lunes, 14 de octubre de 2013

LOS MÁRTIRES NO SON MANIPULABLES

 
La beatificación, Montserrat y la benedictina (y unos cuantos insensatos)
Josep Miró i Ardèvol

 
La beatificación de 522 mártires, sacerdotes, religiosos y laicos en Tarragona el próximo domingo es un hecho extraordinario para la Iglesia, porque da testimonio de lo masivo de una fe. El martirio significa el reconocimiento de un testimonio que se mantiene hasta el final, hasta entregar la vida en condiciones extremas y que además muere en un acto cristiano, es decir perdonando.
No son los mártires de un bando político porque ninguno de ellos murió por una bandera de este signo. Murieron por la cruz y en su nombre. En la trágica Guerra Civil hubo otros muertos, hombres y mujeres de sólidas convicciones religiosas, pero que su ubicación política los excluía del ámbito del martirio ya que su asesinato no fue motivado por el odio a la fe sino por el odio político. Por eso, quienes asocian la beatificación a un determinado reconocimiento político, sea para criticarla, sea para intentar instrumentalizarla, están atacando directamente a la Iglesia en la memoria de sus mártires, y esto es muy grave. Las evidencias de que no son de un bando son escandalosas y solo una trivialidad maléfica, o una clara mala intención, pueden llevar a la confusión. Baste recordar solo dos datos: entre los mártires que se van a beatificar hay un grupo importante de monjes de Montserrat. ¿Quién puede pensar que el centro religioso de Cataluña, allí donde el sentimiento catalanista adquiere una dimensión espiritual, pertenecía al bando de Franco? Evidentemente, nadie. La CNT-FAI, que fueron los responsables de estos asesinatos, mataban a los monjes benedictinos por su condición religiosa, no porque llevaran ninguna bandera política. Y hubieran muerto muchos más si no hubieran huido a tiempo del Monasterio de Montserrat. Hubieran practicado un exterminio en masa. Y no solo eso, querían destruir materialmente el lugar a no ser por una intervención extrema, que en esta caso salió bien, porque su autoridad era muy reducida, de la propia Generalitat de Cataluña.
Hay otro caso masivo que no puede ser ignorado. Se trata de la Federació de Joves Cristians de Catalunya, un movimiento precursor de las Juventudes Católicas inspirado en lo que entonces era la nueva acción católica especializada, que alcanzó un gran éxito en pocos años. Cristo y Cataluña eran sus referencias. Carecían de toda orientación política y su común denominador era el de pertenencia a la Iglesia y la introducción de nuevas formas de hacer, que aportaban militancia y visibilidad a sus actos, y por esta razón católica fueron perseguidos. Antes de la guerra criminalizados incluso por la propia policía de la Generalitat, y cuando ésta empezó liquidados a mansalva. 312 de estos jóvenes fueron asesinados a causa de su fe y hay un buen número de ellos en proceso de beatificación, y habrá más. Tampoco se trataba de un grupo de elite, es decir que pudiera pertenecer a la dialéctica 'burgués-obrero', porque en su mayoría eran trabajadores. Pertenecían a la misma clase que los asesinos decían defender.
Esta es la realidad evidente, y que forma parte de otra más grande y poliédrica, compleja, que resume la del conjunto de los mártires, porque como en un brillante de innumerables facetas, complejas son las facetas del martirio que es capaz de mostrar la Iglesia.
En este contexto y una vez más, el afán desmedido de protagonismo y la ambición política desmesurada de la benedictina Teresa Forcades resulta censurable y doblemente impresentable. Lo es por el hecho en sí y por su condición de persona religiosa, a la que se presupone por tanto cultivada en la fe, y que sabe lo que significa el reconocimiento del martirio, que debe conocer bien la lista de los mártires que se beatifican, y todavía más censurable porque se trata de una benedictina de Montserrat, cuya congregación masculina, a escasos kilómetros de su monasterio, fue perseguida y parte de sus miembros exterminados. Su ataque a las beatificaciones es un ataque a la memoria de los monjes y de los jóvenes fejocistas que dieron su vida por pertenecer sin condiciones a la Iglesia. Me parece una vergüenza, para ella y para los miembros de su congregación religiosa, las monjas benedictinas de San Benet de Montserrat, que asumen, impávido el ademán, tales desafueros a sus propios hermanos.
Y, a todo esto, hay que contar los insensatos, pocos, pero que pueden verse magnificados por los medios de comunicación, que tengan la tentación de convertir un acto de todos en nombre del amor a Dios y a los hombres en una reivindicación política trasnochada, con la que también resulta impresentable intentar mezclarla. Al actuar así, quienes se dicen católicos en realidad están instrumentalizando y por lo tanto atacando a la Iglesia en nombre de su ideología.
La beatificación exige respeto, empezando por el de los propios católicos, respeto y reconocimiento a aquellos testimonios de nuestra fe.
 

Josep Miró i Ardèvol, presidente de E-Cristians y miembro del Consejo Pontificio para los Laicos

 

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