sábado, 19 de febrero de 2022

DOMINGO VII TIEMPO ORDINARIO

 


DOMINGO VII TIEMPO ORDINARIO

20-02-22 (Ciclo C)


Un domingo más nos reunimos como comunidad cristiana para celebrar nuestra fe. Qué necesario es en nuestros días poder contar con un espacio como este, donde con serenidad y apertura de corazón, podamos escuchar la Palabra de Dios, y compartir el Pan de la eucaristía que fortalece, anima y sostiene nuestra esperanza.

Una Palabra que de la mano del evangelista S. Lucas resuena con especial fuerza ya que nos confronta con la realidad de nuestras vidas.

“Sed compasivos, como vuestro Padre es compasivo”. Qué evangelio tan entrañable y concreto, con qué claridad el Señor nos sitúa ante las actitudes más profundas de nuestra vida y nos revela a su vez las entrañas misericordiosas de Dios, nuestro Padre.

Jesús sabe perfectamente lo que a todos nos cuesta caminar por la senda de la perfección. Él mismo será blanco de críticas, se irá granjeando poderosos enemigos, sufrirá la injusticia y el desprecio, y a los ojos de cualquiera estaría más que justificado por su parte, emplear la misma moneda para pagar a quien tanto daño le causa.

Sin embargo, él entiende muy bien que su misión no es la de mantener la dinámica del “ojo por ojo y diente por diente”, tan empleada en las relaciones humanas. Ni tan siquiera la de juzgar a quien en su vida se introduce por esa senda del rencor y la venganza.

Jesús ha asumido una vocación que le llevará a instituir un camino nuevo, fresco y fecundo en el que la semilla de la misericordia y del perdón hará que germine el Reino de Dios al que dedicará toda su existencia. Porque la justificación de ese camino no viene dada por el derecho que el ser humano tiene de llevar una vida digna y buena, sino porque nuestro Padre es compasivo, a pesar de lo que nosotros podamos ser.

En esto consiste la fidelidad al mensaje evangélico. Muchas veces asistimos a críticas que se lanzan contra la Iglesia y sus pastores porque transmitimos un mensaje demasiado riguroso.

Cuando hablamos de la fidelidad matrimonial, del derecho a la vida y la dignidad inalienable de todo ser humano desde el momento de su concepción hasta el de su final natural; cuando se insiste en la necesidad de establecer las relaciones humanas desde la solidaridad, el respeto y la equitativa distribución de los bienes en pro de una real fraternidad. Y en este sentido se llama la atención sobre el peligro que encierra el individualismo que nos hace insolidarios, en el materialismo que nos lleva al egoísmo ambicioso, el hedonismo que esclaviza y nos hace dependientes de nuestras pasiones, entonces se mira para otro lado y se tacha este discurso de trasnochado y carente de realismo.

La exposición de la fe cristiana, en su integridad, jamás puede sustraerse al pueblo de Dios. Todos sabemos que el evangelio de Jesús tiene el listón muy alto, y que debemos introducirnos en un camino de permanente conversión para poder identificarnos cada día más con él. Pero esta verdad lejos de desanimarnos ha de suscitar en nosotros sentimientos de humildad y de autenticidad. Humildad para reconocer que necesitamos la ayuda del Señor en todos los momentos de nuestro caminar; que solos no podemos superar las dificultades de la vida y de la fe; y que su gracia puede más que nuestra debilidad. Pero también necesitamos ser auténticos, es decir, no falsear el evangelio para adecuarlo a nuestra realidad concreta. Somos nosotros los que tenemos que convertirnos, cambiar e ir integrando en nuestra vida los valores inalienables del evangelio de Jesús, y no adaptar éste a nuestra conveniencia personal, manipulándolo y falseando el mensaje del Señor para tranquilizar falsamente nuestras conciencias. No podemos adaptar el evangelio a nuestros intereses, porque entonces podrá ser palabra de hombres, pero no de Dios.

Y no olvidemos que esta humildad y autenticidad a quienes nos es más urgente y necesaria es a nosotros, a los miembros de la Iglesia, fieles, religiosos y pastores. Porque si quienes hemos recibido del Señor la misión de anunciar el evangelio en su integridad, no realizamos con fidelidad esta misión, quién la desarrollará por nosotros.

La fidelidad a la Palabra de Dios ha de estar siempre por encima de nuestra capacidad para vivirla. Y muchas veces cuando la expongamos nos sentiremos denunciados por ella ante la debilidad de nuestra vida concreta porque sentiremos con vergüenza que anunciamos una cosa y hacemos otra muy distinta. Pero si tenemos valor para anunciarla con fidelidad y apertura de corazón y para escucharla con humildad, también el Señor nos ayudará para sentir la fuerza de su compasión que regenera nuestra vida y la redime con su amor.

En nuestros días exponer el evangelio que hemos escuchado y hablar del amor a los enemigos y del perdón a quienes tanto mal nos causan, se vuelve para muchos escandaloso. Lo mismo ocurría en tiempos de Jesús. Sin embargo Él nos enseña a estar cerca de las víctimas del mal para acompañar con amor y ternura su dolor, ofrecerlas una palabra de consuelo y alivio capaz de regenerar con el bálsamo de la esperanza sus vidas injustamente rotas, y acompañarlas el tiempo que sea necesario para que recuperen las riendas de su vida y la puedan rehacer sobre las bases de la justicia, la verdad y la dignidad. Pero también esta palabra eclesial ha de ser propuesta con valor y firmeza, de forma que se ayude a evitar el odio y el rencor que lejos de regenerar la existencia humana la hunden en la venganza y la envilece.

Y esta tarea, que muchas veces resultará incomprendida y otras muchas criticada, no podemos eludirla por miedo o cobardía.

 La fidelidad a Jesucristo nos ha de llevar a proponer el mensaje  de su evangelio en su integridad, con valor y autenticidad. Respetando cada situación humana, no erigiéndonos nunca en jueces de nadie, pero sabiendo que por el bien de nuestros hermanos debemos ser fieles en la transmisión de la fe de la que somos testigos autorizados. Y que en el seguimiento de Jesucristo no vale cualquier manera de interpretar su palabra ni su vida, ya que la única que puede presentarse ante el mundo como voz autorizada por el Señor, para exponer con fidelidad su mensaje de salvación, es la de su Iglesia, fundada por él sobre el cimiento de los apóstoles y sus sucesores.

Que nuestra celebración comunitaria de la fe y el encuentro personal con el Señor en la oración de cada día, nos ayuden a vivir esta misión de discípulos en medio de nuestro mundo con entrega, valor y alegría de corazón.

 

viernes, 11 de febrero de 2022

DOMINGO VI TIEMPO ORDINARIO

 


DOMINGO VI TIEMPO ORDINARIO

13-02-22 (Ciclo C)

 

         “Bendito quien confía en el Señor y pone en el Señor su confianza”. Esta frase podría resumir la llamada que la Palabra de Dios que hemos escuchado nos realiza a cada uno de nosotros. La confianza en el Señor es principio y fin de nuestra fe, es una bendición para el alma que serena y pacifica nuestro ser, y es también el crisol por el que se manifiesta la autenticidad de nuestra esperanza.

         La confianza nos hace sentirnos seguros y queridos por Dios, es un sentimiento cálido y ofrece seguridad a nuestra vida. Todos necesitamos confiar en alguien y saber que esa confianza no va a quedar defraudada. La confianza es base del amor en el matrimonio, ejemplo y modelo para los hijos, y necesidad ineludible de la fe.

Pero la confianza, tanto en las personas como en Dios, hay que alentarla de forma permanente para que no caiga en la desidia y el sin sentido. Sólo se puede confiar desde el amor y la cercanía a través de una relación personal, madura y fiel.

         Así podremos entender la promesa que S. Lucas manifiesta en su evangelio. Son dichosos los pobres, los hambrientos, los que lloran, los perseguidos porque en su enorme necesidad sólo cabe encontrar consuelo en Dios. Ya no les queda otra esperanza que elevar los ojos al cielo y dejar actuar al Señor. Estos son dichosos porque Dios no desoye los lamentos de sus hijos, y menos los de aquellos que sufren de forma casi permanente, víctimas de la injusticia. De ahí la necesaria advertencia a los poderosos que mantienen su poder sobre la opresión de los pobres. En un mundo donde la ambición, el afán de poder y el egoísmo inhumano van agudizando las diferencias entre pobres y ricos, es necesario lanzar una clara advertencia desde la fe; ese no es el camino de la humanidad sino el de su corrupción.

         Quienes ponen su confianza en lo material olvidando las necesidades de los demás, ya han elegido su destino, y a éstos hay que advertirles que en su corazón se ha producido una ruptura fundamental, cambiando a Dios por los ídolos y rompiendo la armonía de la creación.

         Los cristianos confiamos en la Palabra del Señor, y nuestra confianza se mantiene incluso por encima de las evidencias del presente que muchas veces nos llenan de dolor y angustia. Confiamos ante la enfermedad de un ser querido, y es en nuestra cercanía amorosa donde también sentimos la compañía del mismo Dios.

Nuestra mayor muestra de la confianza en el Señor se manifiesta ante el acontecimiento de la muerte. Como nos enseña el apóstol San Pablo, en la resurrección de Jesucristo, todos tenemos abierta la puerta de la vida eterna, la vida en plenitud junto a Dios. Y es ante la muerte de nuestros seres amados donde con mayor intensidad sentimos la necesidad de confiar plenamente en la Palabra de Jesús “yo soy el camino, y la verdad y la vida, el que creen en mi vivirá para siempre”.

Esta es la esencia de nuestra fe. Lo exclusivamente genuino de ella y lo que llena de sentido todas las actitudes de solidaridad y compromiso a favor de los demás que todo creyente ha de desarrollar en su vida.

Porque confiamos en Jesucristo y anhelamos la vida en plenitud que él nos ofrece, sabemos que debemos llevar la dicha y la esperanza a los que sufren, a los pobres, a los que padecen cualquier injusticia y necesidad, a los que mueren de hambre y miseria por el egoísmo y la dureza de corazón de otras personas que, habiendo sido más afortunadas en la vida, se manifiestan frías e insensibles.

La confianza en Dios nos lleva a acoger y asumir su mismo proyecto liberador y solidario. Los cristianos tenemos que ser la voz que denuncie las injusticias que padecen nuestros hermanos, aún a riesgo de las críticas que puedan darse; no olvidemos la advertencia final del evangelio “¡Ay si todo el mundo habla bien de vosotros, eso mismo hacían vuestros padres con los falsos profetas!”.

La Iglesia de Jesucristo extendida a lo largo y ancho del mundo ha demostrado su fidelidad a Dios y a la verdad de su mensaje, precisamente en medio de las personas más necesitas. Necesidad que no sólo se manifiesta en la precariedad material, sino en cualquier miseria que fracture su inalienable dignidad.

La confianza en Dios no es un privilegio de los pobres y abatidos. Ciertamente ellos están en condiciones tan precarias que lo único que les queda es elevar la mirada al cielo esperando la misericordia divina ante la ausencia de la humana.

Pero también nosotros hemos de ser agradecidos y renovar cada día nuestra confianza en el Señor. Dios nos ha regalado el don de nuestro mundo, y  entre las muchas posibilidades existentes, hemos tenido la enorme dicha de nacer en este tiempo y en circunstancias favorables. No pensemos que todo se debe a nuestro trabajo o esfuerzo personal, y mucho menos a que nos lo merezcamos más que otros, sino más bien a una enorme suerte que hemos de agradecer siempre al Señor.

Los ricos y afortunados no son los despreciados de Dios. Jesús miró con amor a aquel joven rico que se le acercó con interés por alcanzar la vida eterna. Pero ciertamente quienes en la vida han sido sonreídos con tanta ventura, tienen que dejarse empapar por la fría lluvia de quienes llaman a sus puertas clamando caridad. La abundancia de unos sólo encuentra su legitimidad en la apertura a la fraterna caridad para con los pobres. Sólo así pueden dar gracias a Dios con honestidad, porque su gratitud se deja traspasar por el crisol de la solidaridad y el amor.

Que esta gratitud se transforme en generosidad para con aquellos que sufren y que necesitan de una cercanía realmente fraterna, y que cada día vayamos ganando en capacidad de misericordia y compasión de tal manera que nos lleve a luchar por el bien común de todos los seres humanos. Esta será la prueba de nuestra confianza en Dios y de nuestra responsabilidad para con la obra de sus manos. Que así sea.

viernes, 4 de febrero de 2022

DOMINGO V TIEMPO ORDINARIO

 


DOMINGO V TIEMPO ORDINARIO

6-2-22 (Ciclo C)


       “En aquel tiempo, la gente se agolpada alrededor de Jesús para oír la Palabra de Dios”. Qué frase tan extraordinaria para centrar hoy nuestra celebración. Oír la Palabra de Dios era para aquellos hombres y mujeres del tiempo de Jesús, algo importante, necesario para sus vidas y por lo que merecía la pena dedicarle el tiempo suficiente.

       La Palabra de Dios es para el creyente alimento de vida que despierta los sentidos más humanos y nos sitúa en la senda del Señor. La Palabra de Dios es alentadora de nuestro vivir, horizonte de esperanza, bálsamo en medio del cansancio, noticia siempre nueva y buena, sentencia que se cumple de forma permanente, como experimentará el profeta que la anuncia con su vida fiel.

       La Palabra de Dios no es cualquier palabra. Es el mismo Dios quien entra en diálogo con nosotros para mostrarnos su ser creador y amoroso. Dios dialoga con sus hijos, a través de la oración y la escucha,  y se muestra cercano en todo lo que vivimos. No es una palabra vacía o falsa. No busca el halago o la complacencia. En su Palabra es Dios mismo quien se entrega y se vincula para siempre con su pueblo. La Palabra de Dios construye su reino en aquellos que la acogen y la viven con fidelidad.

        Cómo no querer escuchar esa Palabra cuando además es pronunciada por el mismo Hijo de Dios. Jesús ha ido mostrando a sus discípulos y a su pueblo, que su palabra va acompañada de obras que la avalan y ratifican como auténtica. Él no habla como los escribas o fariseos, habla con “autoridad”.

       En ese contexto, nos presenta el evangelista la labor cotidiana de sus discípulos que todavía se dedicaban a la pesca, y en aquella jornada de trabajo, sólo han sacado desasosiego y fracaso. No hay peces que pescar, y eso que eran expertos. Ante el asombro y desconcierto de Pedro, Jesús le pide que vuelva a echar las redes en el mar, y por su palabra lo hará, aunque algo cegado por las dudas.

       Fiarse de la Palabra de Dios provoca de inmediato sus frutos. Tras la pesca milagrosa, hay toda una enseñanza que será para aquellos discípulos el fundamento de su fe. La Palabra de Jesús cumple las promesas de Dios y con él ha llegado de forma definitiva su reinado. Ahora os toca a vosotros transformaros en pescadores, pero de hombres y mujeres que llenen las redes del Señor.

       A Jesús muchos lo buscaban por sus milagros, otros lo aclamaban por su lucha contra la injusticia y la opresión, pero sólo lo siguieron hasta el final y hasta nuestros días quienes acogiendo su Palabra nos hemos fiado de ella y por ella hemos descubierto la fe que profesamos como camino, verdad y vida en plenitud.

       Ser seguidores de Jesús es ante todo ser testigos de su vida, de su muerte y resurrección, y junto a ello mensajeros de su Palabra, la cual hemos de anunciar de forma permanente y explícita. Este es el testamento que hemos heredado de los Apóstoles, La Sagrada Escritura que es para el cristiano referencia permanente, fuente de la que ha de beber para nutrir con su riqueza las entrañas sedientas de verdad, amor, justicia y paz.

       Cuántas palabras escuchamos y leemos carentes de sentido, que sólo distraen nuestra mente o enturbian los sentimientos del corazón. Cuantas veces escuchamos palabras hirientes, acusadoras, insultantes que destruyen al ser humano y envilece ese maravilloso medio de la comunicación interpersonal.

       La Palabra de Dios es creadora y transformadora. Quien la escucha con fe, sale confortado en su ser más profundo y es capaz de ir cambiando el rumbo de su vida si así se lo pide el Señor.

       Hoy damos gracias a Dios por su Palabra, especialmente por aquella en la que se resume todo el ser del mismo Dios, Jesucristo, Palabra eterna del Padre. Y también le damos gracias por este don que tenemos los cristianos y que hemos leído y cuidado durante casi dos mil años. La Sagrada Escritura debe ser el libro que jamás falte en nuestros hogares y no para decorar la estantería, sino para colmar con su vitalidad renovadora los estantes de nuestra alma.

       Leer diariamente un pasaje del evangelio o de las cartas apostólicas nos ayudará a entender mejor a Jesús, conocerle y amarle. Leer pasajes del Antiguo Testamento, nos mostrará cómo era la misma oración de Jesús. A través de los salmos, el pueblo creyente ha plasmado sus sentimientos religiosos, unas veces suplicantes, otras agradecidas y otras muchas sufrientes. Son retazos de nuestra vida con lenguaje a veces complejo, pero que encierra toda una historia de Dios con su Pueblo.

       Pedro cambió su vida por esa Palabra de Jesús, de pescador pasó a evangelizador y pastor del Pueblo de Dios. Porque sólo desde el conocimiento y la vivencia coherente de la Palabra del Señor se puede ser discípulo suyo. Sabiendo que va realizando su transformación regeneradora en nuestra propia vida. Hoy se nos han presentado tres personajes principales, Isaías, Pablo y Pedro; tres personas que se reconocen limitadas y pecadoras, pero en los que la gracia de Dios, transformará sus vidas renovándolas y preparándolas para su misión profética y evangelizadora.

 Que también nosotros podamos vivir la dicha del encuentro con el Señor a través de su palabra, y que ésta nos ilumine en el camino de nuestra vida hasta el encuentro definitivo con él.

jueves, 27 de enero de 2022

DOMINGO IV TIEMPO ORDINARIO

 


DOMINGO IV TIEMPO ORDINARIO

30-01-22 (Ciclo C)

 

Las lecturas que acabamos de escuchar y que centran el sentido del día del Señor, nos ofrecen unos rasgos desde los que meditar sobre la llamada que Dios nos hace a cada uno de nosotros, nuestra vocación.

La fe que hemos recibido y que vamos madurando en el corazón, responde al encuentro personal con Dios, donde al igual que aquel buen profeta Jeremías, sentimos el gozo de sabernos elegidos y amados por el Señor.

“Antes de formarte en el vientre, te escogí, antes de que salieras del seno materno, te consagré”. Llegar a esta conclusión en la vida, supone un largo camino de relación personal y amorosa con Dios. En medio de todas las dificultades, a pesar de los sacrificios y penurias, Dios me ha elegido y siempre ha estado a mi lado. No se ha desentendido ni me ha abandonado.

Toda nuestra vida ha sido bendecida por él, y bajo su atenta mirada discurren nuestros días.

Dios nos ha creado, nos ha elegido y nos ha destinado a una misión concreta “ser profetas entre los gentiles”; es decir, en medio de este mundo cada vez más alejado de Dios, hemos sido enviados a transmitir nuestra esperanza y ser testigos del amor del Señor.

Esa es nuestra vocación. Cada uno de nosotros, desde nuestra condición de vida y con nuestras capacidades, somos urgidos por Dios para seguir alentando y sosteniendo la esperanza del mundo. Transformarlo en su injusta realidad y mejorarlo para que todos los seres humanos podamos vivir plenamente la dignidad de los hijos de Dios.

Al igual que a Jeremías, muchas veces nos asaltará el miedo, la vergüenza, la incapacidad para saber cómo acercarnos a los más alejados. Pero escuchamos como él la voz del Señor que nos dice “no les tengas miedo... yo te convierto en plaza fuerte... porque yo estoy contigo para librarte”.

Sentir hoy que estas palabras se nos repiten a cada uno de nosotros con la misma ternura y confianza  con la que las escuchó el profeta, nos ayuda a revivir la alegría de nuestra fe y a la vez a renovar nuestras capacidades para desarrollarla en la entrega a los demás.

San Pablo nos muestra el camino del amor. Sendero por el que han de introducirse todas las relaciones humanas a fin de encontrarse con Dios. El amor incondicional, sencillo y solidario a esta humanidad nuestra, es la llave para abrir los corazones de los hombres y mujeres de nuestro tiempo y así llegar hasta ellos. El amor maduro y sereno que no se deja llevar por los impulsos infantiles y egoístas, sino que busca la verdad, la justicia y el bien de todas las personas por igual. Un amor capaz de entregarse sin límites.

Es verdad que muchas veces nos ocurrirá lo mismo que a Jesús. En el evangelio que hemos escuchado, vemos el cambio de actitud de aquellos que al principio lo admiraban. De la aprobación inicial, pasan al rechazo por sentirse denunciados en su soberbia y egoísmo. Los mismos que aplauden lo que les conviene escuchar, se rebelan cuando se ven desenmascarados en su injusticia.

Son las dos caras de la fidelidad al evangelio que todos los creyentes en Jesucristo podemos y debemos vivir. La cara gozosa de sentirnos amados por Dios y animados por el calor y cercanía de su Espíritu Santo. Y la otra cara más difícil de asumir, por lo que supone de sacrificio y de cruz.

Los cristianos hoy, tenemos que seguir sintiéndonos profetas del evangelio, heraldos de la Buena Noticia de Jesucristo que sigue siendo necesaria, a pesar de la indiferencia del entorno, para la sanción de nuestro mundo.

Es difícil mantener siempre actitudes como la comprensión, el respeto, la tolerancia y la apertura del corazón a los demás, con la fidelidad al evangelio de Cristo. Se hace muy complicado pretender contentar a quienes nos rodean y que en ocasiones buscan nuestra aprobación, con la propuesta de la verdad y la integridad de la Palabra de Dios, como le sucedía al profeta Jeremías. Sin embargo es en esta tensión donde ha de desarrollarse nuestra vida y espiritualidad.

Encontrar la palabra oportuna para que la luz de la fe ilumine la vida de los hermanos, es tarea permanente en el evangelizador. Pero esa palabra debe transmitir con autenticidad el mensaje evangélico que hemos recibido y del cual no somos dueños. Para que exista una transmisión fraterna y generosa de la fe, es necesaria la vivencia interior y madura del cristiano.

Para ello necesitamos llevar una vida cercana a los mismos sentimientos de Cristo, los cuales sólo podemos conocer y asumir desde la oración y la contemplación de su vida. Si la vida espiritual siempre ha sido necesaria para vivir en fidelidad al evangelio, hoy más que nunca se convierte en una urgencia para los cristianos actuales a fin de evitar dos peligros, el puro voluntarismo y la falta de contraste.

El compromiso cristiano por la justicia y la verdad han de ser impregnados por la luz del evangelio, de lo contrario corremos el riesgo de ser justicieros con quienes no piensan o no son de los nuestros, y manipular la realidad para que se ajuste a nuestros deseos.

La oración serena y guiada por la lectura del evangelio de Jesús, nos ayudará a distanciarnos lo suficiente de la realidad inmediata para poder mirarla con libertad y sin intereses egoístas. Y compartir esa oración con los demás, escuchando y acercándonos a ellos con comprensión, favorecerá una verdadera relación fraterna y auténticamente solidaria. 

Esta es la llamada que Dios nos hace hoy. Somos profetas de nuestro tiempo, contamos con su permanente cercanía y aliento; nos ha dejado la fuerza de su amor para cambiar de raíz este mundo; y sabemos que al igual que Jesús, también pasaremos por dificultades y rechazos. Pero sobre todo confiamos en su promesa de permanecer a nuestro lado todos los días “hasta el fin del mundo”.

miércoles, 19 de enero de 2022

DOMINGO III TIEMPO ORDINARIO

 


DOMINGO III TIEMPO ORDINARIO     
23-01-22 (Ciclo C)

 

Durante esta semana, la oración que realiza la Iglesia pide insistentemente al Señor que su Espíritu aliente y nos guíe hacia la unidad de todos los creyentes en Jesucristo.       
     Es la semana de oración por la unidad de los cristianos. Un tiempo donde en vez de fijarnos en las cosas que nos separan y dividen, buscamos priorizar y destacar aquello que nos une y nos entronca al Árbol de la Vida que es Cristo. 

     Muchas veces cuando hablamos de unidad y de comunión, pensamos que de lo que se trata es que los otros, se acerquen y se unan a nosotros. Todas las confesiones nos creemos en posesión de la verdad absoluta, y de hecho llevamos viviendo muchos años cada uno por nuestro lado. Los anglicanos, protestantes, luteranos, católicos, ortodoxos, nos hemos acostumbrado a vivir y celebrar nuestra fe en Jesucristo por separado, y aunque siempre nos miramos de reojo unos a otros, unas veces para destacar lo diferente, y otras muchas con la añoranza de aquellos tiempos en los que todos éramos uno, la verdad es que nos cuesta avanzar hacia la unidad.   

     Nos hemos olvidado de la verdad profunda que transmite la carta de San Pablo a aquella comunidad de Corinto. También ellos empezaban a tener tensiones corriendo el riesgo de dividirse. Y todo porque en medio de la comunidad emergían buenos líderes que en ocasiones olvidaban su servicio a la comunión, y se enzarzaban en discusiones teóricas e incluso doctrinales que ponían en serio riesgo la unidad de la fe.  

    Pablo realiza una importante llamada a la unidad, desde la imagen del Cuerpo de Cristo del que todos formamos parte. En la Iglesia de Jesús todos tenemos una misión, todos podemos ofrecer nuestro servicio y todos somos por igual necesarios e importantes para que ese cuerpo esté sano y vigoroso.
    Por muy destacados que sean algunos de sus miembros y por muy escondidos u ocultos que parezcan estarlo otros, todos son igualmente precisos para su buen desarrollo y sano vigor.    
    La Iglesia de Jesucristo es ante todo Pueblo de Dios, así nos lo enseña el Concilio Vaticano II, y los que hemos recibido la llamada del Señor a seguirle como seglares, religiosos y sacerdotes, estamos al servicio de ese Cuerpo eclesial. 
    La historia de la humanidad nos enseña que en los momentos en los que unos han querido imponerse sobre los otros, cuando las relaciones se establecen desde el poder en vez desde el servicio, la unidad se rompe de forma dolorosa.   

    Y todo porque no nos hemos dado cuenta de la indispensable unidad que existe entre el ser de la Iglesia y su misión evangelizadora      .
    La carta de San Pablo aparece hoy unida al evangelio de San Lucas. Un evangelio que nos muestra la misión de Jesús, su razón de vivir y morir:     
“El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado para dar la Buena Noticia a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos la vista. Para dar la libertad a los oprimidos; para anunciar el año de gracia del Señor”.   
    Para esto existe la Iglesia. Para anunciar la Buena Noticia al mundo, destacando como destinatarios privilegiados del amor de Cristo a los pobres, los oprimidos, los enfermos, los necesitados de cualquier liberación.   
Y esta misión sólo puede desarrollarse de forma autorizada y eficaz, si la realizamos desde el servicio,  la comunión y el amor fraterno. No podemos ser discípulos del Maestro si estamos divididos. No podemos testimoniar fidelidad al Padre Dios si no nos reconocemos como hijos suyos y hermanos los unos de los otros.    

    Es verdad que cientos de años de historia separada e incluso cruelmente enfrentada, no se olvidan en un día. Pero todos los gestos que nos ayuden a caminar juntos, desde el mutuo respeto y comprensión, serán fruto del Espíritu Santo que anima y sostiene cualquier intento de unir a su Iglesia, y hay que dar gracias a Dios porque estos gestos son una realidad cada vez más elocuente en nuestros días.  
     Hoy todos nos reconocemos como hermanos, y frecuentemente nos encontramos para elevar al Señor una misma plegaria. Vamos aprendiendo a respetar las diferencias y buscamos con sencillez la verdad que nos une.
En este camino debemos esforzarnos confiando en la acción de Dios.
     El Credo que vamos a recitar una vez más y que contiene las proposiciones doctrinales esenciales que nos unen a todos los cristianos, es una manifestación de la verdad en la que creemos y que consideramos fundamental para nuestra salvación.
     Cuando en el Credo confesamos nuestra fe en la Iglesia, decimos que es santa, porque sabemos que es obra del Señor, aunque muchas veces la infidelidad de sus miembros empañe gravemente esta santidad. Confesamos que es Católica, lo cual quiere decir que es universal, abierta a todas las gentes, razas y pueblos de la tierra por igual, aunque también en ocasiones cerremos las puertas a los marginados, a los inmigrantes y a los pobres. Seguimos manifestando que es Apostólica, porque está cimentada sobre la roca de los Apóstoles los cuales fueron vínculo de comunión y dieron claro ejemplo de que la unidad está por encima de las discusiones y diferencias personales. Y para el final dejo lo que primero confesamos, que la Iglesia es Una. La Iglesia de Jesús no son ni dos ni cinco, es Una. Y esta verdad que cada domingo confesamos no se realizará plenamente hasta que todos los que nos llamamos cristianos la construyamos desde el amor y la caridad.       
Debemos dejar que resuene cada día en lo más hondo de nuestro corazón, la oración sacerdotal del Señor; “Padre, que todos sean uno, como tú y yo somos uno”.        

    Pidamos al Señor en esta eucaristía que su Espíritu nos impulse en la búsqueda de lo que nos une desde el afecto fraterno y la mutua comprensión. Que acojamos, incluso las diferencias, como una llamada a renovarnos y a avanzar en la escucha de la sociedad y del mundo moderno. Y que en todo momento mantengamos actitudes de caridad y respeto que nos ayuden a significar en medio de nuestro mundo que todos somos seguidores de Jesucristo y testigos de su evangelio.    

    Que Santa María la Virgen, Madre de la Iglesia, inspire en nuestros corazones un sincero deseo de vivir como hermanos y así seamos en el mundo constructores de paz y de concordia.

viernes, 14 de enero de 2022

DOMINGO II TIEMPO ORDINARIO

 


DOMINGO II TIEMPO ORDINARIO

16-01-22 (Ciclo C)


       Con el tiempo litúrgico ordinario se nos ofrece un camino que recorrer junto a Jesús adulto. Ya hemos pasado los relatos de su infancia vividos en el tiempo navideño, de ese tiempo largo de silencio histórico que han ido conformando su vida y su personalidad, hasta el momento en el que situado a la fila de los que iban a recibir el bautismo de Juan, comienza su nueva vida pública y misionera.

       En aquella escena a orillas del Jordán, Jesús es proclamado “Hijo amado de Dios” y así Juan, que espera  y anhela la llegada del Mesías, lo reconoce y señala como tal.

       Jesús ha llegado a su edad madura y al momento de asumir la misión que en su corazón ha ido desgranando y comprendiendo. Toda su vida ha estado marcada por la cercanía a Dios, por los signos de intimidad con él. En ese período largo de su existencia centrado en la oración, en la escucha de la Palabra de Dios en la sinagoga y en su comunicación íntima con Él, ha llegado a profundizar que Dios es su Padre, el que le ha engendrado y dado vida humana para desarrollar una labor única; ser el camino, la verdad y la vida del nuevo Pueblo de Dios en el que todos los hombres y mujeres, sus hermanos podamos acoger el gozo y el don de nuestro ser hijos de Dios y herederos de su Reino.

  El tiempo de asentar en su corazón toda esta vasta experiencia ha terminado. Ahora es tiempo de anunciar la Buena Noticia a las gentes comenzando por su entorno más cercano y preparando adecuadamente a quienes han de colaborar más estrechamente a su lado en la misión de evangelizar. Así Jesús va a ir llamando a diferentes hombres y mujeres para que junto a él descubran la alegría de su ser criaturas amadas de Dios; que mirando en lo profundo de sus vidas encuentren esa semilla de amor que Dios ha puesto en cada corazón humano y así todos nos descubramos hermanos y vivamos como tales. De entre ellos elegirá a sus discípulos para que colaboren junto a él en esta tarea evangelizadora.

       Así la escena del evangelio que acabamos de escuchar nos sitúa ante el primer momento importante de la vida pública de Jesús. Él junto a su madre y esos discípulos más cercanos comparte la amistad de una pareja que les ha invitado a su boda.

       El evangelista ha tenido mucho interés en situar en la misma escena a la madre de Jesús y a sus discípulos, y todo ello para que nosotros, los oyentes de este texto hoy,  contemplemos los gestos de cada persona y sus consecuencias.

       Una fiesta de aquellas características, en la que se termina el vino antes de lo previsto es un completo fracaso además de la vergüenza para los anfitriones. Y aparece el primer personaje, María. Ella se da cuenta de lo que sucede y comparte la preocupación de sus parientes.

       Con discreción acude a su hijo para que haga algo, quien le responde que no ha llegado su hora. Es como si Jesús quisiera hacer comprender a su madre, quien es partícipe de lo especial de su ser, que el plan trazado por Dios tiene unos pasos concretos y unos tiempos determinados.

       Para María lo importante es que hay unos necesitados y lo demás es secundario, es como si le apremiara a su hijo, para que llegara su hora, el momento de manifestarse personalmente ante todos. De hecho a los sirvientes les apremia para que hagan lo que él les diga, porque sabe que Jesús no es indiferente ante lo que sucede a su lado.

       El hecho del milagro es conocido por todos, pero los únicos que saben lo que realmente ha sucedido son María y los sirvientes. Los discípulos no se han enterado de nada aunque según el evangelista este hecho provocó que aumentara su fe en Jesús.

       Qué nos dice San Juan con todo ello. Pues que la Madre del Señor no fue un personaje ajeno a la historia de Jesús. Aquella mujer que tantas veces guardaba su experiencia de fe y de madre en el silencio de su corazón, también asumía la misión de colaborar en todo lo que estaba en su mano para que el plan de Dios germinara. La mujer que salía en ayuda de su prima Isabel cuando ésta la necesitaba, es la misma que acude en ayuda de sus hijos cuando solicitan su amparo.

       María siempre ha sido tenida por la comunidad cristiana como la gran intercesora de la humanidad. Y el gesto de Jesús en la cruz de entregarla como madre de todos en la persona de Juan el evangelista, nos es manifestado en este evangelio con toda su fuerza.

       Como decía, los discípulos de Jesús no se enteran de nada hasta el final de la fiesta. Sólo los sirvientes saben qué metieron en aquellas tinajas y lo que de ellas sirvieron en las copas. Y cómo Jesús había intervenido en ese hecho. Unas personas ajenas a la familia y situadas en el escalafón más humilde serán los primeros testigos del Señor. Otro hecho que viene a dar fuerza a que los destinatarios del evangelio de Cristo son de forma especial, los humildes, los pobres, los marginados, los últimos del mundo.

       Jesús comienza su vida adulta con discreción pero con claros horizontes y así nos lo muestra uno de sus discípulos y evangelista, San Juan. Quien nos señala que desde el comienzo su Madre María estuvo al lado de su hijo como seguidora creyente e intercesora, y que la Buena Noticia de Jesús encuentra sus destinatarios predilectos entre los últimos y desheredados de este mundo.

Este ha de ser el mensaje que nosotros hoy recojamos en nuestra celebración. Ser cristianos nos hace hermanos en el camino de la fe y de la vida, y contamos con la compañía y la intercesión de María nuestra Madre. Ella nos señala permanentemente la senda que conduce al encuentro de su hijo Jesús, y nos ayuda a detenernos para socorrer y ayudar a quienes están caídos en el camino.

       Que todos los días de nuestra vida sintamos el consuelo maternal de María y que sepamos vivir la solidaridad y la misericordia que brota de su corazón de madre a favor de todos sus hijos.

 

sábado, 8 de enero de 2022

FIESTA DEL BAUTISMO DEL SEÑOR

 


FIESTA DEL BAUTISMO DEL SEÑOR

9-1-2022 (Ciclo C)

       La fiesta del Bautismo del Señor cierra este tiempo de gracia que es la navidad. El anuncio que los ángeles ofrecieron a los pastores “en la ciudad de Belén os ha nacido un Salvador”, es hoy ratificado por el mismo Dios, “Tú eres mi Hijo amado, mi preferido”. El Dios que tantas veces se manifestó ante su pueblo por medio de sus profetas y enviados, habla ahora por sí mismo ante el Hijo adulto que se dispone a asumir su vocación y misión en perfecta fidelidad al Padre.

       El bautismo de Jesús supone el comienzo de su vida pública y ministerial. Hasta ahora ha vivido en su pueblo, junto a su familia y seres queridos, completando su formación humana y espiritual; un tiempo discreto y silencioso que ha ido construyendo su ser y madurando su personalidad.

       De este espacio entre su infancia y madurez, no tenemos más que un pequeño relato, donde S. Lucas nos muestra a un Jesús adolescente en el Templo entre los doctores de la Ley. Aquel niño perdido y encontrado por sus padres regresa con ellos a Nazaret, y el evangelista terminará diciendo, que “iba creciendo en estatura y en gracia ante Dios”. Es decir, que la vida del Jesús adulto viene precedida por todo un tiempo largo de maduración personal, vivencia interior y riqueza espiritual. Y así, comienza su tarea con un gesto simbólico, su bautismo.

De la misma manera que todos aquellos hombres y mujeres animados por el mensaje de Juan quieren prepararse para acoger el don de Dios, Jesús se pone en la fila de los pecadores para cambiar el rumbo de nuestra historia. Y aunque no necesite del bautismo como remisión de los pecados, sí nos muestra que por este gesto, el mismo Dios se nos manifiesta como Padre y nos agrega a su pueblo santo.

Los bautizados somos incorporados a la familia de Dios, nos hacemos hijos suyos por medio de su Hijo Jesucristo, y asumimos la misión de anunciar el evangelio que vivimos, entregándonos en la construcción del reino de Dios en medio de nuestro mundo y ofreciendo nuestras vidas al Señor para ser portadores de su esperanza desde el servicio a los más pobres y necesitados.

Cada uno de los cristianos debemos este nombre a nuestra vinculación a Cristo, sacerdote, profeta y rey, y que nos une a la gran familia de la Iglesia. El pueblo santo de Dios existe mucho antes de nuestra incorporación personal al mismo, y al ser admitidos en su seno por el bautismo, como miembro de pleno derecho,  nos comprometemos a configurarnos junto a todos los hermanos, conforme a la persona de Jesucristo  nuestro Señor.

       El sacramento del bautismo, por unirnos a la comunidad cristiana, también compromete a ésta para el desarrollo y maduración de la fe de sus miembros. No en vano solemos celebrar el bautismo de los niños en el marco de la eucaristía dominical, momento donde la vida de la comunidad se manifiesta. Y al  celebrarlo de este modo se quiere expresar la acogida eclesial que se les hace y la alegría comunitaria ante la gozosa experiencia del nacimiento de una nueva vida, fruto del amor de sus padres y sacramento del amor creador de Dios.

       Hoy es la fiesta de nuestro bautismo, y al recordarla también podemos mirar cómo está siendo nuestra vivencia espiritual. Vamos a recuperar la fuerza de Dios en nuestra vida y así vivir animados por él para entregarnos a los demás. No nos vayamos apagando poco a poco cayendo en la rutina y perdiendo el sentido de nuestra fe.

       Muchos somos los bautizados y no tantos los que vivimos con plena conciencia este don gratuitamente recibido. De hecho en nuestros días nos ha de causar enorme tristeza contemplar cuantos hermanos nuestros han ido abandonando su vivencia religiosa desde la desafección eclesial, y cómo algunas incluso lo justifican diciendo que son creyentes pero no practicantes. La planta de la fe que no se nutre con el riego fecundo de la Palabra de Dios, alimentándose frecuentemente con el pan de la eucaristía, se va degenerando progresivamente y muere de forma irremediable.

       Es misión de nuestras comunidades eclesiales, favorecer el retorno a las mismas de aquellos que por cualquier causa se han distanciado de ella, desde un proceso de acogida y de recuperación de su experiencia espiritual.

       El bautismo de los niños siempre se celebra condicionado a la fe de sus padres o tutores, y con el acompañamiento permanente de la comunidad cristiana que lo alienta y sostiene. Un sacramento celebrado por el mero interés o costumbre social, no favorece a nadie además de poner en serio peligro su autenticidad.

La gracia de Dios se ofrece a todos, pero vivir bajo la acción del Espíritu sólo es posible si acogemos el don de Dios y lo vamos desarrollando con nuestra disponibilidad y entrega. Para ello está la comunidad eclesial, que como madre y maestra, acompaña y fortalece la fe de sus hijos para que sean discípulos de Cristo en el mundo.

       Al igual que el bautismo de un adulto ha de ir precedido de un tiempo de formación que le ayude a recibir la Palabra de Dios y acogerla en su corazón, los niños necesitan de un entorno familiar donde les sea posible conocer a Dios, aprender a dirigirse a él con la confianza de los hijos e ir sintiéndolo como el amigo cercano que nunca falla. De la transmisión de la fe de los mayores depende la apertura a la misma de los pequeños. Porque como bien sabemos, de la buena siembra, depende la abundante cosecha.

Ser cristianos no es algo vergonzante o a ocultar, no es como muchas veces se nos quiere hacer creer una experiencia privada y condenada a vivirla en el ocultamiento. Ser cristiano significa ser discípulo de Jesucristo nuestro Señor, a quien nos gloriamos de confesar como nuestro Dios y Salvador, y este don tan inmenso no puede ser silenciado por nada, porque “de lo que rebosa el corazón habla la boca”.

En la fiesta del Bautismo del Señor, reconocemos la gracia de este don de Dios, y nos hacemos conscientes de la necesidad urgente de comunicarlo a los demás con nuestro testimonio y con nuestro anuncio explícito. Se nos tiene que notar desde lejos que vivimos gozosos por nuestra fe, y que Jesucristo colma de dicha nuestra vida y esperanza.

       Pidamos en esta eucaristía que Dios nos ayude para que día tras día vivamos esta fe con ilusión, con gratitud y con generosa entrega a los demás, y en especial a nuestros niños y jóvenes. De ese modo estaremos impregnando la vida de nuestros pequeños del rocío copioso que los ayudará a crecer con vigor, no sólo en estatura y fortaleza física, sino sobre todo en la gracia de Dios.