuestro presente como el futuro. Educar, del latín “educere”, quiere decir hacer extraer, conducir hacia fuera lo mejor de cada uno. Siendo una tarea principal en la infancia y juventud, es un proceso que debe acompañarnos a lo largo de toda nuestra vida. Educar es una tarea absolutamente necesaria y apasionante, pero al mismo tiempo extremadamente delicada y no exenta de dificultades que pueden conducirnos a sucumbir a la tentación de la frustración y del desánimo.


2. Durante estos días, los centros educativos han abierto el periodo de preinscripción de los alumnos en los cursos y enseñanzas correspondientes. Quisiera recordar a las familias cristianas la importancia de inscribir a sus hijos e hijas en la asignatura de religión. Una auténtica educación significa introducir a la persona en la totalidad de la realidad, de ahí la necesidad de que abarque todas las dimensiones de la persona. A este respecto, la dimensión trascendente y religiosa no puede ser abandonada ni excluida del ámbito educativo. La enseñanza de la religión educa al niño y al joven en una dimensión que le es profundamente connatural, pues el ser humano no sólo es ser racional y social, sino también constitutivamente religioso y trascendente. Sustraer esta dimensión constituye una visión chata y reductiva de la educación. La educación religiosa contribuye a encontrar una respuesta adecuada a las preguntas más profundas de nuestra vida y el sentido último de nuestra existencia: de dónde vengo, cuál es el sentido de la vida, qué me cabe esperar, qué significa amar, por qué necesito perdonar, cuál es el sentido de la enfermedad, qué significa la muerte, cómo construir una sociedad justa y solidaria, enraizada en la verdad y el bien común, que sea acorde a los anhelos profundos del corazón humano.

3. Además, la enseñanza de la religión, tanto en la escuela pública como en la concertada, es un derecho reconocido en nuestro ordenamiento jurídico. Desgraciadamente la enseñanza religiosa se ve sometida a presiones de diverso tipo y desde diversas instancias con el fin de excluirla del ámbito educativo público o disuadiendo a los padres de apuntar a sus hijos e hijas dicha asignatura, utilizando argumentos muy poco solventes, muchas veces de marcado carácter ideológico, pero, ante todo, lesionando la libertad de las familias a ejercer un derecho fundamental que les asiste. Las diversas administraciones y los mismos centros educativos tienen el deber de velar para que la legalidad sea respetada y favorecer ante todo la libertad de los padres y madres de elegir la educación conforme a sus convicciones. La enseñanza religiosa favorece enormemente el crecimiento personal y contribuye decisivamente a la edificación de una sociedad y un mundo enraizados en la verdad y el bien, el respeto mutuo y la tolerancia, la solidaridad y la gratuidad, la justicia y la paz, en la ayuda a los más necesitados y en la protección y tutela de los débiles. Su contribución es altamente positiva para la humanización de un mundo que se siente tantas veces tentado por el afán de tener, del dominio y del poder.

4. El Santo Padre, en su mensaje de la jornada mundial de la paz, hacía referencia a la educación de los jóvenes en la justicia y en la paz. Estos dos aspectos son de especial relevancia en nuestra situación actual. Con respecto a la justicia, cuando la crisis ha conducido a tantas personas y familias a una situación profundamente angustiosa, cuando tanta injusticia y desigualdad siguen hiriendo la dignidad humana, poner a la persona (que siempre es un fin y un bien en sí misma, imagen y semejanza de Dios, con la dignidad de la filiación divina que se refleja en todo rostro humano) en el centro de toda actividad social, política, económica y financiera, nos sitúa en la perspectiva adecuada desde la que podemos vislumbrar las claves últimas que nos ayuden a la conversión personal y a la corrección de sistemas y estructuras causantes de desigualdades e injusticias.

5. Del mismo modo, en el ámbito de la paz y la reconciliación en que nuestra Iglesia diocesana ha trabajado incansablemente y que en los últimos tiempos necesita un nuevo impulso en virtud de la nueva situación en que nos encontramos, la educación para la paz y la reconciliación se presentan como un elemento fundamental para edificar una sociedad reconciliada que, a pesar de la pluralidad de sensibilidades y pensamientos, pueda mirar al futuro en la esperanza de una convivencia basada en el respeto mutuo y la consecución del bien común. La tarea es ardua y larga, pero, al mismo tiempo, ineludible e ilusionante. Que el Señor nos ayude a ser mensajeros y constructores de una humanidad nueva, haciendo presente, entre todos, con su gracia, el Reino que Dios vino a traer a nuestra tierra y ha puesto en nuestras manos. Con afecto.

X Mario Iceta Gabicagogeascoa
Obispo de Bilbao

sábado, 4 de febrero de 2012

HOMILIA DOMINICAL



DOMINGO V DEL TIEMPO ORDINARIO
5-2-12 (Ciclo B)

Hoy es el día del Señor, en el que nos acercamos a nuestra comunidad cristiana para sentir este remanso de paz que nos ofrece la Palabra de Dios y ante la cual contemplamos nuestras vidas desde el gozo inmenso que nos produce el seguimiento de Cristo.

Así nos introducimos en la escena narrada en el evangelio, identificándonos con aquellos discípulos que acompañaban al Señor, descubriendo a un Jesús inagotable ante la ardua tarea de llevar la buena noticia de Dios a todos los rincones de su tierra. Un Jesús que escucha la voz de los necesitados, que se acerca a los enfermos y oprimidos, que libera y sana, y que permanentemente expulsa los demonios interiores que esclavizan y someten la voluntad del ser humano.

Y en esta jornada que compartimos a su lado, también observamos a un Jesús contemplativo, que busca sus momentos para orar y estar más cerca del Padre Dios. Esa es la fuente en la que sacia su sed y donde repara sus fuerzas. Sólo desde la plena confianza e intimidad con Dios, podemos explicarnos el tesón con el que afronta su destino y la autoridad que en todo momento transmite desde la coherencia de su vida.

La oración es para Jesús ese tiempo de encuentro y diálogo con Dios Padre. En ella relee cada día y cada acontecimiento, comparte su experiencia de gozo y de rechazo, se siente confortado para seguir adelante y a la vez pacificado para poder entregarse con absoluta libertad, a pesar de las amenazas y persecuciones que padezca.

Al contemplar el rostro de Dios, pone en su presencia a todos sus hijos más débiles y a quienes va ganando para la causa del Reino. No está solo, sus discípulos y muchos más van acogiendo el proyecto de vida de las bienaventuranzas y toman como senda la justicia, la fraternidad y la paz. En la oración, Jesús pone ante Dios sus preocupaciones y dificultades, sus desvelos y abandonos, pero sobre todo en ese encuentro con Dios colma de dicha y de fortaleza su alma para seguir con entusiasmo y fidelidad la misión que se le ha encomendado.

Esta experiencia también la hemos de vivir nosotros para poder sentirnos acompañados por el Señor en cada momento de nuestra vida, para ser fieles transmisores del evangelio de Jesucristo; “¡Ay de mí si no anuncio el Evangelio!” exclama el apóstol San Pablo en la segunda lectura que hemos escuchado. Esta es la misión fundamental de todo creyente. Anunciar la Buena Noticia de Jesucristo en cada acontecimiento y situación que nos toque vivir. Toda acción de la Iglesia ha de estar orientada a esta finalidad, a evangelizar. Nuestras reuniones de grupos, nuestros encuentros de formación, las acciones solidarias y caritativas, los compromisos sociales y políticos, las celebraciones litúrgicas y sacramentales, toda la vida de la Iglesia encuentra su razón de ser en el anuncio del Evangelio.

Los cristianos tenemos que ser mensajeros de la Buena noticia que hemos recibido del Señor y que es donde se asienta nuestra esperanza. Un anuncio que comienza por el testimonio personal, que debe explicitarse con claridad en la transmisión de nuestra fe, y que además se ha de materializar en el compromiso de nuestra vida para la construcción del Reinado de Dios.
Es muy importante hacer muchas cosas, pero lo fundamental es el porqué las hacemos y quién anima nuestra fe y caridad.
Somos mensajeros del amor de Dios manifestado en Jesucristo, y que a través de su palabra hemos de seguir ofreciéndolo al mundo como camino, verdad y vida. Este ha sido el testimonio de los santos y de los mártires a quienes tantas veces recurrimos como intercesores y ejemplos de vida. Ellos dieron su vida por amor a Cristo y a los hermanos, especialmente a los más necesitados, y esa entrega es para la Iglesia, modelo de vida y de seguimiento del Señor.
El creyente en Jesús ha de vivir esas actitudes del maestro; entregarse a los necesitados, a los pobres y enfermos, a los más desamparados y marginados. Pero ha de ser este un servicio y una entrega que se nutren de la oración y del encuentro personal con Dios. Jesús mantenía esa relación estrecha con el Padre, y a través de la oración encontraba luz en su camino y fortaleza para entregar toda su vida a los demás.
Descubrir nuestro ser creyente en la tarea evangelizadora nos llenará de gozo y nos mostrará la fecundidad del amor de Dios en la entrega a los hermanos.
Necesitamos hoy quien acoja esta labor con entusiasmo y confianza. Desde la clara conciencia de que no somos dueños del evangelio sino sus servidores, pero siendo conscientes también de la necesidad de nuestro trabajo, “porque la mies es mucha y los obreros pocos”. Por esta razón debemos seguir animando a tantos hermanos nuestros con quienes compartimos la fe, que se animen a entregar parte de su tiempo al servicio de la comunidad eclesial. Porque todos somos necesarios en esta tarea evangelizadora y es el mismo Jesús quien nos envía como misioneros en medio de nuestras familias, trabajo y ambiente social.
Pidamos también al Señor que siga suscitando personas entregadas a la comunidad para el bien de los hermanos. Hombres y mujeres que desde la llamada a la vida religiosa y al sacerdocio ministerial se entreguen al servicio de las comunidades cristianas para congregarlas en la fe, animarlas en la esperanza y mantenerlas siempre en el amor y la comunión eclesial. Personas que haciéndose cercanas a los demás, y en especial a quienes sufren, sean siempre un testimonio del amor y la entrega de Jesucristo en favor de toda la humanidad.
Pidamos hoy al Señor que nos ayude a tener los mismos sentimientos que S. Pablo; vivir la fe con la plena conciencia de nuestra responsabilidad y con el gozo de sentirnos agraciados por el amor de Dios que siempre nos acompaña y fortalece. Porque como nos enseña el apóstol “todo lo que hacemos por el evangelio, nos ayuda para participar también nosotros de sus bienes”.