lunes, 21 de marzo de 2011

EL CABILDO CATEDRAL


El pasado 26 de febrero, el Cabildo Catedral de Bilbao celebraba elecciones para designar nuevo Deán-Presidente, eligiéndome a mí para esta tarea. El 8 de marzo el Sr. Obispo mediante un Decreto confirmaba la elección y así me convertía en el VI. Deán del Cabildo Catedral de Bilbao.


Hace casi 60 años se constituía el primer capítulo de canónigos con el nombramiento del primer Deán, el Siervo de Dios D. José Pío Gurruchaga, fundador de las Auxiliares Parroquiales de Cristo Sacerdote, que sirven en nuestra S.I. Catedral y en muchas otras de toda España.

La primera desiganción de aquel entonces, correspondía al Jefe del Estado, quien lo proponía al Papa dentro de una terna. Desde entonces han cambiado las maneras de elección y designación, pero en todas ellas se mantiene el sentido de la misión que a esta figura se le encomienda.


El Cabildo Catedral, es una de las instituciones, si no la más, más antigua de la Iglesia. Su momento fundacional no consta, pero sí existen escritos donde los primeros sucesores de los Apóstoles, los Obispos que estaban al frente de las comunidades cristianas, celebraban la eucaristía en las casas de los fieles, acompañados por sus presbíteros y diáconos que les asistían.

Es decir, las primeras eucaristías no eran celebradas por los presbíteros, sino por los Apóstoles y sus sucesores, los Obispos. A éstos les asistía, tanto en la celebración eucarística como en los demás sacramentos, los presbíteros y diáconos existentes.

Fue mucho más tarde, cuando las comunidades crecieron lo suficiente y comenzaros a construirse iglesias, cuando los presbíteros empezaron a celebrar en solitario los sacramentos, salvo los reservados al Obispo, confirmación y órden sacerdotal.

La primeras escuelas que existieron, además de las monacales, eran las escuelas episcopales. lugares donde se formaba a los niños y futuros sacerdotes, dejando el Obispo esta labor a la figura del Maestrescuela (una de las dignidades del Cabildo).

En las ausencias del Obispo de su sede, dejaba a un sacerdote al frente de ella como delegado suyo, el Deán que era la primera dignidad del cabildo.


Los primeros escritos y normativas de cabildos datan del siglo IX, aunque existen múltiples referencias anteriores. En el caso de España, por ejemplo hay claros relatos sobre la participación de canónigos en los concilios de Toledo.


Lo más relevante de este Colegio de sacerdotes es su servicio y entrega a la Catedral. Su dedicación como responsables del culto y la oración, del mantenimeinto y cuidado de su riqueza cultural, la formación educativa y musical, la dedicación para hacer del primer templo diocesano un lugar de encuentro y referencia para la vida de toda la Iglesia local, han constituído siempre el fundamento de su labor y encomienda.

Hoy endía existen en nuestras diócesis departamentos que extienden esta tarea por toda la extensión del territorio diocesano, pero no es incompatible con el valor del Cabildo, que aunque mermado en sus fuerzas y gentes, sigue trabajando por cuidar del patrimonio pastoral y cultural que hemos heredado. Además sigue siendo misión del Cabildo, por Derecho y sus Estatutos, realzar la vida litúrgica (santificar), atender la acción pastoral (enseñar) y aconsejar al Obsipo en las cuestiones que éste le solicite (gobernar). En definite seguir colaborando con él en su misión evangelizadora.

LOS CONSEJOS DEL OBISPO


Hace bastante tiempo que no renuevo esta hoja abierta a quienes pueda interesar las opiniones de este sacerdote, y no porque no tuviera nada que opinar ni decir ante tantas informaciones eclesiales y sociales, sino porque me parecía que a veces el silencio, como en la música, también es significativo.

Hoy vuelvo a ponerme ante el teclado para hablar de los Consejos que recientemente ha cosntituido nuestro Obispo D. Mario, el Consejo Presbiteral, y el Colegio de Consultores, en ambos estoy yo representando en el primero al Cabildo Catedral, y por designación directa en el segundo.


Como su nombre ya nos indica, ambos son órganos de consejo para el hacer pastoral del Obispo. No son grupos de poder, ni meros comparsas. La Iglesia en su misión evangelizadora cuenta con la colaboración activa y leal de todos los fieles, y en especial con la colegialidad en la comunión de sus ministros.

El Concilio Vaticano II ya establecía cómo para el buen hacer del Pastor en su Iglesia Particular, le era muy necesaria la colaboración de sus sacerdotes y religiosos, servidores entregados por su vocación al servicio del Pueblo de Dios, para llevar adelante su misión de santificar, enseñar y gobernar a la porción de la grey que el Señor le había encomendado.


Para ello le apremiaba a constituir un "Senado o Consejo" de presbíteros, que representara a la totalidad de su presbiterio, de manera que acogiendo su consejo y sugerencias, pudiera ejercer mejor su labor pastoral.


El Consejo del Presbiterio recientemente creado, lo formamos unos 35 presbíteros y religiosos, unos cuantos como miembros natos (Vicarios, Deán del Cabildo, Rector del Seminario, Delegados de Misiones y del Clero), otros por elección de entre los sacerdotes y religiosos, y otros 6 por libre designación del Obispo. Nuestra misión, desde la comunión y fraternidad presbiteral, es la de colaborar con D. Mario en la acción pastoral para toda nuestra Diócesis, siendo en todo momento conscientes de nuestra responsabilidad.


El Colegio de Consultores tiene la misión de asesorar al Obispo en algunos temas, especialmente de índole económica, y de asumir la responsabilidad del Gobierno diocesano cuando la Sede queda vacante, nombrando a un Administrador Diocesano (si la Santa Sede no nombra a su Adminstrador Apostólico).


Pronto el Obispo va a constituir el Consejo de Pastoral Diocesano, en el que están representados religiosos, sacerdotes y laicos de toda la diócesis y áreas pastorales, de manera que la corresponsabilidad se extienda a toda la familia diocesana.


Que cada uno desde nuestra encomienda particular podamos contribuir de forma fiel y servicial al bien apostólico de todos, y de manera especial entre los más alejados; de este modo cumpliremos el mandato del Señor Jesucristo "Id y haced discípulos a todas las gentes..."

viernes, 18 de marzo de 2011

HOMILÍA - TIEMPO DE CUARESMA

II DOMINGO DE CUARESMA
20-03-11 (Ciclo A)

En este segundo domingo de nuestro recorrido cuaresmal, la primera interpelación que brota de la Palabra de Dios que acabamos de escuchar, es la recibida por Abrahán, “sal de tu tierra y de la casa de tu padre hacia la tierra que te mostraré”.
Esta llamada interior también la recibimos nosotros en este tiempo de gracia, para vivir en profundidad el sentido cuaresmal de la fe, que no es otro que el de ponernos en camino para desinstalarnos de nuestra forma de vida antigua y asumir un modo de vivir más acorde con el espíritu del Señor Jesús.
El camino que Abrahán es invitado a recorrer necesita un equipaje ligero pero bien provisto de lo esencial. Deberá cargar su alma de confianza para afrontar las largas penalidades como son el cansancio, la aridez del desierto o la sensación de fracaso. Sólo la firmeza de su fe y el calor afectivo de su relación con Dios le van a prevenir ante el desaliento y la desesperanza futura.

La promesa realizada por Dios de enriquecerle con una gran descendencia y de darle una tierra fértil y próspera, hay que creerla con toda el alma para mantener el rumbo de su vida. Y fue precisamente por haber creído hasta el final en aquella promesa de Dios, por lo que consideramos a Abrahán como el padre de todos los creyentes.

Es importante recordar de vez en cuando de dónde brota la experiencia religiosa y hacer memoria de aquellos que nos han precedido en el camino de la fe. Pero no es suficiente para mantener nuestra propia experiencia ni desde ella podemos dar razón a los demás de lo que somos y creemos cada uno de nosotros.
Nuestra fe no se asienta sólo en las vivencias de personajes del pasado. Nuestra fe cristiana hunde sus raíces en aquella experiencia apostólica de encuentro con el Resucitado pero al igual que los apóstoles, necesitamos vivirla en primera persona para comprenderla en su profundidad.
Hoy el evangelio nos narra un momento de la vida de Jesús compartido con los más íntimos del Señor. La transfiguración es el gran anuncio de la resurrección de Jesús, anticipo de su gloria y manifestación divina que le proclama como el hijo amado, el predilecto.
Desde nuestra comprensión actual de la fe, podríamos decir que Pedro, Santiago y Juan vivieron una experiencia íntima de la realidad divina de Jesús, incapaces de comprenderla en ese momento y menos de narrarla a los demás, de ahí que fuera mejor que guardaran silencio y la madurasen en su corazón.

San Mateo nos cuenta este episodio en la mitad de su evangelio, como queriendo decirnos que lo que a partir de ahora va a suceder, los últimos momentos de la predicación del Señor, su pasión y su muerte, no son más que el preámbulo para el gran acontecimiento de nuestra salvación; el Jesús de la historia, el Nazareno que ha ido anunciando la Buena Noticia del Reinado de Dios, aquel que pasó haciendo el bien y sembrando de esperanza los corazones desgarrados, que anunciaba la liberación de los oprimidos y devolvía la salud a los enfermos, es el Mesías, el Cristo, el Dios con nosotros.

Y aunque los últimos momentos de la vida de Jesús, su prendimiento, tortura y muerte, dejara abatidos y en lo más frustrante de los fracasos a quienes habían puesto su vida y su esperanza en él, gracias a esa experiencia vivida a su lado, comprendieron que era él mismo quien ahora se acercaba hasta ellos resucitado.
La transfiguración del Señor fue como todos los momentos de la vida de Jesús única e irrepetible. Ninguno de nosotros puede acercarse a lo vivido por aquellos privilegiados de la historia. Pero por su testimonio y entrega, por la sucesión apostólica que llega hasta nuestros días, y por nuestra vivencia personal de encuentro con Jesucristo a través de la oración y del servicio a los demás, podemos comprender la experiencia del Tabor.

Cada vez que en medio de nuestras penumbras buscamos momentos de soledad y oramos con confianza al Señor pidiéndole que nos ilumine, que nos fortalezca y ayude, sentimos el calor de su presencia que alienta y sostiene nuestra debilidad. Es como si también nosotros pudiéramos notarle cercano y accesible. Escuchando su palabra que nos anima a seguir adelante con confianza y serenidad.

Los cristianos no creemos en una historia del pasado, aunque sus momentos históricos ocurrieran entonces. Nosotros seguimos a Jesucristo resucitado, a cuya vida nos acercarnos a través del testimonio que se nos ha transmitido y que de alguna manera también hemos experimentado personalmente, de manera que hoy somos nosotros los depositarios y testigos cualificados del Resucitado.

El silencio que Jesús pidió a los apóstoles, fue para no adelantar acontecimientos que eran necesario vivirlos en su cruda realidad. Pero el impulso misionero y evangelizador que brotó de la luz pascual, es ya imparable y está en nuestras manos mantenerlo vivo y fecundo.
Como nos dice el apóstol Pablo en su segunda carta a Timoteo, tomad parte en los duros trabajos del Evangelio, según las fuerzas que Dios os de. Esa es nuestra misión a la cual no podemos renunciar como cristianos, y menos en el presente de nuestra realidad actual, social y religiosa. Esta es la vida entregada de nuestros misioneros, quienes siguen haciendo brillar en medio del mundo la llama de la fe.
En un tiempo como el presente, donde los cauces de información son tan extensos y veloces, y en el que las propuestas para vivir de determinadas maneras son tan diversas y en ocasiones tan contrarias a lo que nosotros entendemos como vida digna y realmente humana, se hace preciso y urgente que los cristianos manifestemos con tesón y valentía el estilo de vida que propone el evangelio del Señor y que nosotros estamos llamados a vivir con coherencia y gozo.
La fe como nos enseñaba el Venerable Juan Pablo II, “no se impone, se propone”, y el único medio eficaz y veraz de transmisión es el testimonio personal acompañado del anuncio explícito de Cristo.

Es verdad que muchas veces nos sentiremos injustamente tratados o incomprendidos, y que el ambiente social no es respetuoso con la Iglesia a la que pertenecemos y en la que compartimos nuestra esperanza, que incluso siguen existiendo zonas del mundo donde los cristianos exponen arriesgadamente su vida por confesar y vivir la fe. Pero no podemos quedarnos encerrados en los templos para vivir una fe en secreto y al calor de los nuestros, ya que una fe que no se comparte y tiene vocación de universalidad, no responde al mandato misionero de Jesús; “Id a todo el mundo y anunciad del Evangelio”.
Que la fuerza y el amor del Señor Jesús nos ayuden a vivir el gozo de la fe y así la podamos transmitir a los demás con renovada esperanza. Y que esta eucaristía, en la que tenemos muy presentes a nuestros misioneros, sea también oración confiada al Señor por las vocaciones sacerdotales, tan necesarias en nuestro tiempo.