miércoles, 13 de febrero de 2013

LA RENUNCIA DEL PAPA. UN GESTO DE AMOR


Un gesto de amor.

La renuncia del Santo Padre Benedicto XVI, ha conmocionado al mundo entero. Las noticias volaban en la mañana del lunes, dejando atónitos a fieles y ajenos a la vida de la Iglesia. Y es que como todos los medios han divulgado, hacía más de 600 años que un hecho así no ocurría. Aunque creo que lo extraordinario de la noticia no es su escasa repetición en la historia, sino el valor en sí mismo que tiene para nuestro presente.

El Ministerio Petrino, no es cualquier servicio. En sí mismo es una vocación única e irrepetible, ya que el Señor Jesucristo, llama personalmente a un miembro del Colegio Apostólico para que asuma la responsabilidad de sostener en la fe y en la caridad al resto de sus hermanos, siendo principio de comunión universal.

Cada momento de la historia ha tenido diversos Papas, y en ellos también se han podido ver las debilidades humanas, incluso sus pecados. Sin embargo, esa Nave eclesial, siempre ha tenido el mismo dueño y Armador, Nuestro Señor Jesucristo. Por eso podemos decir con verdad, que nunca se ha quedado huérfana, y que jamás le ha faltado la asistencia del Espíritu Santo, ya que el mismo Señor prometió su permanencia en ella hasta el fin del mundo (Cfr. Mt 28, 21)

Sin embargo ahora nos toca recibir y analizar desde el afecto creyente, la renuncia de Benedicto XVI. Él mismo ha manifestado lo que le ha costado, y cómo en conciencia y ante Dios, ha llegado a la firme conclusión de que eso es lo que debe hacer  por amor a Dios y a su Iglesia. Es por lo tanto un gesto elocuente de amor perfecto, reconocimiento humilde de su propia realidad; mirar con verdad sus fuerzas y la ingente tarea que tiene por delante, para concluir, que el mejor servicio que puede realizar es dejar que otro le suceda en la Silla de Pedro.

La coherencia y libertad del Papa, son un ejemplo elocuente de lo que supone vivir para Dios, sin importar las voces o los intereses que desean hacerse paso en un mundo y una Iglesia en ocasiones condicionados.

Lo primero no es el Papa, sino el Ministerio de Pedro. No es tan importante la persona como la misión, y no olvidemos que tratándose de favorecer la emergencia del Reino de Dios, sólo una persona está ontológicamente vinculada a ese Reino, el Señor Jesucristo. Todos los demás somos siervos inútiles, aunque necesarios, porque así lo ha querido Jesús al contar con nosotros en esta historia de salvación.

Se abren nuevos tiempos para la Iglesia. Otro hombre, también consciente de sus limitaciones, asumirá la pesada carga de aferrarse al timón de la Iglesia para conducirla en los próximos años. Será el  266 sucesor de S. Pedro, y contará como sus antecesores con la oración, el afecto y la obediencia de todo el orbe católico. Cuando en la Loggia de S. Pedro se pronuncie el nombre del elegido, estallaremos de júbilo porque Habemus Papam, y sentiremos que la oración del pueblo de Dios ha sido nueva y generosamente escuchada por el Señor.

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