DOMINGO XI TIEMPO ORDINARIO
16-6-24 (Ciclo B)
Con el
Salmo de este domingo, se nos invita a vivir en actitud de acción de gracias,
que es la que mejor puede responder a la vida del creyente.
Muchas
veces caemos con facilidad en el desánimo, la desesperanza o el hastío por no
percibir un futuro dichoso. La realidad de nuestro mundo en general, la
sociedad en la que estamos inmersos o la propia situación personal, pueden
llevarnos a una experiencia pesimista que nos haga complicado vivir en la
esperanza y la dicha. Sobre todo si partimos de la idea de que todo debe ser
controlado y proyectado desde nuestras ideas y sostenido con nuestras fuerzas.
Entonces
está claro que el balance será deficiente. Si ponemos nuestra confianza en las
propias posibilidades y criterios, el camino a recorrer se nos volverá muy
difícil y en ocasiones insoportable. Sobre todo si contrariando la palabra del
apóstol Pablo, confiamos en vivir sólo desde la visión, y no desde la fe.
El
evangelio nos invita a todo lo contrario. “El reino de Dios se parece a un
hombre que echa la semilla en la tierra. Él duerme de noche y se levanta de
mañana; la semilla va creciendo, sin que él sepa cómo.”
Todos
queremos cosechar los frutos de nuestros esfuerzos, necesitamos tener cierto
control sobre las realidades presentes de manera que no tengamos que vivir
siempre en la incertidumbre o el desasosiego. Pero tal vez hemos perdido la
capacidad de confiar que no todo depende de nosotros. Que realmente nuestra
existencia está en las manos de Dios, y que Él se preocupa de hacer crecer con
vigor y generosidad la semilla que nosotros podemos sembrar con nuestro trabajo
y entrega.
Y si bien
es verdad que la actividad humana ha de estar ordenada al bien de la humanidad,
nunca debe perder la perspectiva de que ese dinamismo no depende exclusivamente
de él. Como nos enseña el Concilio Vaticano II, la autonomía de la realidad
terrena y sus propias leyes y valores son un bien que el hombre debe descubrir
y respetar, pero nunca desde una concepción de independencia respecto del
Creador. “La criatura sin el Creador desaparece” (Cfr. GS 36, y es muy posible
que en el fondo de todas las decepciones y sinsabores que la experiencia humana
actual padece, se deba a haber puesto su única fe y esperanza en su dominio de
la ciencia y de la técnica.
Y con ser
todo ello un gran valor de nuestro desarrollo humano, muy a pesar de todos los
logros alcanzados, la miseria de enormes comunidades humanas, las guerras
fratricidas y las injusticias desoladoras nos dejan bien claro cuán grande es
nuestro fracaso y soledad.
Expulsar a
Dios de la vida del hombre y de los criterios que han de establecerse para una
justas relaciones humanas, nos deja al libre albedrío de de los poderosos y de
sus criterios y fuerzas.
No
obstante, no por ello debemos perder la perspectiva de la fe. No por ello
debemos caer en el desánimo infecundo y paralizante. Nuestro presente no dista
mucho de otros momentos de la historia, ni de la experiencia vivida por nuestro
Señor. Y sin embargo él siempre nos enseñó, que la última palabra es siempre de
Dios, y es una palabra de vida y de esperanza.
No sabemos
el cómo ni el cuándo de la manifestación de los signos de su reino de amor, de
justicia y de paz. Es muy posible que nosotros nunca lo veamos en este mundo
con sus contradicciones, pero tenemos asegurada la promesa de que ese Reino es
una realidad que ya va emergiendo y que se manifiesta de forma más plena en
aquellos espacios donde Dios es el centro y fundamente de la vida del hombre.
Lo que
también necesitamos es estar más atentos a descubrirlos en medio de nuestras
vidas cotidianas, allí donde se cuida la atención a los necesitados, donde el
respeto de la vida de los demás es un precepto sagrado e irrenunciable, donde
los modos de entender la economía y las relaciones profesionales se basan en la
justicia y la honradez. Y eso es mucho más sencillo de sembrar de lo que a
veces nos parece, basta con que cada uno introduzca ese grano de vida, en lo
profundo de su corazón y deje que germine con vigor por la acción del Espíritu
Santo.
El Señor
nos ha mostrado lo pequeña que es la semilla de la mostaza, algo apenas
apreciable, pero que sin embargo, se hace un arbusto grande donde anidan los
pájaros. Esa es la dinámica del reino de Dios, que de lo pequeño, débil y
sencillo, Él es capaz de generar
fortaleza y plenitud. Sólo es necesario que nosotros preparemos
adecuadamente el terreno, lo desbrocemos de la maleza asfixiante de nuestros
miedos y egoísmos, y esparzamos con generosidad la semilla de la acogida, el
respeto, la solidaridad y la confianza. Especialmente esta última es
fundamental ponerla en las manos de Dios porque es quien, desde su bondad y
misericordia, sigue enviándonos a ser sembradores de amor y de esperanza. Que
así lo vivamos cada día de nuestra vida porque de ese modo la estaremos
llenando de sentido y de alegría, cualidades esenciales para una sana y gozosa
felicidad.

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