DOMINGO DE
PENTECOSTES
19-05-24
(Ciclo B)
Celebramos
hoy la fiesta de Pentecostés, el día en el que por la acción del Espíritu Santo
la Iglesia de Cristo recibe la gracia necesaria para desarrollar su misión, y es
enviada a llevar la Buena noticia del Evangelio de todos los pueblos.
Si en la fiesta de la Ascensión del Señor recibíamos el mandato misionero, “Id por todo el mundo y anunciad el evangelio....”, hoy recibimos el don del Espíritu Santo de quien dimana la fuerza necesaria para poder desarrollar esta misión desde la fidelidad al amor de Dios y en comunión con toda la Iglesia.
Pentecostés
es la fiesta del Espíritu Santo, el Dios siempre a nuestro lado que sostiene,
anima y alienta nuestra fe y nuestra esperanza para que sea germen de inmensa
alegría en nuestros corazones y estímulo para seguir siempre al Señor en cada
momento de la vida.
Muchos
son los dones que del Espíritu recibimos, sabiduría, entendimiento, consejo,
fortaleza, ciencia, piedad, santo temor de Dios, todos ellos orientados a la
construcción del Reino de Dios en la comunión eclesial. El Espíritu Santo es quien anima y da valor en los
momentos de debilidad, quien sostiene y alienta ante la adversidad, quien
mantiene viva la llama de la esperanza cuando todo parece oscurecerse en
nuestra vida, quien nos inunda con un sentimiento de gozo interno desde el que
contemplar la vida con ilusión y confianza.
El
Espíritu Santo es quien garantiza que nuestra fe está unida a la vida de Jesús
que se hace presente en medio de su Pueblo santo, y quien en cada momento de
nuestro existir nos conduce con mano amorosa para vivir el gozo del encuentro
personal con él, fomentando la experiencia de la auténtica fraternidad entre
todos los hermanos.
El
Espíritu Santo nos une al Padre a través de su amor, y nos hace conscientes de
que hemos sido transformados en herederos de su Reino a través de su Hijo
Jesús.
Fue el
Espíritu quien acompañó a Jesús en todos los momentos de su vida. El mismo
Espíritu que lo proclama el Hijo amado de Dios en su bautismo. Fue el Espíritu
Santo quien ayuda a comprender a los discípulos que aquel a quien siguen por
Galilea no es un hombre cualquiera, sino que es el Salvador, el Mesías.
Será el
Espíritu Santo quien mantenga en la agonía de Jesús la fuerza para entregar en
las manos del Padre el último aliento de su vida. Y es que el Espíritu Santo no
deja jamás de su mano a quienes han sido constituidos hijos de Dios.
Pero
esta experiencia personal, profunda y desbordante, la tenemos que vivir en la
Iglesia y a través de ella construir nuestra comunidad. Ningún don de Dios es
para fomentar el egoísmo personal. Todo don del Espíritu está orientado a
construir la comunidad desde la fe, la esperanza y el amor.
Así
vemos, según nos cuenta el libro de los Hechos de los Apóstoles, cómo al
recibir el don del Espíritu Santo, los Apóstoles salen a anunciar la Buena
Noticia a todos los congregados en Jerusalén, y lo hacen de modo que todos les
comprendan.
Desde
el momento de la Creación ha sido voluntad de Dios, que todos sus hijos se
salven, para lo cual fue acompañando bajo su mano amorosa a la humanidad de
todos los tiempos. Y cuando llegó el momento culminante, envió a su Hijo amado
para que por medio de su palabra, su testimonio y la entrega de su vida, todos
sintiéramos el amor de Dios y acogiéramos ese don en nuestras vidas.
La vuelta del Hijo de Dios a su Reino, no nos deja
abandonados, sigue con nosotros por medio del Espíritu Santo sosteniendo y
alentando nuestra esperanza de manera que en nuestro corazón crezca cada día la
certeza de participar un día de su promesa de vida eterna.
Este
sentimiento será más fuerte en la medida en que afiancemos en nosotros la
comunión eclesial, la unidad fraterna entre los hermanos. La comunión, el
sentimiento afectivo de unidad y concordia, es la garantía de que nuestra fe es
auténtica. Donde hay división y enfrentamiento, no está el Espíritu Santo; el
individualismo y la discordia no están alentados por el Espíritu Santo. Las
palabras del Señor “que todos sean uno, como tú, Padre, y yo somos uno”, han de
resonar siempre en el corazón de la Iglesia como el único camino para abrirnos
al don del Espíritu Santo.
Hoy
volvemos a acoger este don que ya en nuestro bautismo recibimos de una vez y
para siempre. En el Espíritu Santo hemos sido hechos hijos de Dios, y aunque
ese amor jamás nos será arrebatado, de nosotros depende en gran medida que cada
día crezca y madure en lo más hondo de nuestra alma. Así nos llenará de dicha y
alegría, nos identificará ante los demás como seguidores de Jesucristo, y nos
sostendrá en cada momento de nuestra existencia.
No en vano en
esta solemnidad, celebramos también el día del Apostolado seglar. Multitud de
fieles organizados en movimientos y asociaciones laicales, van sembrando el
Evangelio de Cristo a lo largo y ancho del mundo, animados por el Espíritu del
Señor y deseando vivir con coherencia su fe, celebrándola entorno al Sacramento
del Amor de Dios que es la Eucaristía, para que en ella, y desde ella, se vaya
configurando una humanidad nueva y esperanzada.
Los cristianos tenemos que vivir con plena consciencia
nuestra fe, conociendo en profundidad sus contenidos, en especial la vida del
Señor, acercándonos a la Sagrada Escritura con la frecuencia de quien se siente
hambriento de la Palabra de Dios, porque sólo Él puede aplacar nuestra sed. Y sobre
todo nutrirnos del Pan de Vida que es Cristo que se nos entrega en el
Sacramento eucarístico.
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