viernes, 19 de octubre de 2012

HOMILIA DOMINGO XXIX T.O.


DOMINGO XXIX TIEMPO ORDINARIO

20-10-12 (Ciclo B – DOMUND)

 


    “El Hijo del Hombre ha venido para servir, y dar su vida en rescate por todos”. Con esta frase entresacada del Evangelio que acabamos de escuchar, quiero centrar nuestra atención para acoger la Palabra de Dios y así vivir este Día del Señor. Día en el que la Iglesia nos muestra su dimensión universal y misionera en el Domingo Mundial de la Propagación de la fe, el Domund.

    El seguimiento de Jesucristo es una opción personal que aún vivida con entusiasmo y generosidad, no está exenta de serias dificultades. Aquellos discípulos de Jesús estaban entusiasmados con su Maestro. Lo seguían con sinceridad, le querían de verdad y acogían su palabra con un corazón abierto e ilusionado.

    Pero por muy dispuestas que estaban sus almas para recibir la Buena Noticia del Evangelio, y por grande que fuera su voluntad a la hora de ponerlo en práctica en sus vidas, eran hijos de su tiempo y como todos tenían sus limitaciones. Una de las mayores y que a todos nos afecta siempre, es sentir y desear las cosas del mundo. Somos barro de esta tierra con sus luces y sombras, grandezas y miserias. Y a la vez que podemos lanzarnos a la aventura de construir un mundo más justo y fraterno, también nos deslumbran los destellos del poder o del lujo.
 
    Santiago y Juan no eran más interesados de que el resto de los apóstoles, tal vez fueran más osados a la hora de atreverse a manifestar sus aspiraciones e inquietudes. De hecho Jesús no les reprocha a ellos nada en particular, sino que su advertencia es general y para todos. “Sabéis que los grandes (los jefes) de los pueblos los tiranizan y los oprimen”; es decir, echad una mirada a vuestro entorno: no tenéis más que contemplar el mundo y las relaciones entre las personas, los ricos con los pobres, los señores con sus siervos... Allí donde hay poder hay luchas, y donde hay dinero hay intereses y ambiciones. Todo ello en vez de humanizar al ser humano lo envilece, y las grandezas que se anhelan conllevan la degradación de los más débiles.

    El seguimiento de Jesucristo sólo se puede realizar por el camino que él mismo ha recorrido y no existe ningún otro. Ese camino es el servicio y la búsqueda del bien común. Es la entrega de la propia vida por amor a los demás y no exigir nada a cambio de ella. Es el camino del abandono de uno mismo para anteponer las necesidades de los más humildes y pobres.
 
    Esta opción de vida cristiana puede parecernos demasiado exigente en un mundo donde se nos está educando en la primacía del bienestar personal sobre todo lo demás. Y sin embargo quienes han sido fieles a la llamada de Dios nos han demostrado una felicidad inmensa en sus rostros, en esa vida vivida en plenitud desde el servicio.

    Y es que como nos dice San Pablo, nuestro Sumo Sacerdote, Cristo, no es incapaz de compadecerse de nuestras debilidades, al contrario, él mismo ha sido probado en todo y por eso conoce nuestra masa y nos ama como somos. Y porque nos conoce y nos ama nos da su confianza y su gracia para que desarrollemos la enorme capacidad que ha puesto en nuestros corazones el Creador. Unos dones que entregados con amor a los demás son capaces de cambiar el rumbo de la historia. Así lo han manifestado vidas sencillas que hemos tenido la dicha de conocer y admirar. Vidas gastadas generosamente y silenciosamente en lugares lejanos y sumidos en la miseria más absoluta; son las vidas de nuestros misioneros y misioneras, que en este día del Domund agradecemos a Dios como un don de su amor a la humanidad entera.

La jornada del Domund es mucho más que un gesto de solidaridad.
El Domund ante todo es la propagación universal de la fe, a las gentes y pueblos que desconocen el amor de Dios porque nadie les ha revelado a Jesucristo el Señor.
Este es el centro de la vida del misionero; anunciar a Jesucristo muerto y resucitado, que sigue sembrando amor y esperanza en todos los lugares de la tierra. El misionero desarrolla su vocación en este anuncio explícito de Cristo a las personas que lo desconocen, o que tienen una idea difusa del Señor y su mensaje. Y después, porque la fe se ha de concretar en las obras, también ejercen la solidaridad material con aquellos que carecen de lo necesario para vivir con dignidad.
No podemos reducir la jornada del Domund a un espacio de solidaridad material olvidando la dimensión evangelizadora. Los cristianos, viviendo en coherencia nuestra fe en Jesús, compartiendo la experiencia vital del seguimiento de Cristo, es como podemos y debemos experimentar la dimensión fraterna del amor compartiendo nuestros bienes con aquellos que carecen de ellos. Y aunque los bienes materiales son necesarios para vivir, el bien de la fe es indispensable para nuestra salvación.

En este día de fiesta acercamos al altar del Señor la vida y la entrega de nuestros misioneros, auténticos heraldos del evangelio cuyas vidas nos recuerdan que siguen existiendo espacios donde la Palabra de Dios aún no ha sido revelada. De este modo nosotros nos hacemos solidarios con su misión, y nos comprometemos con ellos para que la Luz de Cristo ilumine la vida de aquellos que lo buscan con sincero corazón.
Y también desde nuestra realidad cotidiana, pedimos al Señor que nos ayude a ser misioneros de este primer mundo, que olvidando muchas veces sus raíces cristianas, se va echando en las manos de los ídolos del dinero, del egoísmo y de la ambición.
Hoy no están tan lejos de nosotros los espacios de increencia. En ocasiones es mucho más difícil hablar de Dios a quienes por inconstancia o desidia, voluntariamente le han dado la espalda, que a quienes lo desconocían porque nadie les había hablado de él

Pidamos en esta eucaristía que poniendo ante el Señor nuestra vida confiada, sintamos cómo la fuerza de su Espíritu nos sigue enviando para ser en medio del mundo sal y luz que haga germinar la semilla de su Reino.

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