viernes, 7 de marzo de 2014

I DOMINGO DE CUARESMA


DOMINGO I DE CUARESMA
9-03-14 (Ciclo A)

Con la imposición de la ceniza, iniciábamos el pasado miércoles este tiempo de gracia que es la cuaresma. Y digo tiempo de gracia, porque lo primero que tenemos que asumir en profundidad, es que en la cuaresma se derrama en nuestros corazones el amor y la misericordia de Dios de una forma extraordinaria. Porque el sentido fundamental de la cuaresma es precisamente provocar el encuentro entre Dios y nosotros, entre el Creador y su criatura. Así al acercarnos al relato de la creación, donde el ser humano constituye el centro y la obra más perfecta de Dios, dado que a su imagen y semejanza nos creó, los primeros versos dejan claro de quién procede todo y cuál es el sentido de lo creado; “El Señor Dios modeló al hombre, sopló en él un aliento de vida”, y el hombre se convierte en ser vivo; el Señor Dios plantó un jardín donde el hombre podía vivir en plena comunión con él; y además nos dio todo lo necesario para nuestro desarrollo personal y social.

Sin embargo al ser humano no le pareció suficiente, y seducido por una ambición desmesurada, disfrazada por el diablo bajo la sospecha de la desconfianza divina, pretendió suplantar al Creador haciéndose a sí mismo principio y fin de la creación. No le bastó con sentirse criatura en referencia al Creador, no le parecía bastante vivir de manera privilegiada en al amor de un Dios que lo hacía semejante a él. Quería más, quería ser como Dios y cuanto más pretendía abarcar en su insolente ambición más se hundía en su soledad y vacío, hasta darse cuenta de que estaba completamente desnudo. Es más el deseo de suplantar a Dios y rechazar su oferta de vida, le lleva a desconfiar y dudar de todo, enfrentándose y acusando a los demás para justificarse a sí mismo. Ante la pregunta de Dios sobre el porqué de su actuar, Adán responderá inculpando a Eva y eludiendo toda responsabilidad.

Pues bien si en este relato de nuestro origen se acaba todo atisbo de esperanza, San Pablo en su carta a los Romanos va a proclamar con gozo que la historia humana no ha sido abandonada por Dios, todo lo contrario. En Cristo se nos ha devuelto la filiación divina, porque “lo mismo que por un solo hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte, y la muerte se propagó a todos, /.../ gracias a un solo hombre, Jesucristo, la benevolencia y el don de Dios desbordaron sobre todos”.

Y esta palabra de esperanza que Pablo lleva a la comunidad de Roma, se asienta en el relato del evangelio que acabamos de escuchar.

Jesús va a sentir en su propia vida las mismas dudas, conflictos y temores que nosotros. Dios no se ha encarnado a medias en nuestra humanidad. Dios en Jesús ha asumido la realidad de nuestra carne hasta sus últimas consecuencias, viviendo y padeciendo, gozando y sufriendo como uno más, de manera que en la vida de Jesús todos nos sintamos identificados y podamos mirarnos en clara igualdad.

El relato de las tentaciones, situado por los evangelistas al comienzo de su vida pública, nos muestra hasta qué punto Jesús tuvo que enfrentarse, como cualquiera de nosotros, a los miedos personales y las dificultades externas que se le presentaban a la hora de afrontar la verdad de su vida y su destino.

Y el evangelio muestra tres episodios que engloban toda la vida del Señor. Lo primero es destacar la decisión de Jesús de escuchar la voz de Dios. Se retira al desierto para volcarse por entero hacia Dios, de manera que el silencio, el ayuno y la oración, lo configuren totalmente para asumir la misión que Dios, su Padre, le encomiende.

Y las dos primeras tentaciones son las más punzantes, “si eres Hijo de Dios” convierte las piedras en pan, o tírate de lo alto del templo. No hacía nada que ante su bautismo el cielo había proclamado su ser Hijo de Dios: “Tú eres mi Hijo amado, en quien me complazco”. Jesús sentía esa identidad con gran claridad y asumía la voluntad del Padre. Cuestionar su ser Hijo de Dios, y hacerlo pidiéndole que pruebe alimento después del ayuno, resulta fácil y evidente, y ponía en evidencia al mismo Dios que lo había señalado ante todos. Y Jesús rechaza reducir su filiación divina a la realización de gestos o milagros, porque lo que realmente le identifica es vivir de la “Palabra que sale de la boca de Dios”. Su misión no va a consistir en hacer grandes cosas y prodigios, sino en transmitir una vida nueva que brota del mismo Dios por medio de su palabra creadora.

Y tampoco va a aceptar la tentación de orientar su misión por el camino del poder y la fuerza. Demostrar al mundo una omnipotencia manipulada, sería distanciarse de la realidad humana que Dios ha querido asumir, en su debilidad y limitación, pero también en libertad y capacidad de respuesta. Muchas veces también nosotros queremos manipular y apropiarnos de Dios a fin de que sea nuestro siervo. Le ofrecemos oraciones, ofrendas, promesas si es obediente y nos concede lo que necesitamos o simplemente anhelamos. Y Jesús responde, “no tentarás al Señor tu Dios”. Dejad a Dios ser Dios, porque de ese modo nuestra humanidad será más plena.

La última tentación ya es el colmo del despropósito. No contento con negar la paternidad de Dios sobre Jesús, el tentador pretende suplantarlo, “Todo esto te daré si te postras y me adoras”. Cuantas promesas falsas como ésta escuchamos en nuestros días. Cuantas ilusiones vacías y proyectos viciados por el egoísmo se nos han ofrecido siempre por parte de los ídolos predominantes en cada momento histórico. En nuestros días, donde la sociedad del bienestar nos va esclavizando con sus redes consumistas, también los falsos dioses del saber, del poder y del placer nos lo ofrecen todo si nos postramos ante ellos y los adoramos. Nos regalan su falso paraíso en el que es muy fácil entrar, pero del que cuesta la vida salir, y en el que debemos pagar el alto precio de la propia libertad.

La respuesta de Jesús ante la seducción del Tentador es liberadora: “Al Señor, tu Dios, adorarás y a él sólo darás culto”.

Tener a Dios como único Señor, nos hace a todos libres e iguales. Nadie puede suplantar a Dios, y quien muestra esa pretensión debe ser rechazado de inmediato, porque lo único que ofrece es tiranía y opresión.

Sólo Dios puede disponer de su creación, porque es fruto de su amor creador. Nadie puede ofrecernos en su nombre lo que de hecho ya es nuestro, porque si Dios nos ha hecho sus hijos, en el Hijo Jesucristo, también nos ha constituido en herederos de su Reino.

Este tiempo cuaresmal ha de ayudarnos a revivir nuestra conciencia de hijos de Dios. Volver hacia Él nuestra mirada con gratitud, y tomar la seria decisión de liberarnos del yugo que nos esclaviza y nos hace dependientes de lo superfluo.

Iniciamos un camino de cuarenta días donde, siguiendo el ejemplo de Jesús, también nosotros debemos retirarnos al silencio interior de nuestra alma, orar con confianza al Padre que nos ama, ayunar de todo aquello que nos estorba en este camino de encuentro con Dios, y vivir la caridad con los más necesitados, de ese modo llegaremos a la Pascua con el corazón renovado y así podremos acoger el don de la redención en Cristo resucitado.

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