viernes, 20 de enero de 2012

HOMILIA DOMINICAL



DOMINGO III TIEMPO ORDINARIO
22-1-12 (Ciclo B – JORNADA DE ORACIÓN POR LA UNIDAD DE LOS CRISTIANOS)

Como hemos escuchado desde el comienzo de la eucaristía, celebramos hoy la Jornada de oración por la Unidad de los Cristianos, con el lema “Todos seremos transformados por la victoria de nuestro Señor Jesucristo”. Un don que se experimenta y desarrolla a la luz de la Palabra de Dios cuando se escucha y se vive de verdad.
Las lecturas de hoy nos dejan tres invitaciones importantes; conversión, disponibilidad y seguimiento de Jesús.
La conversión, se nos presenta en la primera lectura, como una llamada del mismo Dios. El estilo de vida llevado por el pueblo de Nínive, donde la injusticia y las ambiciones personales hacen imposible la convivencia, son un desafío para Dios. En ese lenguaje bíblico entablado entre Dios y Jonás, el profeta entiende la importancia de su misión. Ha sido elegido para ayudar a sus hermanos a caer en la cuenta del abismo al que se acercan, Dios no quiere la destrucción de sus hijos, ni puede abandonarlos a su suerte, pero si no toman otro camino su forma de vida les llevará a la ruina.

La palabra de Dios es escuchada y se inicia una transformación en todo el pueblo, de manera que vuelve la esperanza. Cuando nuestra forma de vida nos va llevando a la amargura y al individualismo, y somos capaces de aceptar la ayuda de otros para salir de ese bache, se contempla la vida con otro optimismo e ilusión.

La conversión deja paso a la disponibilidad, segunda invitación de hoy. San Pablo entiende que el momento que están viviendo es apremiante. Los creyentes vivimos en este mundo pero sabemos que no es nuestro destino definitivo. Por esa razón no debemos absolutizar las cosas materiales o los proyectos personales. Sólo hay un absoluto que es Dios, todo lo demás está subordinado a él.
De esta convicción nace la auténtica libertad porque no nos sometemos a nada ni a nadie.
La disponibilidad del cristiano, de cada uno de nosotros, nos ha de llevar a la tercera invitación, el seguimiento de Jesús.

Al comienzo de su vida adulta, Jesús comprende que el anuncio de la Buena noticia del Reinado de Dios, no va a terminar con su persona. Aquellos que la escuchen y la acojan con entusiasmo serán los futuros evangelizadores. Pero previamente es necesario crear un grupo unido, fraterno, en plena comunión con él, y que comience a vivir y experimentar una realidad humana nueva, basada en el amor, la comprensión, la misericordia y la libertad de los hijos de Dios. Así llama a estos cuatro primeros discípulos, Pedro, Andrés, Santiago y Juan.
Y los llama para una tarea concreta, ser “pescadores de hombres”. Una pesca que no se realiza con las redes que apresan por la fuerza, sino con otros medios muy distintos, el respeto, la paciencia y sobre todo el propio testimonio de sus vidas.

Los discípulos de Jesús van a iniciar un largo proceso de crecimiento en la fe y en la esperanza hasta llegar a confesarle como el Señor, y asumir su mensaje como el proyecto de sus vidas.

En este encuentro personal de Cristo con aquellos hombres, da comienzo la comunidad cristiana, la Iglesia como familia humana bendecida y acompañada siempre por su Señor, que no la abandona ni se desentiende de ella a pesar de las muchas dificultades que atraviese en cada momento de su historia. Y de aquellos primeros discípulos somos nosotros sus herederos. Los pastores y los fieles.
Todos somos llamados al seguimiento de Jesús, cada uno con una tarea distinta pero todos unidos para un mismo fin, transformar este mundo nuestro en el Reino anunciado y ya instaurado por el mismo Jesucristo. Desde la infancia hasta la madurez, todos somos misioneros en una misma comunión eclesial.

Y es muy importante que cada uno entienda cual es su misión, y a quién debe permanecer siempre unido desde los vínculos de la fraternidad y la comunión. Especialmente en nuestros días, donde el riesgo de subordinar la fe a otros intereses es tan grande.

Cada uno tiene sus ideas sociales y políticas, somos hijos de un tiempo y de unas circunstancias que nos han configurado de una manera determinada. Los seglares tenéis el derecho, y en ocasiones el deber, de asumir responsabilidades en la vida pública a través del ejercicio político, pero éste, como todas las facetas de nuestra existencia, ha de ser iluminado por los valores del evangelio y las concreciones éticas que de él se puedan derivar.

Hoy, al sentirnos llamados por el Señor para la misión evangelizadora, vamos a pedir que nos ayude a ser fieles a su voluntad. Que todos fomentemos la unidad de los cristianos porque de ella dependerá la autenticidad de nuestro mensaje y el ejemplo de vida que dejemos a los más pequeños. En esta jornada miramos también con afecto a las demás confesiones cristianas, y pedimos al Señor que nos ayude a tender puentes de encuentro, de manera que unidos en la caridad también podamos vivir un día la plena comunión deseada por Cristo y animada por su Espíritu Santo. Se lo pedimos por intercesión de S. Pablo, cuya fiesta de la conversión hoy recordamos. Que así sea.

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