lunes, 6 de febrero de 2012

CARTA DEL OBISPO DE BILBAO EN FAVOR DE LA CLASE DE RELIGIÓN



EDUCAR A LOS JÓVENES EN LA JUSTICIA Y EN LA PAZ.

1. Éste ha sido el título del mensaje del Santo Padre con ocasión de la última jornada mundial de la paz celebrada el primer día del año. Son tres dimensiones fundamentales en la vida personal y social que adquieren especial relevancia en las circunstancias actuales por las que atraviesa nuestra sociedad. La tarea de la educación es un aspecto esencial del que depende tanto nuestro presente como el futuro. Educar, del latín “educere”, quiere decir hacer extraer, conducir hacia fuera lo mejor de cada uno. Siendo una tarea principal en la infancia y juventud, es un proceso que debe acompañarnos a lo largo de toda nuestra vida. Educar es una tarea absolutamente necesaria y apasionante, pero al mismo tiempo extremadamente delicada y no exenta de dificultades que pueden conducirnos a sucumbir a la tentación de la frustración y del desánimo.


2. Durante estos días, los centros educativos han abierto el periodo de preinscripción de los alumnos en los cursos y enseñanzas correspondientes. Quisiera recordar a las familias cristianas la importancia de inscribir a sus hijos e hijas en la asignatura de religión. Una auténtica educación significa introducir a la persona en la totalidad de la realidad, de ahí la necesidad de que abarque todas las dimensiones de la persona. A este respecto, la dimensión trascendente y religiosa no puede ser abandonada ni excluida del ámbito educativo. La enseñanza de la religión educa al niño y al joven en una dimensión que le es profundamente connatural, pues el ser humano no sólo es ser racional y social, sino también constitutivamente religioso y trascendente. Sustraer esta dimensión constituye una visión chata y reductiva de la educación. La educación religiosa contribuye a encontrar una respuesta adecuada a las preguntas más profundas de nuestra vida y el sentido último de nuestra existencia: de dónde vengo, cuál es el sentido de la vida, qué me cabe esperar, qué significa amar, por qué necesito perdonar, cuál es el sentido de la enfermedad, qué significa la muerte, cómo construir una sociedad justa y solidaria, enraizada en la verdad y el bien común, que sea acorde a los anhelos profundos del corazón humano.

3. Además, la enseñanza de la religión, tanto en la escuela pública como en la concertada, es un derecho reconocido en nuestro ordenamiento jurídico. Desgraciadamente la enseñanza religiosa se ve sometida a presiones de diverso tipo y desde diversas instancias con el fin de excluirla del ámbito educativo público o disuadiendo a los padres de apuntar a sus hijos e hijas dicha asignatura, utilizando argumentos muy poco solventes, muchas veces de marcado carácter ideológico, pero, ante todo, lesionando la libertad de las familias a ejercer un derecho fundamental que les asiste. Las diversas administraciones y los mismos centros educativos tienen el deber de velar para que la legalidad sea respetada y favorecer ante todo la libertad de los padres y madres de elegir la educación conforme a sus convicciones. La enseñanza religiosa favorece enormemente el crecimiento personal y contribuye decisivamente a la edificación de una sociedad y un mundo enraizados en la verdad y el bien, el respeto mutuo y la tolerancia, la solidaridad y la gratuidad, la justicia y la paz, en la ayuda a los más necesitados y en la protección y tutela de los débiles. Su contribución es altamente positiva para la humanización de un mundo que se siente tantas veces tentado por el afán de tener, del dominio y del poder.

4. El Santo Padre, en su mensaje de la jornada mundial de la paz, hacía referencia a la educación de los jóvenes en la justicia y en la paz. Estos dos aspectos son de especial relevancia en nuestra situación actual. Con respecto a la justicia, cuando la crisis ha conducido a tantas personas y familias a una situación profundamente angustiosa, cuando tanta injusticia y desigualdad siguen hiriendo la dignidad humana, poner a la persona (que siempre es un fin y un bien en sí misma, imagen y semejanza de Dios, con la dignidad de la filiación divina que se refleja en todo rostro humano) en el centro de toda actividad social, política, económica y financiera, nos sitúa en la perspectiva adecuada desde la que podemos vislumbrar las claves últimas que nos ayuden a la conversión personal y a la corrección de sistemas y estructuras causantes de desigualdades e injusticias.

5. Del mismo modo, en el ámbito de la paz y la reconciliación en que nuestra Iglesia diocesana ha trabajado incansablemente y que en los últimos tiempos necesita un nuevo impulso en virtud de la nueva situación en que nos encontramos, la educación para la paz y la reconciliación se presentan como un elemento fundamental para edificar una sociedad reconciliada que, a pesar de la pluralidad de sensibilidades y pensamientos, pueda mirar al futuro en la esperanza de una convivencia basada en el respeto mutuo y la consecución del bien común. La tarea es ardua y larga, pero, al mismo tiempo, ineludible e ilusionante. Que el Señor nos ayude a ser mensajeros y constructores de una humanidad nueva, haciendo presente, entre todos, con su gracia, el Reino que Dios vino a traer a nuestra tierra y ha puesto en nuestras manos. Con afecto.

X Mario Iceta Gabicagogeascoa
Obispo de Bilbao

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